“Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.” (Mc 16, 8).
Así concluye el evangelio que hemos escuchado en la Vigilia Pascual. Vale la pena volver sobre él.
Las mujeres, sobreponiéndose al dolor por la muerte de Jesús, acuden tempranito a honrar al ilustre fallecido. Las mueve el amor. De camino se dan cuenta de la “pesada piedra” que hay que remover para ungir el cuerpo. Pero el “genio femenino” no se arredra: siguen su camino.
Al llegar, un anuncio inesperado y desconcertante: “No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí.” (Mc 16, 6).
El misterioso joven de blancas vestiduras que así les habla tiene para ellas una misión: ir a comunicar esto mismo a Pedro y a los demás discípulos; y que se pongan en camino hacia Galilea, porque allí tendrá lugar el encuentro con el Resucitado. Tomemos nota: no hay experiencia de la resurrección sin una misión que cumplir, sin comunicar el anuncio recibido.
Sobreviene entonces el temor, que se convierte en huida: salieron corriendo, aterrorizadas.
¿Nos sorprende? Meditemos un poco: ¿hemos tomado realmente en serio lo que significa aquella tumba vacía? ¿Que la muerte ha sido absorbida por la vida? ¿Que aquel humillado era “verdaderamente el Hijo”, como lo confesó el centurión? ¿Nos damos cuenta de que eso cambia todo: nuestra mirada y el modo de pararnos frente a la vida y a la misma muerte? ¿Nos damos cuenta de que solo de ese Crucificado nace la esperanza? ¿Comprendemos que la incertidumbre de este tiempo es, para nosotros, el camino hacia el encuentro con el Resucitado? ¿Qué precisamente allí nos está esperando?
Hermanos y hermanas: al saludarlos en esta Pascua 2021, también este año en pandemia, no puedo sino invitarlos a experimentar el mismo vértigo de aquellas mujeres. Solo así estamos en condiciones de convertirnos en discípulos misioneros de Jesús resucitado. Miremos, si no, a estas benditas mujeres: tuvieron que pasar por esa fuerte experiencia para llegar a ser “apóstoles de los apóstoles”. Con ese anuncio comenzará la historia de la que somos parte: historia de fe, de misión y de esperanza compartida. Porque también nosotros hemos recibido el mismo mandato: vayan y cuenten a todos esta buena noticia.
Es la historia que Dios está llevando adelante, porque es el Dios que ama la vida y, por eso, resucitó a su Hijo y nos resucitará a todos nosotros “por Cristo, con Él y en Él”.
Feliz Pascua para todos, guiados por las santas mujeres que pasaron del miedo a la esperanza. Nos acompañan también María y José de Nazaret.
Con mi bendición.
Mons. Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco