Queridos hermanos:
La solemnidad de hoy, que nos acerca a la grandiosa fiesta de la Asunción de la Virgen, nos dice que en la vida hay dos cosas que no son incompetentes pero que sí se relacionan la una con la otra: la razón y la fe. La razón es el pensamiento, la fe es aquello que se nos revela, que se nos comunica, que nosotros aceptamos y que nos invita a responder. Y entre razón y fe hay una realidad que no se nos puede escapar de las manos: el misterio, el misterio de Dios, el misterio de la Iglesia, el misterio de los hombres, el misterio de cada uno de nosotros. Ante esa palabra tan fuerte y tan profunda, el misterio, tenemos que acercarnos con humildad y con mucha confianza.
Pensemos en la fiesta que hoy celebramos, la Asunción de María. María está muy unida a la Ascensión del Señor porque está unida a su Hijo, al misterio. Y María es Inmaculada porque es la Madre divina de Dios, es Inmaculada, no tiene pecado original. María es la Virgen y en su pureza, en su integralidad, concibe virginalmente al verdadero Dios y verdadero Hombre. María es la Madre de Dios, Madre del verdadero Dios y verdadero Hombre. ¡María es mujer! Nos está hablando de lo divino y lo humano, de lo humano y lo divino
Tenemos que estar muy atentos a la maternidad de la Virgen que nos ayuda a cuidar no sólo el alma sino también el cuerpo. La vida humana. Es muy importante cuidar la vida humana desde el embrión, porque allí ya hay vida y es importante saber que la Virgen nos acompaña a cuidar la vida.
Luego, la Virgen es subida al cielo en cuerpo y alma, asunta, la Asunción; porque al no tener pecado original, al ser la Madre de Dios, Ella recibe por el amor de Dios el amor de la resurrección final. Y Ella nos protege, nos cuida, nos acompaña, nos ayuda a que seamos hijos y también seamos hermanos; nos tenemos que cuidar unos a otros.
La Asunción es patrona de esta querida diócesis, Avellaneda Lanús. ¿Y saben una cosa? La Madre quiere que sus hijos estén unidos, que se traten como hermanos, que se respeten, que tengan diferencias, que sean distintos, pero que se cuiden, se respeten y que se amen. La Virgen nos dice “hijos cuídense, respétense, valórense, ámense” Es cierto que en este tiempo tan difícil que estamos viviendo todos --con esta terrible enfermedad, tan artera, que viene por cualquier parte-- realmente debemos cuidarnos.
Ustedes no pudieron participar y venir a ver a la Virgen de cerca, pero Ella salió a visitarlos a ustedes y en estos límites de cuadras que fue pasando por las calles de la ciudad, la Virgen fue bendiciéndolos: “¡ánimo, no tengan miedo, no se desalienten, no se quebranten, no se angustien, no pierdan la paz, tengan confianza!” Hoy, la Virgen le dice a nuestra diócesis lo mismo: “¡ánimo, tengan confianza, no pierdan la paz y sigan adelante!”
En este día, glorioso y bello de la Virgen, yo tengo la partida de esta diócesis: presenté mi disponibilidad al Santo Padre y él aceptó libremente mi renuncia. Estoy llegando a los setenta y cinco años, está muy bien y es importante saber que hay que dejar lugar a otros para que vengan, porque en la Iglesia ninguno es poseedor absoluto de ella y que todos somos representantes del Señor en la Iglesia.
Es importante vivir las cosas en la fe, saber que uno se está acercando cada vez más a Jesucristo y reconocer que cruz y gloria son inseparables. Pero una cosa para mí es fundamental ¿saben qué?: lo vivido no queda en el pasado, lo vivido se convierte en memoria y la memoria es, de alguna manera, algo que pasó pero que se hace presente y que nos proyecta hacia el futuro; ¡la memoria es viva, el pasado es pasado!
Diecinueve años que el Señor nos ha encontrado; primero Avellaneda, inmediatamente Avellaneda Lanús; se nos abrió el corazón; se extendió la mesa; se pusieron más sillas; aumentó el número de comensales, es la realidad de Avellaneda Lanús. Nuestra Señora de la Asunción, también es Patrona de la Ciudad de Avellaneda. Ella desde siempre fue protegiendo el nacimiento de nuestra Ciudad, de Barracas al Sud. Ella crea identidad, pertenencia. Nos acompañó desde siempre. Formó, protegió, cuidó y acompañó nuestra Ciudad. Este patronazgo se extendió a la nueva unión: Avellaneda-Lanús. Ambas realidades están bajo su cuidado y patrocinio.
¡Diecinueve años! ¡Qué cosa hermosa! ¡Qué cosa extraordinaria! Los jóvenes, los niños, los seminaristas, los sacerdotes -varios de ellos ordenados por mí- hermanos en el trabajo presbiteral con el obispo, las religiosas, el pueblo fiel, las comunidades, las capillas, las parroquias, las instituciones todas ellas, siempre hay algo importante que se ha vivido. ¡Nunca dejen las cosas en el pasado! Conviértanlas en memoria. Y como se vivió en Dios, no se pierde, no se pierde. Así en cada uno de nosotros, los sacerdotes, los obispos, que vamos pasando de una comunidad a otra, así uno va agrandando el corazón al saber que el Señor está presente viviéndolo en su presencia.
Por eso, memoria. Yo me acordaré de ustedes y rezaré. Ustedes recen por mí. Pero también lo que es fundamental es que hay que preparar la llegada del nuevo obispo, cuando el Santo Padre lo envíe. Porque la Iglesia, habitada por el Espíritu Santo, está sostenida por las mediaciones y el nuevo obispo será aquél que el Señor quiera, que acompañe, que camine, que continúe con el Pueblo de Dios de Avellaneda Lanús. Prepárense, abran su corazón, acompáñenlo y, cuando se el momento, recíbanlo bien.
Todos tenemos proyectos, no hablo de mí, individualmente, pero es bueno que ustedes sepan, queridos fieles -algunos lo saben otros no- que hace algunos años vengo hablando con el Cardenal Poli: a los setenta y cinco años yo vuelvo a Buenos Aires -lugar de mis raíces, mi familia, mi fe, la parroquia- y allí voy a ser, si Dios quiere, capellán segundo de un hospital que informaré más adelante. Luego iré a una parroquia para que, dos veces por semana, pueda confesar y hacer dirección espiritual. Si alguien quiere verme lo podrá hacer cuando esté en esa parroquia. Nos vamos a ver todos los días en la Eucaristía, en la oración y en la Virgen.
Quiero que sepamos que la Virgen hoy nos hace tomar conciencia, de nuevo, de nuestra identidad y nuestra pertenencia; que tener fe es cosa esencial, no es algo secundario y es importante marcarlo en todos los ámbitos de nuestra vida.
Queridos hermanos, gracias por todo; rezaré por ustedes. Les pido disculpas y perdón si he hecho omisiones frente a ustedes en mi labor episcopal. Sigamos creciendo y amando a la Iglesia, porque cuando uno ama a la Iglesia está amando a Dios; y cuando uno ama a Dios está amando a nuestros hermanos. La presencia y el reconocimiento de Dios en las familias es algo muy importante, no es una segunda mano, no es una concesión así nomás ¡es vital! Porque cuando uno reconoce a Dios se encuentra a sí mismo y encontrándose a sí mismo encuentra a los demás.
Que Nuestra Señora de la Asunción los bendiga a todos, los cuide a todos y nos ayude a seguir haciendo lo que Jesús nos pide y lo que Él pide lo da, y porque lo pide lo da, está muy bien.
Que así sea.
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo emérito de Avellaneda-Lanús