Nosotros sabemos que Dios se comunica de muchas maneras. Así, por medio de la belleza y majestad de la creación nos expresa su poder y cercanía. Del mismo modo que a un artista lo conocemos por sus obras, a Dios lo empezamos a percibir por medio del universo, fruto de un proyecto de su amor.
A lo largo de la historia de Israel, Dios habló por medio de los Patriarcas, especialmente por medio de Moisés y los Profetas. Y “ahora, en el tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo” (Hb 1, 2).
En la Navidad leímos del Evangelio de San Juan “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Una vez más expresión de cercanía y afecto.
Dios nos busca para encontrarnos. Él dialoga con nosotros como amigo. La Constitución Dogmática “Dei Verbum”, acerca de la Divina Revelación, con belleza enseña: “Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (Concilio Vaticano II, Dei Verbum 2).
La Biblia, entonces, no es solamente un libro. Nos comunica una Palabra que busca entrar en diálogo con mi vida, iluminarla, despertarla. Nos muestra el camino para que tengamos vida en abundancia. Nos inquieta y estimula a ponernos en camino para superar el conformismo y la mediocridad.
Unos cuantos me han dicho que redescubrieron la Palabra de Dios en este tiempo de la pandemia para rezar; para buscar respuestas a tantos interrogantes: ¿qué me dice Él con todo esto que está pasando? En las celebraciones que se transmitieron por TV y redes sociales, pudieron prestar más atención a la Palabra proclamada, y sin distracciones.
Si tan grande es el don que Dios nos hace, todos los creyentes somos responsables de conocer la Sagrada Escritura y transmitirla de una generación a otra. No es un libro entre otros para juntar tierra en una biblioteca. Debe estar a mano para acceder cotidianamente a su encuentro.
Un gran santo tuvo una expresión muy fuerte y que conmueve: “Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo”(San Jerónimo). Murió en Belén en el año 420. El Papa Dámaso I le encargó traducir toda la Biblia del hebreo y el griego al latín, para que fuera más accesible.
El mismo Cristo es la Palabra de Dios encarnada, es el cumplimiento pleno de las promesas de Dios.
No sé si prestaste atención a un par de gestos que se realizan durante la celebración de la misa. Al inicio, el obispo, el sacerdote y el diácono besan el altar. Al terminar de proclamar el Evangelio se repite el mismo gesto con el Libro de la Palabra. Es una manera de expresar la fe en que Dios nos alimenta en dos Mesas, la de la Palabra y la de la Eucaristía, ambas necesarias para sostenernos en nuestra peregrinación en la fe. Cristo mismo nos nutre con el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía.
Este Domingo en todo el mundo nos dedicamos a resaltar el lugar que la Palabra de Dios tiene en cada creyente y en la vida de la Iglesia. El lema que se nos propone está tomado de una frase de la Carta de San Pablo a los cristianos de Filipos: “Mantengan firme la Palabra de vida” (Flp 2, 16). A aquellos primeros cristianos el Apóstol los alienta a la fidelidad en medio de un clima social y cultural perverso y extraviado. Esa firmeza en la Palabra es el camino para poder ser signos de contradicción y mostrar otra alternativa a la mediocridad e individualismo.
En el Evangelio que se proclama este domingo, Jesús predica anunciando la cercanía del Reino (Mc 1, 14-20) en Galilea, en ese tiempo considerada como la periferia. Y allí llama a sus discípulos.
El lunes pasado en la noche nos vimos sorprendidos por un fuerte terremoto en la Provincia de San Juan. Vivimos momentos de alarma y angustia que se fueron serenando con el correr de las horas al constatar que no había víctimas fatales. Sin embargo, los daños materiales son importantes. Cientos de familias quedaron sin vivienda, si bien la que tenían era sumamente precaria. Rescataron de entre la tierra y los escombros algo de ropa y unas pocas cosas más. Perdieron todo lo que te puedas imaginar: mesas, sillas, ropa de cama, platos, muebles… Están durmiendo a la intemperie con el miedo a las hormigas, alacranes, mosquitos.
En estas circunstancias y con el calor agobiante se hace necesario contar con agua potable, elementos de higiene, de todo. En cada Parroquia se reciben donaciones para derivar por medio de Caritas, agua, alimentos, camas, colchones. Son hermanos nuestros, no los abandonemos.
Mons. Jorge E. Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo