Para algunos pensadores griegos de la antigüedad Dios era como un ser lejano, separado, que movía al mundo desde lejos pero no se relacionaba con nosotros. O Creían en dioses que tenían poco interés en comunicarse con los seres humanos. En cambio, si entramos en la Biblia vemos desde el comienzo a un Dios que se preocupa por nosotros, que entra en diálogo, que se acerca más y más. Hasta que llegamos al Evangelio y allí ya no hay distancias. Dios mismo se metió en nuestro mundo y en nuestras vidas como uno de nosotros. La luz invadió la oscuridad cuando Jesús caminó por nuestras calles.
Dios quiso volverse cercano, nuestro, parte de nuestra vida cotidiana, tan nuestro como los amigos, como las pequeñas alegrías, como las esperanzas que nos mueven cada día.
Nos quiso alimentar y fortalecer, pero no desde arriba o desde lejos, sino desde lo íntimo de nuestro propio mundo. Y eligió para eso algo que es tan de todos los días, tan necesario, tan parte de la vida y de la familia: el pan.
Esto se entiende mejor si nos ubicamos en la época de Jesús. Imaginemos el pan de la familia de Nazaret, el pan hecho en el horno del patio, el pan que se comparte calentito y reúne a los seres queridos en torno a la mesa. Ese mismo pan es el que partió Jesús en la última cena.
Recuerdo de mi infancia en el interior, esas tardes muy frías de invierno, cuando nos juntábamos cerca de la cocina a leña mientras se iba haciendo el pancito, y lo comíamos recién hecho. Compartir ese pan era una fiesta.
Por eso el Señor dijo: “quiero ser pan”. Se hizo pan y se quedó en la Eucaristía. ¡Cuántas cosas lindas nos quiere expresar de esa manera!
La Eucaristía es un pan que tiene gusto a hogar, a lucha compartida. Es un pan que tiene sabor a amor, perfume de vida, calor de horno casero, intimidad de mesa de familia. ¡Qué hermosa ocurrencia tuvo Dios cuando inventó la Eucaristía! Como diciendo: “así quiero quedarme yo entre mi pueblo, así quiero fortalecerlo, así, como pan, quiero santificarlo”.
Es tan hermoso este misterio de la Eucaristía que la Iglesia no pudo con su genio, y durante veinte siglos buscó la manera de adorar tanta belleza y tanto amor. Empezó a hacerle hermosas custodias, sagrarios dorados y basílicas inmensas para expresar tanta gloria. Y está bien que la Iglesia desee expresarle esta adoración que se merece. Pero sigue siendo, como Dios quiso, un pedacito de pan que Jesús partió en la última cena a sus amigos. Sigue siendo Jesús, con el aspecto de ese pequeño pan que fortalece nuestra debilidad con su gracia y su cariño.
Ya que este domingo es la colecta anual de Caritas, ¿por qué no intentamos nosotros imitar un poquito esta entrega y esta cercanía de Dios, por qué no superamos las distancias para que a través de nuestra ofrenda nos volvamos cercanos a los más pobres y abandonados de nuestra sociedad?
¡Cuánta ternura contiene esta fiesta que hoy celebramos! Por eso nos hace doler el deseo de celebrarlo juntos, de recibirlo, de sacarlo hoy por las calles.
Ya que no podemos hacerlo, dediquemos un momento de oración detenida para adorarlo y pedirle que pase bendiciendo nuestras calles, nuestros hogares, nuestras vidas:
Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar! Aquí estoy a tus pies, Señor, qué hermoso es estar a tus pies, y dejar que brille sobre mí tu luz sanadora.
No quiero hacer nada, sólo quiero ser ante tus ojos, dejarme estar en su santísima presencia con este silencio enamorado.Aquí está toda la ternura de tu corazón humano y toda la gloria luminosa de tu amor divino. Bendito y adorado seas.Bendito y alabado...
Creo en tu Palabra que me dice que estás aquí. Estás Señor, te has quedado con nosotros. Aquí está tu amor que es pura presencia. Estás aquí amando, están aquí acompañándonos en este tiempo duro, estás aquí bendiciendo como un manantial que se desborda.Bendito y alabado...
Mirame Señor, mírame tal cual soy, sin secretos.
Mírame Señor. Y que todos los pliegues de mi ser queden expuestos a tu luz y a tu amor. Penetrá Señor, con tu gracia en cada rincón oscuro de mi ser.Bendito y alabado...
A veces me siento tan débil, sé que no puedo responder a todo lo que esperan de mí, no me dan las fuerzas para hacer todo lo que los demás necesitarían de mí. Dame tu fuerza sobrenatural, dame las palabras que no tengo, dame tus dones para servir y hacer el bien, para ayudar a mis seres queridos, para dar una mano a quienes me necesiten.Bendito y alabado...
Modelame vos, soy tu barro, soy tu cacharro abierto para que lo llenes con tu gracia.¿Qué puedo hacer yo solo con mi pobre ser? Purificá lo que sea basura dentro de mí, limpiá mis intenciones egoístas y toda vanidad. Saná mi comodidad. Fortalecé mi debilidad con tu poder. Curá mis temores frente a las sospechas, las envidias, a las malas miradas. Haceme fuerte Señor.Bendito y alabado...
Escuchá mi voz Señor, porque vos escuchás la voz de tus ovejas. Escuchame, vos conoces mis gemidos profundos, el dolor escondido. Mirame y vení a buscar a tu oveja perdida y enredada entre las complicaciones de esta vida. Colocame sobre tus hombros y llevame vos.Bendito y alabado...
Aquí, en tu corazón sagrado, está la vida en abundancia. Derramá en mí esa vida Señor, como un río. Pasá por todo mi ser liberando, sanando cada herida, curando todos los malos recuerdos, llevándote las tristezas, las ansiedades, las angustias, los temores. Pasá Señor mío con tu luz sanadora.Bendito y alabado...
Y quiero dejar en tu presencia a todos los que están sufriendo en este tiempo tan difícil. Pongo en tus manos a los enfermos, a los que están muriendo, a los que están trabajando para salvarlos. Bendecí a los que sufren la pobreza y soportan tantos límites y angustias. Que tanto dolor y tanta entrega no sean inútiles Señor. Tomá todo eso y convertilo en bendición para la humanidad.Bendito y alabado...
Pasá por cada una de nuestras comunidades, llenándolas de vida y de esperanza.
Dejamos todo en tus manos Jesús. Protegenos, porque nos refugiamos en vos. Confiamos en vos Señor, y sabemos que no quedaremos defraudados. Amén ”.
Mons. Víctor Manuel Fernádez, arzopbispo de La Plata