Queridos hermanos:
Una vez más constatamos que la Gracia de Dios y el Espíritu Santo conducen a su Pueblo. En este diálogo que Jesús tiene con los Apóstoles les pregunta: “¿ustedes qué dicen, quién soy?” para escuchar la respuesta de Pedro “¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo!” y Jesús, admirado, dice “ni la carne ni la sangre te lo han revelado, sino mi Padre que está en el cielo; yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Es el Señor, con el Espíritu Santo que guía y conduce a la Iglesia, que elige a hombres. Pedro, precipitado, impetuoso, con sus flaquezas, con sus debilidades, es elegido por el Señor para que dé testimonio con su vida y Pedro es fiel hasta el final.
Por eso respetamos la figura del Santo Padre, porque “no es la carne ni la sangre sino que es el Espíritu de Dios” quien lo guía. Ayer Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI, hoy Francisco. Cuando vemos a Francisco vemos al Cardenal Jorge Bergoglio pero estamos viendo a PEDRO. Tenemos que tener una mirada siempre sobrenatural. Cuando uno mira con fe, sobrenaturalmente, ve mejor y ve más. De allí que hoy recemos especialmente por el Santo Padre.
La figura del Apóstol Pablo, aquél que persiguió encarnizadamente a la Iglesia, en Damasco Dios lo tira de un caballo y lo convierte. “¡Saulo, Saulo ¿por qué me persigues?” Esta es la consecuencia fundamental: después del encuentro viene inmediatamente la conversión y después de la conversión viene el cumplimiento de la misión. Pero si falta el encuentro no hay conversión y si no hay conversión no hay misión.
Pidamos hoy al Señor apoyarnos en el Espíritu Santo, apoyarnos en la fe de los Apóstoles Pedro y Pablo, apoyarnos en el Señor para que también nosotros, siguiendo la fuerza y la intensidad del encuentro, podamos convertirnos y convirtiéndonos descubramos cuál es nuestra misión. Todos tenemos una misión: hay que obrar, hay que desarrollarla, hay que ponerla en acto, hay que vivirla, hay que entregarla.
Hoy pedimos por la Iglesia y por todas las personas que están atribuladas, con muchas dificultades, pero siempre el Señor nos dice “¡No temas, yo estoy contigo hasta el final de los tiempos!” Por eso el Señor está y protege a su Vicario, al Papa, a Pedro. Hoy rezamos por él, para que el Señor lo fortalezca, la Virgen lo proteja siempre y la Iglesia lo escuche y lo cuide.
Que así sea.
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús