Martes 23 de abril de 2024

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Corpus Christi en tiempos de pandemia

Homilía de monseñor Gustavo Montini, obispo de Santo Tomé, en la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Jesús (Catedral "Inmaculada Concepción", Santo Tomé, Corrientes, 14 de junio de 2020)

1. El Sacramento de la Eucaristía que estamos celebrando necesariamente evoca la Pascua Judía, y sobre todo, la memoria de la Pascua de Jesús. La lectura del libro del Deuteronomio en lenguaje sapiencial hace referencia a que el Dios de Israel veló por su pueblo entre peligros, lo cuidó de todos los males presentes en el desierto, lo consoló en medio de muchos cansancios, y habiendo experimentado hambre y sed, en forma milagrosa lo alimentó y le dio de beber,  y además de todo ello, le habló porque, “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”. Presencia, comida, bebida, Palabra sustanciosa son vocabularios que en la solemnidad de hoy necesariamente remiten a una experiencia Eucarística.

2. La Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Jesús, nos conecta con aquella larga y nutrida historia de la salvación, logrando que nuestro corazón creyente pueda nuevamente encontrarse con ese Dios capaz de realizar hoy aquellas mismas proezas realizadas y retenidas en todo el Antiguo Testamente; liberar al pueblo de su esclavitud en Egipto, cuidarlo en medio del desierto, curarlo de sus caídas, hablarle al corazón, darles ánimo y esperanza para progresivamente llevarlos a la mejor heredad: la tierra prometida.

3. Nosotros hoy, en un contexto diverso, experimentamos algo de lo que el Pueblo de Israel ha vivido en su desierto. Estamos inmersos en una importante tormenta, nos sentimos ya cansados, con la sensación de estar en una inmensa intemperie frente a diversas amenazas que nos atemorizan y preocupan. Estamos transitando nuestro propio desierto. Partimos hace meses y la tierra prometida aún, se ve lejana. En este contexto la Solemnidad del Corpus Christi irrumpe queriendo renovar en nosotros la fe, la esperanza y la caridad. No saldremos igual de este encuentro. Se repite nuevamente “hagan esto en memoria mía” para que podamos contemplar a Jesús que nos ama, y que en su Pascua venció al pecado y a la muerte. Si Dios salvó a su pueblo de la esclavitud de Egipto, lo cuidó y lo curó en su desierto, si liberó a Jesús del pecado y de la muerte, también cuidará y salvará nuestra acongojada humanidad. Su gracia y nuestra cooperación posibilitará que Dios pueda llevarnos a una nueva orilla, a “cielos nuevos y tierras nuevas” (Ap 21,1), a la tierra prometida de su Reino, cuyo estado es la libertad de los Hijos de Dios, y cuya ley es el mandamiento del Amor (Cfr. Prefacio común III).

4. Para ayudarnos en todo este importante proceso Dios quiso quedarse entre nosotros haciéndose Eucaristía –memorial de la Pascua de Jesús-. Ella permite entrar y acrecentar la comunión con Él, y sostener y acrecentar la comunión entre nosotros. La Eucaristía así vivida y entendida, activará nuestro propio sistema inmunológico frente a peligrosos y numerosos virus que nos están haciendo mucho daño.

La Eucaristía es comunión con Jesús
5. La Eucaristía es el sacramento por el que comulgamos en forma real –no virtual- con el cuerpo y la sangre de Jesús. “El pan que yo les daré es mi carne” (Jn 6,51) “si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre no tendrán Vida en ustedes” (Jn 6,52). “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6,55). En la Eucaristía se nos ofrece real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre de Jesús con la cual “tendremos Vida”. Cuando comulgamos –e incluso sin la posibilidad de hacerlo- no hacemos una representación a modo de escenificación, sino que nos alimentamos con el mismísimo Cuerpo y Sangre de Jesús.

6. “Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6,56). Participar en la celebración Eucarística –incluso en la precariedad de cómo hoy la estamos celebrando- nos permite en forma real habitar en Dios, y que Dios habite en nosotros. Comulgar con el Cuerpo y la Sangre de Cristo –aunque sea de modo espiritual como lo estamos haciendo en estos tiempos- nos permite entrar y permanecer en comunión con Él. Comer su Cuerpo, beber su sangre significa entrar en una comunión creciente –a modo de sintonía fina- con Él y su propuesta de vida. Permite a Jesús que pase por nuestra tierra herida y agobiada “haciendo el bien” (Hech 10,38). Por tanto gracias la comunión hecha posible por la Eucaristía, Dios fortalece nuestra vida teologal, activa nuestras defensas, cura y alivia nuestras heridas, nos sostiene en nuestro camino por esta pandemia y sus consecuencias.

La Eucaristía es vivir una comunión entre nosotros
7. Quien comulga no sólo se vincula de modo nuevo con Jesús, sino que Jesús nos vincula de un modo nuevo entre nosotros. Nos hace Cuerpo, Pueblo, Iglesia. “Ya que hay un solo pan, todos nosotros aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque participamos de ese único pan” (1Co 10, 17). Nuestra vocación de bautizados es ser un solo pueblo, y la Comunión Eucarística reclama este llamado a ser un solo Pan, un solo Cuerpo, un solo Pueblo. Corpus Christi nos recuerda la responsabilidad de trabajar hasta el cansancio por la comunión entre nosotros. Para que juntos trabajemos por todos, y de modo especial por aquellos miembros de nuestro cuerpos más afectados por la debilidad. “Una emergencia como la del Covid-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad… se debe responder en forma mancomunada a tantos males que aquejan a millones de hermanos alrededor del mundo” (Francisco, Vida Nueva, 17 abril 2020). Todos estamos viviendo esta tormenta. Podremos salir ella, si estamos juntos, todos remamos para el mismo lado.

8. Nuevamente coincide esta Solemnidad de Corpus con la colecta nacional de caritas cuyo lema nos dice que la generosidad aumenta la esperanza de nuestro pueblo. Es la generosidad fecundada por la comunión con Jesús y cuidada por la comunión entre nosotros, la que permite que Dios haga su obra: “convirtiendo en bien todo lo que nos pasa, incluso lo malo” (Francisco, homilía 27 de marzo 2020). Agradecemos la esperanza silenciosamente movida por Dios y puesta de manifiesto en los gestos caritativos de tantos “que entregan todo lo que poseen para aportar un poco de cura, de calma y de alma a esta situación” (Cfr. Francisco, Vida Nueva, 17 abril 2020): autoridades, médicos, enfermeros, transportistas, reponedores, cuidadores, basureros, fuerzas de seguridad, educadores, voluntarios de todo tipo –especialmente los de caritas-, sacerdotes, religiosos, abuelos, personal doméstico, etc. Verdaderos héroes desde los inicios de la pandemia que no han cesado de sembrar con su generosidad esperanza en este clima desértico en el que caminamos.

Iglesia Mariana y profética
9. Estamos transitando el año mariano nacional. Nunca hubiéramos imaginado vivir este año en las actuales circunstancias. Lo hacemos con el deseo de vivirlo bajo el cuidado y de la protección de la Santísima Virgen: “bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios”. Nuestro lema diocesano nos alienta a vivir este tiempo en esta dirección: hacia una Iglesia mariana y profética. A María el magisterio de la Iglesia la reconoce como modelo. En María la Iglesia, reconocemos su vocación a ser madre –ni patrona, ni mucama, ni ausente- madre. Ella encarnó a Jesús –al mismo que hoy contemplamos en la Eucaristía-, y se convirtió en profeta del Reino presentando a Jesús en la sociedad de su tiempo. Pidamos esta gracia para nuestra Iglesia Diocesana: que todos gracias al misterio Eucarístico que estamos contemplando, encarnemos a Jesús –o mejor dicho que Él se haga carne en nosotros-, para que con valentía y creatividad lo hagamos presente en nuestras familias y sobre todo, en la vida pública de nuestra sociedad.

10. Nos encomendamos de modo especial a Nuestra Señora de Itatí y al Apóstol Santo Tomás. Que así sea.

Mons. Gustavo Montini, obispo de Santo Tomé