Sábado 23 de noviembre de 2024

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"Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto (...)"

Palabras de monseñor Jorge E. González, obispo auxiliar de La Plata, en el día de su ordenación episcopal (Catedral de La Plata, 15 de septiembre de 2020)

Con estas palabras del Deuteronomio el antiguo israelita profesaba su fe en el Señor. Reconocía que Dios había intervenido en su vida con "signos” concretos; hacía memoria de la condición de peregrinos de sus antepasados, los reconocía como "gente en camino”. Camino de Alianza que marcará la espiritualidad por siempre.

¡Nuestro camino como creyentes es símbolo de nuestra propia peregrinación hacia el encuentro definitivo con el Padre! La llamada, inicio de todo camino, viene no cuando queremos nosotros, sino cuando nos disponemos verdaderamente a la escucha. Y es también recorriendo el camino, como la fe es puesta a prueba, madura y crece día a día al constatar la presencia de Dios en medio nuestro, rica en signos de amor y misericordia.

La escena de los peregrinos de Emaús narrada por Lucas en su Evangelio y de la que tomé el lema episcopal: "Se acercó y caminaba con ellos” siempre marcó con fuerza mi vida. Es justamente este acompañar de Jesús a sus discípulos, este caminar de Jesús junto a nosotros, el que da inicio a la imagen de una iglesia peregrina, en movimiento, llamada siempre a descubrir el rostro de Cristo en el misterio central de su vida: la Eucaristía.

Un camino recorrido con los hombres y mujeres de nuestro tiempo, aprendiendo a dialogar con lo bueno y desafiante de sus búsquedas, preguntas y por qué no, provocaciones.

Se trata de acercarnos con el respeto, la discreción y la curiosidad de quien busca descubrir qué anhelos y necesidades alberga hoy el corazón humano, para ser capaces de comunicar con coherencia el mensaje de la salvación. Como nos dice el Papa Francisco "Caminar con los otros y entrar en diálogo, que es mucho más que la comunicación de una verdad. Se realiza por el gusto de hablar y por el bien concreto que se comunica” (Cf. EG 142). Comunicación que se hace Anuncio: "Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte”. Dice Evangelii Gaudium, un anuncio que "exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad, que una notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a una pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas” (EG 165).

De este modo, el peregrino se convierte en profeta: habla al corazón, anuncia la esperanza y la paz, como nos pide el Señor por boca de Isaías: "Consolad, consolad a mi pueblo...” (Is 40,1). A los que me conocen desde hace tiempo, seguramente les resuenan estas palabras del profeta. Recen para que mi pastoreo alcance el consuelo del Señor a todos, siendo testigo de la misericordia y de la ternura del Señor, que sacude a los resignados y reanima a los desanimados. Proclamando siempre: Dios es misericordia. Él es nuestra Paz. Nosotros sus peregrinos.

Aunque desde hace un tiempo no muy largo esta Catedral ha sido "mi casa”, esta tarde acabo de entrar como peregrino.

Como peregrino traigo en mis espaldas los pasos que he dado desde niño en los rincones de la vida de esta Iglesia que camina en La Plata. Soy platense de varias generaciones y mis raíces familiares se entremezclan en la historia de esta ciudad. Entro como peregrino y salgo como nuevo peregrino, consagrado pastor al estilo de Jesús herido, muerto y resucitado. Con un anillo de fidelidad, una cruz en el corazón, un bastón para guiar y apoyarme...

Hace años me postré en este mismo suelo, como tantos de ustedes, queridos curas.abrazamos esta tierra para que recibiese nuestra vida y ser así ordenados. Muchos hoy están acá, otros que, aunque estén lejos físicamente, también los siento presentes, reconociendo también esa comunión misteriosa entre aquellos que han abierto camino antes en esta misión y en esta Iglesia, y ya duermen en la paz de Cristo. Los obispos no son nada sin los curas. Por eso les pido que sigan estando cerca, compartiendo mis alegrías, enseñándome, acompañándome en mis sufrimientos, aceptándome en mis límites, brindándome cariño sincero. Los necesito. ¡Ténganme paciencia!

Estoy conmovido por la alegría que noto en tantos, y por los gestos y palabras de aliento y cercanía que me han manifestado en este tiempo. Interpreto que son signos que confirman. me dicen que ustedes son manos del Espíritu Santo. Ustedes, la Iglesia que aquí se congrega, me han moldeado en Cristo y deberán seguir formándome a su imagen; en un camino que me ha hecho más humano, más padre.

Mi Ordenación Episcopal acontece en un tiempo muy particular: la pandemia global ha profundizado y puesto en evidencia la crisis que veníamos atravesando en instituciones, dinámicas sociales, formas pastorales. Un tiempo que podemos convertir en una oportunidad para escuchar la voz de Dios y recuperar lo más genuino y esencial de la experiencia cristiana. Pido al Espíritu Santo la luz para saber discernir, y la docilidad y el coraje necesarios para vivir esta nueva misión pastoral: donde por momentos, como le gusta repetir al Papa Francisco, tendré que ir adelante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo; otras veces, en medio de todos con cercanía sencilla y misericordiosa; y en ocasiones, detrás del pueblo para ayudar a los rezagados, sin olvidar que el mismo rebaño tiene su olfato para encontrar nuevos caminos.

Siempre tengo en mi memoria el Testamento Espiritual del querido Cardenal Pironio, Siervo de Dios, ordenado Obispo Auxiliar de La Plata en el año 1964. Sus palabras, relato de su vida y de su pascua, se entretejían con el cántico y la alabanza de María, repetían una y otra vez: “Magníficat!”. ¡Como desearía que su vida inspire mi ministerio episcopal, la vida de un obispo que amó apasionadamente a la Iglesia y al mundo, y que con fidelidad a la Palabra de Dios supo indicar siempre horizontes y caminos de esperanza! Detrás de sus huellas y de tantas otras dejadas por pastores y testigos laicos en estas tierras del Plata, quisiera caminar con humildad, con conciencia de herencia y con entrega en la misión.

Magníficat! Dice María, nuestra Madre y Reina, la Virgen fiel.

Con ella, los invito a decir de corazón por lo que Dios ha obrado en cada uno de nosotros: ¡Magníficat! «mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora».

«Magníficat» por el camino que se abre. Tenemos por delante como Iglesia local, a la luz de las Líneas Pastorales que nos confió nuestro Arzobispo, la tarea espléndida de ser misioneros y, en Cristo, llamar a la conversión pastoral, revitalizar las comunidades, en un anhelo más creciente a la santidad y continuar esta revolución de la ternura que, exige estar más cerca de los pobres y sufrientes; para esto siento que ahora como Obispo el Señor me pone más que nunca entre todos, con todos y para todos.

«Magníficat» por ser testigo de tantas muestras de alegría y de cercanía. Del esfuerzo que muchos han hecho por estar hoy aquí o seguir la celebración desde sus casas en este tiempo tan particular... Como ya expresé, esto para mí es signo del acompañamiento de Dios a través de cada uno de ustedes.

«Magníficat» por la compañía que el Señor nos pone en el camino.

Por el testimonio y las enseñanzas del Papa Francisco, por la confianza que ha depositado en mí con el nombramiento para este servicio en la Iglesia y el mundo. Agradezco a nuestro Arzobispo Víctor Manuel, por su apoyo y cercanía al confiarme nuevas misiones, por conferirme la ordenación episcopal e incorporarme a su misión en esta Arquidiócesis. También a mi hermano Alberto, obispo auxiliar con el que trabajamos juntos. Gracias especiales a Mons. Guillermo Garlatti, Arzobispo Emérito de Bahía Blanca y a Mons. Gabriel Mestre, Obispo de Mar del Plata, quienes con su testimonio y amistad me han edificado a lo largo de la vida y me acompañan como co-consagrantes en esta celebración.

A todos los hermanos obispos, que hoy me reciben, Gracias por visibilizar que caminamos colegialmente. Tendré mucho para aprender y compartir.

Recojo la cercanía de todos los sacerdotes y seminaristas, los que han participado esta tarde y los que están rezando por mí. Abrazo con mucha gratitud a la Federación de Presbíteros de Schoenstatt con los que comparto desde hace muchos años la vida, los ideales y la misión.

«Magníficat» por la oración y el servicio de la vida consagrada y la vida laical. En mis años de ministerio pastoral ha sido un tesoro inmenso contar siempre con la presencia, apoyo y trabajo de tantos hermanos y hermanas laicos que en las comunidades parroquiales, en los Movimientos Eclesiales, en los Colegios y en distintos órganos de corresponsabilidad diocesana, pude conocer y compartir con ellos la fe y la misión.

«Magníficat» Mi corazón no puede estar más que agradecido por ustedes, papá y mamá, querida familia, por lo que compartimos, sufrimos y aprendí junto a ustedes. Gracias a todos los amigos, don que el Señor me regaló en estos años, a los de aquí y a los que están más lejos.

Aprovecho también la oportunidad para agradecer a las autoridades aquí presentes el habernos acompañado en esta celebración.

"Magníficat” porque este paso lo estoy viviendo en un Año Mariano Nacional. Es verdad que estos meses han impedido peregrinaciones, encuentros, celebraciones masivas, congresos... pero Nuestra Madre del Cielo no se escondió. ¡Sigue obrando en nuestras vidas! En lo personal lo vivo como un signo más de amor de María: siempre estuvo a mi lado. desde mi infancia crecí a la vida de fe en el Pilar, junto a una experiencia de Iglesia Conciliar; mi camino vocacional maduró a la sombra del Santuario de la Madre y Reina Tres Veces Admirable de Schoenstatt; mi experiencia de padre y pastor de una comunidad se fraguó en los largos años vividos en el Inmaculado Corazón de María de City Bell; este último año, así como breve, intenso, también lo pasé junto a Ella, la que permaneció al pie de la Cruz, la Dolorosa y es en su día que recibo la Consagración Episcopal ¡Gracias Madre!

Finalmente, si de gratitud habla mi corazón, no puedo dejar de mencionar a otro gran compañero de camino, al P José Kentenich, quien un día como hoy, hace 52 años, regresaba a la Casa del Padre. Su vida animó y motivó mi presbiterado. Su amor a María configura mi espiritualidad. Por eso elijo despedirme poniendo en mis labios algunos versos de una oración nacida en el infierno de un Campo de Concentración, desde el cautiverio vivido por este hijo de María.

Aseméjanos a ti y enséñanos a caminar por la vida tal como tú lo hiciste: fuerte y digna, sencilla y bondadosa, repartiendo amor, paz y alegría.

En nosotros recorre nuestro tiempo preparándolo para Cristo Jesús.

Amén

Mons. Jorge E. González, obispo auxiliar de La Plata