Mis queridos hermanos:
El próximo 25 de julio celebraremos al Apóstol Santiago, declarado Patrono de Mendoza, vinculado principalmente a los primeros tiempos de la fundación de nuestra ciudad capital. Los registros históricos refieren las distintas ceremonias que tenían lugar en ocasión de esta fiesta, así como una estrecha conexión con las formalidades previstas en la asunción de nuevas autoridades. En aquellos tiempos Santiago expresaba cabalmente la identidad española, siendo un patrono reconocido como valioso protector: así dan cuentan las numerosas referencias al Apóstol.
¿Cómo celebrar hoy al Patrón Santiago, en este contexto de pandemia, de cuarentena y su consiguiente distanciamiento social, preventivo y obligatorio? De este tiempo se ha exaltado reiteradamente su carácter de inédito, por lo que significan hoy para la Humanidad esta enfermedad, la creciente pérdida de vidas a causa del Covid19 y el impacto que la lucha contra el virus ha causado en el desarrollo social y económico de hombres y pueblos.
Encontramos al Apóstol Santiago en momentos muy particulares del ministerio de Jesús. Con su hermano Juan, llamados por Cristo, dejan las redes para hacerse pescadores de hombres. En la Transfiguración, junto a Pedro y a Juan, será testigo anticipado de la gloria del Señor contemplándolo entre Moisés y Elías; más tarde, lo acompañará en su sentida oración en el Huerto de los Olivos. Esta cercanía de Santiago a Jesús, nos invita a renovar nuestra confianza en su intercesión. En el seguimiento del Señor y en la comprensión de su voluntad, Santiago puede ayudarnos, animando nuestra oración creyente y alentando el servicio generoso a nuestros hermanos.
Este año hemos querido proponer el camino de Santiago en clave de cuidado de la vida. El desafío de protegernos y proteger a los demás de la circulación del Covid19 no debe confundirse con una obsesión sanitarista de la Iglesia, como una suerte de rendición de lo religioso a los dictados de políticas estatales, sino como la auténtica comprensión de la responsabilidad de la Iglesia en el cuidado del bien común, así como la concreta aplicación del criterio de respeto que tiene todo don de Dios, en este caso la vida de las personas.
Como Iglesia, estamos llamados a resignificar nuestra cercanía para que el aislamiento y el cuidado nunca sea desentendernos y encerrarnos en actitudes egoístas, autorreferenciales e indiferentes ante lo que vivimos. Por eso nos ha conmovido la creatividad generosa de tantas comunidades y familias que han perseverado en la oración y la solidaridad. Admirados vimos cómo ante la imposibilidad de celebrar nuestra fe en Iglesias y templos, se multiplicó la conciencia de ser Iglesia doméstica en numerosas familias. Si Santiago, como Pedro y Juan, se quedaban dormidos aquella noche en Getsemaní y merecían el reproche triste del Señor, hoy Jesús tiene ante sus ojos un Pueblo despierto y dispuesto a vivir su fe con esperanza. El camino del cuidado que proponemos exige seguir poniendo signos del Reino de Dios en esta etapa dramática de la historia de los hombres.
Este camino del cuidado nos pide también empezar a pensar como comunidad eclesial, los próximos pasos, en esta dinámica sinodal que comenzamos el año pasado. Las celebraciones con poca presencia física nos seguirán acompañando por causa del temor responsable a contagios no deseados, así como las restricciones de las disposiciones sanitarias. Seguramente regresarán nuestras fiestas y asambleas, pero será de un modo gradual, lento y trabajoso.
Por eso, en esta dinámica de cuidado, será importante fortalecer la comprensión de la ministerialidad familiar de los bautizados, ahora asumida y valorada, especialmente por los esposos, padres y madres respecto de sus hijos; la asunción de nuevas responsabilidades por parte de los jóvenes, en diálogo respetuoso y responsable con las generaciones mayores, son un signo de la renovación de los espacios de evangelización y servicio que requerirá un mayor discernimiento en fidelidad a las ricas experiencias vividas; una nueva y creciente relación con los medios de comunicación, principalmente las redes sociales, entendidos en su carácter instrumental al servicio de la evangelización, nos pedirá navegar decididos a poner luz y profundidad, aún dentro de las aguas turbulentas de su fugacidad y la saturación desgastante de su uso excesivo.
Pastores y fieles estamos llamados a vivir con entusiasmo no exento de dolor y de preocupación, los tiempos que vienen. El cristiano animado por la esperanza que pone en Dios, es invitado a asumir y afrontar la historia como un espacio de realización personal y comunitaria, donde junto al Señor, en la Iglesia, se siente protagonista apasionado de la vida.
Que el testimonio misionero del Apóstol Santiago, aliente la vida de la Iglesia en Mendoza, intercediendo por sus hijos y fortaleciendo su comunión, concretada en nuevos modos de cercanía y amistad social. Discípulos misioneros del Señor Jesús, seamos testigos de un amor grande que crea puentes entre los hombres y se pone, como su Maestro, al servicio de sus hermanos
Mendoza, 19 de julio de 2020
A los ochenta años de la muerte del primer obispo de Mendoza, Mons. José Aníbal Verdaguer y Corominas
Mons. Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza