Queridos hermanos:
En este Santuario emblemático de la diócesis y del sur de la provincia estamos celebrando con gran alegría la ordenación sacerdotal de Maxi, quien está acompañado del cariño de su familia, amigos y de todos nosotros. A causa de la pandemia muchos no han podido venir pero pueden seguir la celebración a través de las redes.
¡Qué gran don es el sacerdocio! ¡Puro e inmerecido don!, fruto del inmenso amor misericordioso del Padre. Por eso hemos de valorarlo intensamente y vivirlo con una fidelidad constante.
Iluminados por las lecturas bíblicas que has elegido quisiera poner el acento en dos certezas que, aunque parezcan obvias, son claves a la hora de vivir el sacerdocio:
1. “El ministerio es fundamentalmente un don”. En la primera lectura San Pedro les pide a los que escribe que “pongan al servicio de los demás los dones que han recibido”.
Esto quiere decir que tus carismas personales, Maxi, no son para tu usufructo privado sino para ponerlos al servicio del bien del pueblo de Dios y esto ha de ser siempre. No sólo ahora que recibís con entusiasmo el sacerdocio que tanto has anhelado y por el que estuviste preparándote todo este tiempo, sino también cuando, luego de un tiempo de ejercitarlo, comiencen a aparecer el cansancio, la aridez, la incomprensión, el fracaso…
Que puedas sentirte “instrumento” en manos del Dios Providente que gobierna la historia y así logres secundar con docilidad sus proyectos, muchas veces incomprensibles, buscando siempre “la gloria de Dios y la salvación de las almas”, como único objetivo al cual constantemente te has de referir.
2. “Has sido enviado”. En el texto del Evangelio leemos que Jesús se aparece en medio de los apóstoles que estaban encerrados, desconcertados y llenos de temor…
Su presencia de Resucitado los llenó de alegría mientras les transmitía su paz, esa paz que sólo Él puede dar y que anhelaban luego de la terrible experiencia de la pasión y la Cruz.
Una vez que salen de su estupor ante el Señor, éste sopla sobre ellos transmitiéndoles su espíritu y enviándolos a perdonar los pecados, es decir, dándoles el poder de liberar a los hombres de la peor de las esclavitudes: la del pecado.
Vos también hoy serás ungido con el Espíritu Santo y serás enviado a enseñar, bendecir, perdonar, sanar, alimentar… No vas en nombre propio, vas en nombre de Jesús y de su Iglesia y esa conciencia ha de ser clave a la hora de tu servicio ministerial.
Has de ser como Juan Bautista, “testigo de Cristo”, tendrás que hablar a los otros de tu experiencia personal del él. Si los apóstoles no hubieran experimentado la presencia y cercanía del Resucitado, no sólo en el tiempo de las apariciones como Resucitado sino también después de la venida del Espíritu Santo, hubieran sucumbido con facilidad ante la fuerte oposición y los grandes obstáculos que se les presentaron ya sea por parte de los judíos al inicio, como del Imperio Romano después.
Tendrás que hablar a los hombres de lo que “has visto y oído” y eso será posible si buscás unirte constantemente a él manteniéndote fiel a la lectura diaria y orante de la Palabra de Dios, a la adoración y a la alabanza; siendo perseverante en el acompañamiento espiritual y entregándote con empeño y sacrificio al Pueblo de Dios.
Qué el Señor de la Buena Muerte, en cuyo santuario descubriste tu vocación y María Inmaculada te guíen en este ministerio que ahora recibirás.
Mons. Adolfo Uriona, obispo de Villa de la Concepción del Río Cuarto