La primera palabra de la regla de San Benito es "escucha"…
Toca dar comienzo a mi ministerio de Pastor de esta Diócesis (y Provincia), en la Fiesta de San Benito Abad.
Permítanme desde un inicio entonces tomar algo de él.
Quiero empezar con la misma palabra de lo que marca su gran camino trazado por la regla.
¡ESCUCHA…!
Siento profundamente que es el primer paso que debo dar.
Escuchar la voz de Dios. Escuchar lo que susurra al oído el Espíritu. Escuchar sus mociones…, sus inspiraciones. Para ello primero entonces debemos despojarnos de lo que nos hace ruido y distrae. Porque nos podrá llevar por caminos equivocados.
Esto me lo digo a mí mismo y lo comparto también con la comunidad. En tan corto tiempo hemos dicho y escuchado tantas cosas y cuestiones que no nos deben distraer.
ESCUCHAR LO QUE ES DE DIOS…
Podría decir que ya lo vengo haciendo…, pero esto recién comienza.
Escuchar la historia que nos habla con sus hechos. Escuchar al pueblo que se manifiesta con sus esperanzas y también con su propia cultura. Escuchar a todos los fieles cristianos que darán su mirada cual paleta de colores que enriquecerán una nueva pintura. San Benito ha sido clave para la construcción de una Europa cristiana. Qué responsabilidad procurar y fortalecer la vida de fe un pueblo al que ya reconocemos como profundamente cristiano y en constante formación.
Un obispo, debe ser sin duda, padre de todos. Eso siento profundamente y eso intentaré vivir seriamente. Servidor desde la unidad. La Diócesis, debe ser la madre que da lugar a todos los carismas. Y como Obispo de esta Diócesis, eso procuraré con mucho esmero. Que todos sientan que tienen lugar en la Mesa. Y en esa mesa debo ser servidor de la comunión. Atendiendo a unos y a otros. Abriendo puertas para quienes deseen entrar y tendiendo puentes donde sea necesario.
Al poco tiempo del anuncio de mi nuevo nombramiento, un amigo me escribió: “Nadie se abraza a sí mismo, el abrazo, que es expresión de amor, es esencialmente un acto de unidad con el diferente, lo demás es vanidad, miedo y egoísmo”, y creo que sus palabras han sido casi proféticas y me han llevado a la oración. A preparar mi corazón para ello.
Claramente Jesús ha sido el abrazo del Padre para con la humanidad. Ha enviado a su propio Hijo para reconstruir la unión entre Dios y los hombres, quebrada por el propio pecado.
Deseo que mi aporte como nuevo obispo de San Luis, camine en esa dirección. Siguiendo los pasos de nuestro Maestro.
También hablaba mi amigo de la necesidad de: “Construir puentes… porque no hay puentes donde no haya obstáculos a sortear, pero el interés puesto en la voluntad de construir será la prueba del amor por el otro que, como se refiere en el evangelio ¿Qué mérito hay en amar a quién nos ama?”
Imploro a Dios me dé su Sabiduría y Prudencia, justamente para saber poner en práctica tan adecuado consejo.
Entre los tantos escritos que he recibido a lo largo de este tiempo (en el WhatsApp del Obispado de Laferrere), una señora puntana, a quien desconozco, me decía:
“Espero que, para comprendernos, de a poco pueda conocer a nuestro pueblo en sus tradiciones y costumbres sencillas que fundamentalmente están guardadas en nuestros parajes y pueblos del interior profundo. Ellos encierran tesoros de religiosidad popular no siempre comprendida y muchas veces sofocada por formas ajenas al sentir de la gente. Ojalá que pueda comprender aquellas cosas que tienen que ver con nuestra historia y que nos enorgullecen. Que pueda aprender a gustar y descubrir la poesía y belleza que encierran nuestras tonadas cantadas y acompañadas por nuestros guitarreros y también degustar bajo los árboles un chivito asado con chanfaina. Ojalá que nuestra tierra lo arraigue bajo su cielo siempre azul, con nuestro viento chorrillero, y con sus noches oscuras colmadas de estrellas. Nuevamente ¡bienvenido Monseñor! San Luis le abre sus puertas. Siéntase como en su casa.”
En primer lugar, quiero decirle gracias a esta mujer por sus claras palabras y por permitirme escuchar por medio suyo la voz del pueblo puntano que me habla desde el corazón. Podría poner muchas cosas más que me han escrito, pero quiero quedarme solo con sus consejos para no extenderme demasiado. Le sobra claridad. Y espero estar a la altura de las circunstancias como para ser fiel a lo que me indica, enseña y aconseja. También en usted, escucho la voz de Dios que me habla y me va indicando el camino a seguir.
En el Evangelio de hoy la Palabra nos recuerda la generosidad de Dios que multiplica al ciento por uno en respuesta a aquel que ha sido capaz de dejarlo todo por su nombre…
Hoy me toca dejar una historia, mi familia y mis afectos para empezar de nuevo. Nada lo hago por especulación ni esperando nada a cambio. Nada más lejos que eso. Pero no dudo de la abundancia y sobreabundancia que siempre he experimentado de parte de Dios. A la que nunca se me ha ocurrido mensurar ni mirarla de ese modo especulativo, pero puedo dar testimonio vivido de lo que afirma este Evangelio que acabamos de escuchar y los invito a vivir este Evangelio. A que cada uno de nosotros, desde nuestros propios lugares y particulares historias nos abandonemos a su Providencia, con la certeza de su generosidad.
El día que he recibido el anuncio de éste, mi nuevo destino, una vez más recé la oración que tan inspiradamente nos ha dejado el Beato Charles de Fouclauld:
“Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que fuere te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo. Lo acepto todo con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas…”,
esta oración nos lleva al mismo destino al que nos invita el Evangelio de hoy.
Finalmente, les comparto una nueva cita de la Palabra de Dios. Lectura que correspondió a la Misa del lunes pasado, del Profeta Oseas. Fue al rezar la primera Misa que he celebrado en San Luis, como obispo electo y decía lo siguiente:
“Así habla el Señor: Yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón…
Aquel día -oráculo del Señor- tú me llamarás: "Mi esposo"…
Yo te desposaré para siempre, te desposaré en la justicia y el derecho, en el amor y la misericordia; te desposaré en la fidelidad, y tú conocerás al Señor”.
El anillo episcopal que llevo en mis dedos simboliza la Alianza con la Iglesia a quien me entrego en calidad esponsal. Hoy esta Iglesia, mi esposa amada, es San Luis. Y deseo firmemente que tal entrega me lleve justamente, al servicio de la justicia y el derecho. Al amor y la misericordia. Para llevar a todos al encuentro del Señor como una Iglesia sencilla, servidora, de puertas abiertas para todos. Que desde el camino de la justicia practique la misericordia. Y camine humildemente junto al pueblo hacia Dios.
Normalmente cuido en las homilías no hablar de mí mismo. Pero hoy…, corresponde…
Reciben un nuevo obispo con 32 años de vida sacerdotal y 6 años de episcopado.
Tengo la certeza de que soy un pecador al que Dios ha elegido para este ministerio de pastorear hoy, San Luis. También la certeza de su gran misericordia para conmigo. Si quieren conocerme, comienzo cada día de mi vida rezando, poniendo todo en las manos de Dios porque si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles.
Aprendí que siempre debe trabajarse en equipo. Y el único centro de la tarea evangelizadora es Jesucristo. Amo la rectitud, la justicia y la verdad. Tengo aversión por la mentira y la falta de transparencia. También aprendí a poner las cosas sobre la mesa y no temo en hablar, ni en decir lo que haya que decir. Solo busco hacer lo que corresponda. No es difícil trabajar conmigo siempre que se lo haga desde la verdad.
A nivel sacerdotal sepan que los voy a acompañar y cuidar. Los voy a animar y corregir si fuera necesario. Siempre hablando y dialogando sin miedo. No me preocupan las diferencias de pensamientos o de criterios, lo que no se puede jamás perder es el respeto y la comunión. Esos son los ejes esenciales para con el obispo. Si queremos ser eclesiales de verdad, nada puedo yo sin ustedes y nada pueden ustedes sin estar en comunión con el obispo.
Con los Consagrados buscaré trabajar juntos desde el carisma propio y la especial comunión, convivencia y respeto de todas las formas de vida consagrada. Reconociendo la igualdad en importancia del propio llamado.
Los Diáconos Permanentes, sepan que tendrán un obispo que los reconoce, apoya y ayudará a que esa vocación crezca en la Diócesis. Apoyarlos a ustedes no es mérito propio… sino tan solo respetar los dones particulares de la Iglesia.
Y finalmente, con los laicos, sepan también que tendrán un padre que caminará junto a ustedes y quiere conocerlos y reconocerlos. Ustedes son la sal de la tierra y la luz del mundo, la levadura escondida en la masa, que fermenta la vida del Reino en la sociedad. Iguales en dignidad con las demás vocaciones. Son ustedes los que siempre, nos animan y sostienen a los sacerdotes y consagrados. Con su apoyo, con sus oraciones, con su entusiasmo vital. Desde diversos lugares, parroquias, comunidades o movimientos, ustedes son también y principalmente, los convidados a esta gran Mesa donde todos somos comensales y donde nos alimentamos de Dios para llevarlo a los hermanos. Mesa a la que, como dije más arriba, he venido para servir.
Sueño con una Iglesia verdaderamente Madre que cuida a sus hijos, los protege y sale a buscar al que quedó fuera de su abrigo. Una Iglesia que se caracterice por ser madre y no jueza. Que levanta al que está caído, al que está herido por la vida o por sus propios yerros. Una Iglesia que se fortalece con la comunión con las demás Iglesias Particulares de la Argentina, por eso buscaremos siempre ser parte de las pastorales a nivel región y nación. Una Iglesia que trabaje en forma conjunta con los ciudadanos y con las autoridades del estado provincial. Sueño con una Iglesia que no pierda tiempo en sí misma…, sino que salga permanentemente al encuentro, abriendo puertas…, tendiendo puentes…; que no mira desde arriba, sino que desde el lugar del justo.
Una Iglesia que camina en comunión con sus pastores y muy especialmente con nuestro Papa Francisco, ahondado y haciendo vida su cercano, profundo y simple magisterio. Magisterio que, no solo mira hacia dentro de la propia Iglesia, sino que vela por el bien común de la humanidad como lo hizo con su encíclica Laudato Si, la cual velaremos por no solo conocer sino, especialmente ponerla en práctica, ya que la misma es un claro camino no solo de trabajo eclesial sino, una gran oportunidad para el trabajo ecuménico y también para con aquellos que no comparten nuestra misma fe pero que forman, al igual que nosotros, parte integrante de la Casa Común, a la que debemos con urgencia cuidar, dado el grave peligro de pronta destrucción.
Se que cuanto digo es posible. Y lo lograremos si cada uno cumple con su parte y todos formamos entonces, unidos por un mismo Espíritu, el único cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
Virgen María, nos ponemos bajo tu amparo.
San José, llevamos de tu mano, como lo hiciste con tu hijo Jesús.
San Luis Rey, cuida a tu pueblo que te ama entrañablemente como su santo y patrono.
AMEN.
Mons. Gabriel Bernardo Barba, obispo de San Luis