Celebramos la Solemnidad del Corpus Christi, la Fiesta de la Eucaristía. Estamos en el ámbito de la última Cena en la que Jesús les deja a los apóstoles, a modo de testamento vivo, su presencia: "Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomen, esto es mi Cuerpo. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó? y les dijo: Esta es mi sangre, la sangre de la Alianza, que se derrama por muchos" (Mc. 14, 22-24).
En torno a esta presencia del Señor resucitado fue naciendo la Iglesia, así nos lo vemos en san Pablo: "Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he trasmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: Esto es mi Cuerpo que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía" (1 Cor. 11, 23-24).
Volver a estos textos es volver a ese ámbito único de la última Cena en el que el Señor hoy nos sigue congregando. No se trata de algo accesorio o secundario, la celebración de la Eucaristía es central en la vida de fe porque hace presente el sí de Dios en Jesucristo al hombre, como fuente de su Alianza definitiva. Esta conciencia era muy viva en los primeros cristianos que, incluso en tiempos de persecución, decían: "no podemos vivir sin la eucaristía, sin la misa del domingo". Si bien la eucaristía es, además, objeto de adoración y a esto hay que valorarlo es, ante todo, celebración de la fe con lo que ello implica de participación y de envío misionero.
El Concilio Vaticano II lo dice claramente. "La eucaristía es fuente y culmen de la vida cristiana" (LG. 11). Si queremos comunidades orantes, servidoras y misioneras debemos formar comunidades que tengan su centro en la celebración de la eucaristía. Este es un desafío y una exigencia, principalmente para el celebrante, que en la persona de Cristo preside la eucaristía. El Señor nos ha dejado la potestad sagrada, por el sacramento del Orden, para actualizar el misterio de su Pascua: "Hagan esto en memoria mía". Ciertamente, esto no exime a cada cristiano de ver con ojos de fe su presencia y compromiso en la celebración de la eucaristía, y no depender del carisma del celebrante. La celebración de la Eucaristía nos debe mover a ingresar en un ámbito religioso que tiene su fuente en Dios, que nos congrega por su Hijo en la vida y misión del Espíritu Santo. Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo, administrador Apostólico de Santa Fe de la Vera Cruz