Martes 7 de mayo de 2024

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Misa Crismal

Homilía de monseñor Adolfo Armando Uriona FDP, obispo de Villa de la Concepción del Río Cuarto en la Misa Crismal (29 de junio, Solemnidad de San Pedro y San Pablo)

En nuestro querido Seminario, Jesús Buen Pastor, nos hemos reunido para celebrar la Misa Crismal.

En la misma expresaremos la comunión entre el Obispo y su presbiterio en torno a la Palabra de Dios y la Eucaristía y en la que renovarán las promesas que hicieron en el momento de su ordenación. También se bendecirán los óleos y el santo crisma para la celebración de los sacramentos a lo largo de este año.

Lo hacemos en un contexto mundial particular rodeados de temor, incertidumbre, perplejidad…

Queremos juntos renovar nuestra fe en el Dios de la historia, el Padre fiel que acompaña siempre la vida de sus hijos aunque pareciera, como en estas circunstancias, que no está o que nos ha soltado de su mano…

También quisiera que renováramos nuestra fe en la Iglesia y en el Sucesor de Pedro, el Papa Francisco, quien tiene la misión de conducir al Pueblo de Dios que camina a tientas en medio de esta tempestad. Lo hacemos fundados en la Palabra de Dios.

Según el evangelio de Juan (Jn 1,42), Jesús al encontrarse con Simón le cambia el nombre o mejor, le pone un sobrenombre, porque Pedro en aquellos tiempos no era un nombre. Podemos imaginar el asombro de Simón que de pronto se siente llamado por el Señor “piedra” “roca”…

Pero Pedro, ¿realmente era una roca?... Según el relato del Evangelio no parece… Más bien era un hombre débil, con arrebatos de generosidad y valentía pero que le duraban poco; ante la dificultad perdía el dominio de sí mismo y borraba en pocos momentos lo que antes había afirmado…

Sin embargo Jesús lo llama “roca” porque la firmeza la da sólo Él y Él, por puro libre designio, edificará sobre este pobre hombre su Iglesia, la comunidad de los discípulos, entregándole “las llaves del Reino de los Cielos”, el poder de “atar y desatar” que sólo Dios tiene. Le da la autoridad, el que debe señalar lo que quiere Dios para su pueblo; por ello asistido por el Espíritu Santo nos orienta a confesar correctamente nuestra fe en Cristo.

En la Misa de la Vigilia de esta Solemnidad se leyó el texto de Juan 21,15, el diálogo de Jesús con Pedro luego de la pesca milagrosa y de haber compartido la mesa. En el mismo se nos muestra cómo Jesús le restituye la confianza a Pedro, porque Pedro la había perdido; para el Señor, para los demás e incluso había perdido la confianza en sí mismo.

Pedro se encuentra abatido, triste, con deseos de regresar a su antiguo trabajo de pescador; mediante el encuentro con el Señor que lo esperaba en la orilla, gradualmente se ve restituido en la confianza y a la estima de sí, a la capacidad de ser nuevamente alguien.

¿Y cómo le restituye Jesús la confianza?

No con un interrogatorio sobre los hechos, sino con un interrogatorio sobre el amor.

Si lo interrogara sobre la constancia, sobre la coherencia, sobre el dominio de sí, sobre la prudencia, Pedro debería decir: “Sí, falté, no merezco más confianza, no soy digno de ser apóstol”.

En cambio Jesús le pregunta sobre el amor y esto, evidentemente, que lo debe haber dejado desconcertado… Pero Jesús sabe lo que hace, le quiere decir que esta es la pregunta más importante, es la pregunta fundamental sobre la vocación del hombre, sobre su destino, y el destino de la Iglesia.

Los verbos que Jesús usa al preguntar son verbos del vocabulario del amor de amistad, del amor oblativo, pregunta si Pedro se mueve bien en la esfera de la amistad y del don.

Pedro responde diciendo: “Tú lo sabes todo”. Pedro ha aprendido mucho, exactamente de estas cosas que en nuestro proceso las hubiéramos despreciado: sus debilidades, sus caídas, sus humillaciones… Sus golpes de cabeza, reconocidos como arrepentimiento sincero, verdadero, le han enseñado que lo fundamental para el hombre es moverse en la esfera del amor y de la amistad, y Pedro se ha dejado conquistar por todo esto.

Cristo le dice: “… ¿me amas?…”, le exige un amor personal y absoluto a Él, y luego, le restituye la misión “…apacienta a mis ovejas…”

La vocación de ser pastor implica asumir la responsabilidad afectiva y amorosa por los demás. No hay vocación si no entra el corazón, un corazón noble. Esa vocación es la expresión de mi capacidad de amar, de entregarme, en las coordenadas históricas y psicológicas de mi vida… Podemos decir que es el constante magisterio que el Papa Francisco nos propone.

En mi caso personal, llevo muy dentro el amor a la Iglesia y al Papa, como parte esencial del carisma que nos transmitió a fuego San Luis Orione. Tomando de Santa Catalina de Siena decía que “el Papa es el dulce Cristo en la tierra”; y también alguna vez dijo con mirada profética: “van a llegar tiempos de tanta confusión que si no miramos a Pedro perderemos el rumbo”…

Y mi Fundador vivió ese amor al Papa, fruto de su inspiración carismática, tanto con San Pío X, con quien cultivaba una relación de amistad, como con Pío XI con el cual no se llevaba tan bien…

Por mi parte considero un detalle de la Providencia haberme ordenando sacerdote las vísperas de esta solemnidad y haber celebrado la primera Misa en la misma…

Finalmente, al renovar hoy nuestra consagración sacerdotal renovemos también nuestra fe en la Iglesia fundada sobre la “roca de Pedro” y partiendo de un amor sincero y concreto a nuestro pueblo, comprometámonos a ser buenos pastores.

Que como Pablo “peleemos hasta el fin el buen combate” hasta alcanzar “la corona de justicia” que un día el Padre de la Misericordia nos concederá.

Que María, Madre de la Iglesia, nos acompañe en la fidelidad a nuestra vocación y en el servicio a nuestra gente, particularmente en estas circunstancias.

Mons. Adolfo A. Uriona FDP, obispo de Villa de la Concepción del Río Cuarto