Si bien en el texto del Evangelio de este domingo (Mt 15, 21-28), el Señor plantea la elección preferencial de Israel, también deja en claro la apertura de salvación a los paganos, como es el caso de la mujer cananea que se acerca a Jesús para implorar con fe: «Entonces Jesús le dijo: Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» (Mt 15, 28). Esta actitud de apertura a los que no eran el Pueblo elegido de Israel, ya se manifiesta incluso en el Antiguo Testamento. El profeta Isaías en la primera lectura de este domingo nos dice: «Y a los hijos de una tierra extranjera que se han unido al Señor para servirlo para amar el nombre del Señor y para ser sus servidores, [...] Yo los conduciré hasta mi santa Montaña y los colmaré de alegría en mi Casa de oración» (Is 56, 6-7).
Los textos bíblicos de este domingo nos ayudan a profundizar en un momento eclesial que puede ser muy fecundo para nuestro tiempo, en relación a la dimensión misionera. El Espíritu Santo nos anima sobre todo con el aporte del acontecimiento y documento de Aparecida y en nuestra Diócesis con la gracia de haber integrado rápidamente dicho documento en nuestro primer Sínodo Diocesano que nos dio como fruto las «Orientaciones Pastorales». La providencia ha obrado en la persona de nuestro Papa Francisco para impulsarnos decididamente en la misión.
Durante estos años nos hemos propuesto acentuar la conversión, comunión y misión. Ser una Iglesia abierta, atenta a los problemas y desafíos de esta época, desde un seguimiento más profundo como discípulos de Jesucristo, el Señor. Este es un gran don. En este tiempo buscaremos asumir y concretar dichas orientaciones pastorales, sabiendo que no faltarán cruces y sufrimientos para cumplir el mandato de la evangelización.
Quizás una de las mayores dificultades en la acción evangelizadora sea una rutina sin conversión y sin Pascua, que lleva a una falta de fervor expresada en la fatiga y desilusión de los discípulos, en el acomodamiento al ambiente y en el desinterés, en la falta de alegría y esperanza. Sobre esto el Papa Francisco nos dice en Evangelii Gaudium que el evangelizar llena de gozo el corazón del discípulo:
«La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. Primerear: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: "Seréis felices si hacéis esto" (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así olor a oveja y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a acompañar. Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe fructificar. La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe festejar. Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo» (EG 24).
En este domingo como esta mujer cananea que nos presenta el Evangelio queremos acercarnos a Jesús con humildad y con fe, pedir ser sus testigos y primerear en el amor y en el servicio.
Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo Domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas