Homilía de monseñor
Excelencia Reverendísima, Monseñor Arzobispo,
Excelencias, Monseñores Obispos Auxiliares,
Reverendos Sacerdotes, Religiosos y Religiosas,
Hermanos y hermanas en el Señor.
En primer lugar, les transmito a todos ustedes el cordial saludo del Sr. Nuncio Apostólico, que hoy no ha podido estar aquí para compartir esta solemne celebración en honor de los Santos Pedro y Pablo.
Siempre es un momento muy significativo reunirnos aquí, en esta Solemnidad, para rezar por el Santo Padre y encomendar su ministerio a la poderosa intercesión de estas dos columnas de la Iglesia. Y nuestro primer recuerdo, lleno de afecto, no puede sino dirigirse al querido Papa Francisco, que nos ha dejado, pero que, de alguna manera, sigue presente a través de todo lo que nos ha transmitido: su calor humano y sus enseñanzas, que nos impulsan a ser una Iglesia en salida, instrumento concreto de la proximidad de Dios al hombre moderno.
Hemos escuchado en el Evangelio las solemnes palabras de Jesús, que suenan como una investidura: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». ¡Tú eres Pedro! Tú eres piedra... Pedro es constituido custodio, fundamento y juez de la Iglesia universal. Y sobre estas tres características me gustaría compartir algunas reflexiones.
Lo que Jesús confía a Pedro es una responsabilidad enorme, una nueva vocación. Y sabemos bien que Pedro es solo un pobre pescador, con sus impulsos de afecto, pero también con todas sus limitaciones. Es Jesús quien se compromete con él, promete fidelidad a su obra, y no por su perfección, sino por esta profunda intuición de fe, que recordemos, no es fruto «ni de la carne ni de la sangre», podríamos parafrasear, no es fruto ni de una emoción, ni de razonamientos, estudios o filosofías humanas. La solidez de Pedro radica precisamente en su capacidad para tener esta profunda perspectiva de fe: es capaz de reconocer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, el Salvador, el centro y el sentido de la historia.
Es importante, entonces, que acompañemos a Pedro en su ministerio, confiado hoy al Papa León, con nuestro afecto, nuestro apoyo y nuestra oración, para que sea siempre fiel a su vocación y nos recuerde con firmeza que Jesús es el Cristo, nuestro único Salvador. Y es importante que nunca perdamos la conciencia de que nuestro vínculo con el Santo Padre no es puramente institucional o emocional, sino que tiene algo mucho más profundo, porque es la raíz a través de la cual, como Iglesia, podemos alimentarnos de la fe y de la auténtica comunión... El Papa es la guía segura, el que nos indica el camino a seguir... Es el Vicario de Cristo Buen Pastor, que sigue cuidando de sus ovejas en cada parte del mundo. El vínculo con el Santo Padre es esencial para cada uno de nosotros, para cada bautizado en la Iglesia católica, por eso se nos pide que mantengamos el corazón abierto a la sabiduría que nos llega desde la Cátedra de Pedro.
El ministerio de Pedro es esencial porque es el custodio del depósito de la fe. Pedro tiene la responsabilidad de proteger el mensaje que el Señor le ha confiado y lo que él mismo ha intuido: Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. Por eso, nosotros los cristianos siempre debemos volver a Pedro para verificar la autenticidad de nuestro creer. Lamentablemente, lo sabemos bien, todos los días sentimos la presión de un mundo que, cada vez más, cree de manera más superficial: «Dios sí, la Iglesia no... al fin y al cabo basta con portarse bien...»; a menudo la fe es presa de los deseos o las modas, se vive casi un cristianismo «a mi propia medida», dejándose llevar «aquí y allá por cualquier viento de doctrina», como diría San Pablo, y, en consecuencia, la autenticidad de la fe deja paso a una forma de relativismo... del Evangelio elijo un poco lo que más me conviene. Entonces, precisamente para defendernos de este peligro, es importante volver a Pedro... para que nos recuerde que o radicamos nuestra vida en Jesús, único Salvador, o corremos el riesgo de equivocarnos en la orientación de nuestra vida, porque, sí, con nuestra buena voluntad podemos construirnos una vida cómoda y exitosa, pero no podemos darnos la salvación; solos, no podemos abrirnos las puertas de la vida eterna. Volvamos a Pedro, porque nos recuerda que la fe no es una traje que nos ponemos los domingos para ir a la Iglesia y ya está para el resto de la semana, sino que es la savia necesaria para que nuestra vida adquiera el sabor del amor auténtico, es la llama que hay que custodiar para que nos haga sabios y oriente nuestras elecciones, es el ancla que nos mantiene firmes y sostiene nuestra esperanza incluso en momentos de maremoto.
El ministerio de Pedro es esencial porque es el fundamento; la fe de Pedro es la roca que da solidez también a nuestra vida. Es necesario volver a Pedro para que nuestra Iglesia sea sólida, estable, sin grietas,... una Iglesia unida en la comunión, porque sin la comunión realmente no somos nada,... una Iglesia que sea un cuerpo vivo y en la que puedan encontrar consuelo, apoyo y acogida todos aquellos que buscan una familia. Unidos firmemente a Pedro, también a nosotros, de alguna manera, se nos confía la misma responsabilidad, la de ser a nuestra vez fundamento, ciertamente, no para toda la Iglesia, pero, como en la construcción de una casa, tenemos la responsabilidad de ser un apoyo sólido para el ladrillo que se colocará después de nosotros, para las personas que se nos han confiado, un padre para sus hijos, un maestro para sus alumnos, un sacerdote para su comunidad. Tenemos esta responsabilidad concreta y urgente hacia las nuevas generaciones, una responsabilidad que debemos tomarnos en serio, porque si las personas se alejan de la Iglesia, tal vez depende también por el hecho que no hemos sido lo suficientemente cuidadosos a la hora de pasar el testigo, de transmitir nuestra experiencia de Jesús, la belleza y la riqueza de lo que hemos recibido. El Papa León, en sus primeras palabras, utilizó la linda imagen del puente. Basándonos en la fe de Pedro, construimos puentes: puentes de diálogo, transparente y humilde, incluso con quienes piensan de manera diferente a nosotros, para que los malentendidos puedan aclararse y las divergencias no sean un obstáculo para caminar juntos en la búsqueda de la paz, del bien común y, más en profundidad, del sentido de la vida. Construimos puentes de solidaridad y acogida, para que quienes están necesitados o se sienten solos puedan encontrar nuestra ayuda, nuestra comprensión y nuestra cercanía. Y, citando de nuevo al Papa León, recordemos que para que estos puentes sean realmente sólidos, se nos pide que seamos creíbles, no perfectos, sino creíbles, para reconstruir «la credibilidad de una Iglesia herida, enviada a una humanidad herida, dentro de una creación herida».
Y como decimos al principio, el ministerio de Pedro es esencial porque está constituido también como juez: a él se le confían las llaves, el servicio de “atar y desatar”, de discernir, de indicarnos lo que corresponde al Evangelio y lo que, al contrario, lo contradice. Y este servicio petrino es particularmente delicado e importante en nuestros días, en los que corremos el riesgo de confundir lo bueno con lo agradable o lo cómodo... en los que corremos el riesgo de sentirnos atraídos por muchas formas de pensar que parecen buenas, porque gozan del consenso social, pero que en realidad no concuerdan con la enseñanza de Jesús. Es importante que apoyemos al Santo Padre precisamente en este servicio suyo, porque necesitamos un pastor sabio, que sepa animarnos, pero también desenmascarar con claridad los peligros del camino... que sepa educar nuestra libertad, para que corresponda al proyecto de Dios y no sea, como diría san Pablo, «un pretexto para vivir según la carne». En este sentido, como fieles, creo que es importante acompañar el ministerio de Pedro con nuestra humildad. ¿Por qué? Para acoger con obediencia, disponibilidad y confianza incluso aquello que quizá no comprendamos bien, nos parezca irrazonable o con lo que no estemos plenamente de acuerdo. A veces, de hecho, corremos precisamente este riesgo: aceptar solo lo que comparto... pero en nuestra adhesión a la fe, estamos llamados a dar un paso más adelante y confiar en el sabio juicio de Pedro, como un hijo confía en los consejos de su padre, porque creemos que su mirada de fe sabe ver más en profundidad de lo que nuestra mirada superficial puede comprender. Seamos humildes para reconocer que un juicio misericordioso no es el que justifica nuestros caprichos, sino el que nos ayuda a reconocer y volver al camino del bien.
Hoy, pues, recemos de manera especial por el Santo Padre, el Papa León, para que el Señor le conceda la salud del cuerpo y del espíritu, y le sostenga en este servicio tan esencial. Que le conceda una escucha profunda de su voluntad... y la firmeza para anunciarla, y le conceda esa calidez humana y cercanía que le hagan un Pastor capaz de caminar de manera sencilla y discreta con su Pueblo, como padre y hermano. Y acogemos la invitación que el mismo Papa León nos dirigió el día de su elección: «Dios nos quiere… nos ama a todos incondicionalmente… y el mal no prevalecerá…. sin miedo, unidos, tomados de la mano con Dios y entre nosotros sigamos adelante». Sigamos adelante unidos, con confianza y esperanza, bajo la guía de Pedro, para ser testigos y anunciadores de la alegría de nuestro ser cristianos, testigos y anunciadores de que el Evangelio es la sal que da un nuevo sabor a nuestra humanidad, testigos y anunciadores valientes de que las potencias de la Muerte no prevalecerán y que el amor de Cristo siempre vencerá.
Mons. Daniele Liessi, encargado de negocios a.i. de la Nunciatura Apostólica