Jueves 28 de marzo de 2024

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Ordenación diaconal de Gonzalo Castro

Desgrabación de la homilía improvisada de monseñor Mario A. Cargnello, arzobispo de Salta, en la ordenación diaconal de Gonzalo Castro (Cafayate, 7 de noviembre de 2020)

Hermanos queridos, mi queridísimo padre Pablo, Gonzalo, sacerdotes, diácono, seminarista, familia de Gonzalo, el papá, la mamá, hermana, la sobrina… hermanos todos.

Tenemos que situarnos en el año que nos toca vivir; difícil para toda la humanidad. La pandemia nos ha descolocado, pero por otra parte nos ha dicho y nos vive diciendo cada día, que somos simplemente hombres, seres humanos; no somos dioses, no logramos dominar ni terminamos de conocer qué es este virus, cómo obra, por qué se muta, y todo eso nos desconcierta, pero nos invita a ser humildes y a levantar la mirada a Dios. Esta celebración es un acto de honor, ofrecido a Dios, y Dios nos va a regalar, como decíamos al comienzo, su Palabra, su Cuerpo y su Sangre, y en el corazón de la Iglesia nos va a regalar un diácono en la persona de nuestro querido Gonzalo. Es un momento en el cual, sólo si nos ponemos en una posición de humildad, podemos entender y celebrar este regalo, y el regalo que significa que nosotros seamos miembros vivos de esta Iglesia que nos da un diácono.

En segundo lugar, nos da el contexto del Año Mariano Nacional; no hay dudas de que Dios nos va a regalar mucho, de cosas que nosotros aún no alcanzamos ver pero que está trabajando en el corazón de la humanidad. Desde el amor materno, femenino y materno de la Santísima Virgen, para transformar el mundo y la Iglesia, y para que la humanidad de un paso adelante; sin expectativas de creer que todo va a cambiar a lo romántico, pero sí con la confianza y la esperanza de que Dios nos puede hacer mejores, nos va a hacer mejores, porque Él no deja de trabajar, según lo dijo Jesús “mi Padre siempre trabaja” y trabaja por el Espíritu convirtiendo nuestros corazones. Y es ella, la Santísima Virgen, la que sigue gestando a Jesús en la Iglesia. Indudablemente que hoy lo hace de una manera especial y con una fuerza nueva en esta catedral de Cafayate en la persona de Gonzalo y también en nosotros, que estamos reunidos aquí. María sigue trabajando al lado de Jesús y del Padre, y sigue dando a luz a Jesús en el corazón de la Iglesia, porque la Iglesia es María actuando en la historia; y es la Iglesia la que está recibiendo y dándonos este regalo del diácono. Dentro del Año Mariano, después de haber esperado mucho, porque las circunstancias han sido las que fueron, la muerte de monseñor Demetrio, el tiempo de espera que ha respetado con escrupulosa fidelidad el padre Pablo, en el sentido de espera el año para tomar la decisión, según la disposición de la Iglesia; él es el administrador apostólico, él es la autoridad en nombre del Papa aquí, y tomó la decisión cuando lo podía hacer y con el apoyo de la Iglesia, a través de la Nunciatura

(que significa la delegación del Papa); lo acepta como candidato y pide la ordenación. Coincide en el día en que celebramos la memoria de María, Medianera de todas las gracias. Todo lo que nos da Jesús nos lo da a través de María y tiene el color, el sabor y el olor materno de la Santísima Virgen. En ese marco Dios nos va a regalar un diácono.

Desde el origen de la Iglesia, como escuchábamos en la segunda lectura, la Iglesia se descubre a sí misma como la servidora, como servidora de la humanidad. Prolongando la presencia de Jesús, lo anuncia con su Palabra, celebra la Eucaristía, sostiene a los cristianos. Los cristianos aumentan en número, la demanda se hace exigente y termina superando a los apóstoles. ¿Entonces ellos que hacen? Se reúnen y deciden elegir siete diáconos, siete servidores. Eso quiere decir la palabra diácono. Porque si la Iglesia no sirve a los demás, no sirve como Iglesia. La Iglesia está para servir a la humanidad. La Palabra es un servicio, la Eucaristía y los sacramentos constituyen un servicio. Pero eso también se traduce en el servicio a los más necesitados y los más pobres. ¿Quiénes eran los excluidos de aquella época? Los niños, los pobres, las viudas y los enfermos. Para servicio de ellos, nacen los diáconos para que, a la Iglesia, las personas de los diáconos, les griten, nos griten que, si la Iglesia no sirve a los demás, no sirve.

Hoy nosotros, en la Iglesia particular de Cafayate, nos vemos enriquecidos porque el Señor lo elige a Gonzalo para ser diácono. Su diaconado, es el último escalón en el camino hacia el presbiterado; es decir, no es como Pedro que es diácono permanente. Gonzalo es diácono para llegar a ser presbítero, pero debe incorporar en su existencia, para poder ser un verdadero servidor, como presbítero, el estilo del servicio. Hoy más que nunca si no lo entendemos, si no nos damos cuenta en dónde estamos parados, si alguien pretendiera ser cura para conseguir un puesto de honor, pero la “pifia” por donde la mire. Porque gracias a Dios vamos perdiendo protagonismo social, como político o de influencias, y nuestra influencia se gesta, se da, se gana día a día, cuando efectivamente somos servidores. Aprender a ser servidores es un arte que se adquiere cada día, porque la tentación de quedarnos, de “achancharnos” (perdonen que diga así, pero ahí me van a entender) de aburguesamiento, nos ganan la ambición, nos ganan la tentación, nos gana el pecado. Por eso todos los días tenemos que pedir, los diáconos, los curas y nosotros los obispos también, en primer lugar nos toca a nosotros, la gracia de ser servidores, de estar atentos. Por eso en la oración de la misa de hoy, se pide por el diácono, que tenga disponibilidad en el servicio, que esté abierto al servicio. Es lo primero que se pide. Que pueda ser servidor. Le decíamos al Señor al comienzo “concede a este hijo que hoy eliges disponibilidad en su entrega”, es lo primero. Que tener ese espíritu de darse, de no quedarse, de no sucumbir a la tentación, que lo sentimos nosotros y que lo puede sentir también un padre y una madre, que al principio se entusiasma con el hijo y después lo deja; no

está atento. Nosotros tenemos que trabajar permanentemente para renovar el espíritu de servicio; para tratar de no cansarnos y si nos cansamos, recuperar fuerzas. No hay otro sendero, ese es el estilo de Jesús. Ese es el estilo de Jesús. Para eso el Señor desde la eternidad lo pensó a Gonzalo y hoy, 7 de noviembre, lo ordena diácono y esperemos que pronto presbítero, cuando los tiempos que marca la Iglesia se cumplan. Pero ese modo de ser lo tenemos que incorporar, disponibilidad en el servicio.

Nosotros aquí realizamos un misterio porque ese Dios que le decía Jeremías y a ahora a Gonzalo “antes de formarte en el vientre materno yo te conocía, yo te había consagrado, te había constituido profeta” hoy se lo grita a Gonzalo y le dice: Yo desde siempre te he pensado. Y ahora nos lo entrega a la Iglesia. Pero, hermano (Gonzalo), abrite a la disponibilidad para el servicio. Y vale la pena entregar la vida por Él, vale la pena.

En segundo lugar, ese servicio se traduce en la caridad. Solo el amor puede darnos fuerza para servir, para detectar al que lo necesita, para abrirnos a todos, para no cerrarnos en particularidades, para poner en el corazón a todos y no excluir a nadie; teniendo prioridad en el corazón, los más pobres, los marginados, los excluidos; lo que el Papa Francisco llama “el descarte”. Si en esa época eran los ancianos, las viudas en particular, hoy siguen siendo los ancianos los marginados, aparecen los niños abandonados en número grande, los jóvenes que no encuentran rumbo, que por eso se entregan a veces a adicciones para evadirse; aparece la pobreza social pero también la pobreza espiritual, la falta de horizonte y de estilo; ahí hay que trabajar. Por eso le pedimos al Señor esa gracia. Y ¿Dónde nace la capacidad para eso? Sólo en el amor. En el Evangelio nos decía el Señor: “Como el Padre me amó también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos permanecerán en mi amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes y ese gozo sea perfecto”. Desde el amor del Padre nos va a decir: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. En el corazón de un consagrado, diácono, presbítero, obispo, si no entran todos, termina no entrando nadie. La tentación de limitarnos a un grupo, a un sector la tenemos todos, pero no podemos excluir a nadie; también eso se aprende. Eso hace a la disponibilidad y hace a la entrega efectiva por todos. Más allá de antipatías o de simpatías que todos los tenemos, en un corazón sacerdotal, diaconal, no podemos excluir a nadie; y eso solo nos lo da el Señor. Y ahí entra el tercer pedido que también se te preguntará (Gonzalo) enseguida, cuando hagas las promesas. El tema de la oración, del diácono y del presbítero. Vos ahora entrás ya oficialmente a hacerte cargo de la oración de la Iglesia por el Pueblo de Dios. La gente tiene derecho a que vos reces la Liturgia de las horas como se lee ahí. Y de alguna manera, cuando nosotros le huimos a eso, estamos cometiendo una verdadera injusticia con el Pueblo

de Dios. Porque nuestro amor nace del vínculo con Jesús; entonces podemos hablar del amor. Pero la tentación de excluir la tengo yo, la tiene cualquier hijo de vecino, la tenemos todos. Todos los días aprendemos en el encuentro con Jesús; descubrimos que a alguien excluimos. Le pedimos perdón y fuerza para no excluir a nadie, tratamos de crecer en el amor de Dios y eso hasta morir, ni un día antes. Por eso la Iglesia pide el compromiso de que nos juguemos en esto. Es una exigencia para nosotros, pero tampoco es una carga, es una necesidad. Para poder sentir aquello de “Yo los llamo amigos”, “No hay mayor amor que el que da la vida”, solo se madura en el tú a tú personal con Jesús. Cuando la gente nos dice “padrecito, rece por nosotros” confía en que efectivamente le damos algo de tiempo al Señor. Por eso nuestro compromiso con la oración es de “sí o sí”; de fidelidad y de identidad, y de verdadero servicio. Y ahí nace si es real y es lo que debe ser, nace un amor más grande con la gente. Un ejemplo, la Madre Teresa de Calcuta. ¿De dónde sacaba fuerzas esta monja para poder servir a los más excluidos? Se levantaba a las tres de la mañana a rezar y a las monjas les exigía eso, y no aflojaba. No es eso lo que se nos pide a nosotros, pero sí que recemos.

Y por último la opción por el celibato. También la presentarás. ¿Tenemos autoridad para hablar del celibato en esta hora en que somos cuestionados los curas como pedófilos, pederastas y no creen en nosotros? ¿Podemos seguir hablando? Debemos seguir hablando. Porque el tema del celibato tiene que ver con Él, con el Señor; por eso supone la oración, es un don que hay que pedir. Si hay algo que la Iglesia ha madurado en estos últimos años es eso. El celibato se tiene que pedir todos los días porque es un don de Dios. Supone un estilo de vida de que respetemos el modo de tratar, el modo de tratarnos a nosotros y de tratar a los hermanos. Pero fundamentalmente es un don de Dios. El celibato da libertad y amplitud para no excluir a nadie. Es santo el matrimonio, santísimo; y es santa también la vida del célibe. En el celibato mío, mucho a tenido que ver, más allá de mis debilidades y pecados, ha tendido que ver el testimonio de matrimonios generosísimos a su fidelidad; de ver que se quieren, que se perdonan, que a veces si uno cae el otro lo levanta, y al revés también. Han sido sostenes para mí. Y a la vez también para los fieles la actitud sacerdotal los ayuda y nuestras fallas les duele. Lo que nosotros padecemos, no solo lo padecemos los curas, lo padecen también lo fieles. Porque en el fondo del alma del ser humano, ¿qué piden de la Iglesia? Santidad. ¿Qué necesitan? Santidad de vida. Las obras que hagamos hay que hacerlas; pasará. Las palabras que digamos conseguirán sus frutos, por obra del Espíritu; pasarán. Pero la santidad queda como el gran regalo a la Iglesia. Y el celibato es un espacio donde la libertad para tratar con Jesús, nos ayuda para ser para ustedes, queridos hermanos, testimonio de un buen pastor que da la vida por las ovejas. Si no se entiende desde ahí se nos viene abajo. Si queremos justificarnos desde miradas que son buenas pero parciales; la solo

psicología (no dije la psicología, sino solo la psicología o la sola psicología) o la sociología u otras ciencias, no terminan de mostrar este don que Dios nos ha dado y nos sigue dando. Y en eso hay de desarrollar una pasión misionera para salir y trabajar y comprometerse con los demás.

Gonzalo, Dios te da un don grande y también te va a pedir mucho porque te dado mucho, y porque te ha dado mucho te va a pedir. Pero nada es superior al don de Dios y Él te sostiene. Y además te sostiene la Virgen. Además, estoy seguro de que tus papás te han criado queriéndola a la Virgen. ¿Es así o no es así? Decilo públicamente. Bueno, eso no lo pierdás, por Dios, porque eso te va a sostener.

Mons. Mario A. Cargnello, arzobispo de Salta