Martes 23 de abril de 2024

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Misa Crismal

Homilía de monseñor Vicente Bokalic CM, obispo de Santiago del Estero, durante la Misa Crismal (Catedral-Basílica Nuestra Señora del Carmen, 30 de marzo de 2021)

SACERDOTE, reflejo de la Paternidad del Padre Dios para servir a los hermanos y hermanas.

En la noche de la Pasión, en la aridez de la desolación, atravesada por miedos, incomprensión, por el abandono de los suyos, Jesús nos regala la Eucaristía y el Sacerdocio.

"Mi alma ahora está turbada Y que diré? Padre libérame de esta hora? Si por ello he venido al mundo!" Esa es la tentación, tomar el atajo, seguir el propio camino, lejos de la comunión con el Padre. En la Hora más temida y esperada, el ataque del maligno recrudece.

En ese contexto el Señor continua: "mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre". Es el amor al Padre que lo ha enviado, y a la humanidad necesitada de salvación, lo que le hace llegar hasta el final. Jesús quiere perpetuar ese Amor para todas las generaciones. Es el regalo que nos dejó. Es el memorial que celebramos en cada Eucaristía: su Amor es vivo, actual y operante. Y nosotros, pobres y limitados, como Pedro y los otros apóstoles somos lo instrumentos elegidos y destinados por el Señor para actualizar este milagro de Amor. Misterio que nos invita a profundizarlo y vivirlo en cada celebración, no para enriquecernos sino para donarlo a los demás.

Es la intimidad con el Padre que le da fuerzas para vivir "su hora", a pesar de la negación, del dolor, la soledad, la cruz y la muerte. Somos herederos de la obra de amor más grande de la historia: el Señor nos llamó y nos participó su Sacerdocio como Don para entregarlo al servicio de nuestro Pueblo Fiel. Oramos, predicamos, santificamos, bendecimos, ungimos no por nuestro mérito sino sólo por gracia del Señor. Este sacerdocio nos ha unido más plenamente a la Iglesia: Pueblo y Familia de Dios. Sacerdocio que nos hace pastores, padres y hermanos.

En el año de San José les invito a pensar en nuestra paternidad espiritual cuidando a nuestras comunidades cristianas. Nuestro pueblo nos llama "padre" con confianza y cariño. Nuestra vocación no está reñida con el deseo de ser padres. Padre que da vida, la protege, se compromete con su desarrollo, que se sacrifica para que esa vida sea sana, vigorosa, la cuida de todos los peligros.... Somos Padres de la Comunidad. Padres que aconsejan, que escuchan, que corrigen, que alientan, que animan en las responsabilidades, que acompañan en su crecimiencto. Cuántas personas han llegado a la fe por nuestro anuncio, encuentros, celebraciones!

Recordemos el testimonio de Pablo que llama hijos a los que engendró para la fe. Pero no sólo en el momento de la predicación, sino en lo que implica el acompañamiento, que es un proceso. A Timoteo le considera "verdadero hijo en la fe" (1Tim 1,2.18).

Podemos ser "padres" porque experimentamos la paternidad de Dios hacia nosotros. Por eso debemos reavivar nuestro diálogo permanente con el Padre Dios, origen de toda paternidad. El ejemplo de Jesús en sus prolongados encuentros con su Padre en medio de tanta actividad, no señala el camino: necesidad de darnos tiempos para estar con el Señor.

Esta situación de Pandemia, ha puesto al descubierto una vez más la "necesidad de padres que tienen nuestros fieles." Esta madura paternidad nos alienta en nuestro ser sacerdotal, nos da sentido en nuestras luchas y pruebas, nos actualiza nuestro sí al Señor y su proyecto de Reino. Nos hace sentir el valor de nuestra consagración: "hemos dejado padre, madre, hermanos, bienes..." afectos y posesiones, seguimiento que implica renuncias y aceptación de lo arduo de nuestra vocación.

Pensar en nuestras vidas nos lleva también a sentir esa necesidad de un "padre espiritual" que nos acompañe en nuestra vocación y en nuestro ministerio. Es la experiencia de la Iglesia que nos enseña sobre esta figura: la necesitan nuestros laicos y la necesitamos nosotros. Es escuela donde aprendemos a ser padres: Un padre que debe situarse lejos tanto de un paternalismo que anula la libertad y crecimiento del otro, como de un autoritarismo que se trasforma sólo en garante de una ley externa y lejana a la realidad del hombre.

La paternidad sacerdotal crea una relación atenta, delicada y comprometida con cada miembro de la comunidad eclesial; no nos adueñamos de la vida de los demás, no "son nuestros". Ser Padre es alentar, prevenir, hacerse cargo del otro, prestar atención a la vida integral de nuestra gente, priorizando a los más débiles.

El sacerdote por ser testigo del amor del Padre que nos ha revelado Jesús se manifiesta como un Padre cercano, fiel y misericordioso, dispuesto siempre a escuchar y atender a las necesidades de los hermanos. Esto implica darles tiempo. Es una dimensión que nos exige "las puertas abiertas de nuestras casas". Esperarlos a tiempo y en los imprevistos. En la Iglesia-Comunión celebrando la Eucaristía y perdonando los pecados, actuando en nombre de la persona de Cristo, creando como lo hace un Padre, un clima en la comunidad que permita que cada uno pueda ocupar su lugar aportando sus carismas. Es el animador constante de una casa que es de todos porque es la de un Padre que recibe a cada uno respetando su diversidad y ayudándolos a integrarse según el Espíritu.

Un Padre que posibilita vínculos nuevos y afianza los vínculos conocidos: buscando incluir e integrar los que están llegando con aquellos que ya tienen un itinerario en la comunidad. Que favorece el encuentro y diálogo intergeneracional. Nuestro celibato, que es don y tarea, está ordenado a vivir esta paternidad de un modo más libre y más profundo. Es señal y estímulo de caridad para con Dios y para con el prójimo

Por nuestras fragilidades, muchas veces pensamos en nosotros: deseamos ser cuidados, comprendidos, consolados, pero somos nosotros los que "debemos llevar la carga de los demás". Nuestra tentación es que "nos cuiden y atiendan": es muy propio anhelar reconocimiento, atenciones, homenajes. Empero un padre, no queda encerrado en sus cosas, sino piensa en el hijo, y por él es capaz de disimular y sobrellevar cansancios, incomodidades, penurias: sólo por cuidar la vida de los suyos. Qué bueno es rezar con San Francisco de Asís..." Que no me empeñe tanto en ser consolado como en consolar, en ser comprendido como en comprender, en ser amado como en amar."

En su oración y mandato sacerdotal de Juan cap. 17, el Señor revela una de las dimensiones de la paternidad del sacerdote. En su comunidad el sacerdote debe ser punto de encuentro y comunión entre todos. Es la oración cumbre de Jesús. "Que todos sean uno: como tú, Padre, estas en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros para que el mundo crea que tú me enviaste." v. 21. Cristo en la cruz derribo todos los muros de separación y con su entrega nos reconcilió con el Padre y entre nosotros. "porque Cristo es nuestra paz, él ha unido a los dos pueblos en uno solo derribando el muro de enemistad que los separaba...y los reconcilió con Dios en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, destruyendo la enemistad."Ef. 2,14-16.

Cuidar la vida es velar, promover, trabajar por la unidad: porque el aislamiento y la división provocan más tristeza y desesperanza. Como padres de la comunidad debemos cuidar la unidad y la comunión. Sean uno es la oración de Jesús.

Ser Iglesia comunión es don y la tarea cotidiana que se va entretejiendo con pequeños gestos cotidianos: de delicadeza, de ternura, de escucha, de mucha paciencia, prudencia y sabiduría.

El gran desafío es ser "puentes de comunión" en una comunidad en la cual no todos pensamos y sentimos de la misma manera. No estamos solos. Contamos con nuestro sacerdocio, Don para entregarlo a los demás.

Con espíritu humilde reconocemos que todo lo que podemos hacer es don de Dios y que somos dóciles colaboradores de la obra de Dios. Si como comunidad, en el lugar en el cual cada uno sirve al Señor, nos alejamos de esta dimensión comunitaria, si cada uno priorizara su pensamiento, su criterio y su propio interés perderemos la alegría y la fuerza testimonial de ser discípulos misioneros del Evangelio de la Vida.

Acudimos a María, Madre de los sacerdotes y a San José, Patrono de la Iglesia para que nos alcancen la gracia de un desprendimiento total siendo cada día más dóciles a la acción del Espíritu Santo.

Que el Señor bendiga a nuestro pueblo, representado por tantos fieles de las parroquias y comunidades hoy aquí presentes, que son nuestro apoyo y que nos alientan a seguir sin ceder en el servicio a Dios y a su Santa Iglesia.

Mons. Vicente Bokalic CM, obispo de Santiago del Estero