Querida comunidad diocesana:
La celebración de Pentecostés de este año nos encuentra viviendo la gracia del Pontificado, apenas iniciado, del Papa León XIV. Me hago eco de sus palabras, tan vinculadas también con el magisterio del querido Papa Francisco: "quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado"[1].
Por eso quisiera que podamos reflexionar a partir de la segunda lectura que escucharemos en la liturgia este domingo de Pentecostés. San Pablo le escribe a una comunidad que ha fundado[2], a la que ama como un padre o una madre a sus hijos[3]. En el contexto de sus muchas divisiones internas y conflictos, pero valorando los dones y gracias espirituales que han recibido, se encuentra el pasaje que escucharemos. Allí Pablo propone la imagen de la comunidad como un cuerpo. Esta imagen, que era conocida en su época para hablar de la sociedad o de una ciudad, le sirve para subrayar que una comunidad es un organismo vivo y, al mismo tiempo, articulado u organizado. Así, la vida de la comunidad no consiste simplemente en sus propias fuerzas naturales o en su capacidad de asociación. Es vida sobrenatural, dada por el Espíritu. Por eso mismo, no es una ONG sino el Cuerpo de Cristo, como tantas veces nos repitió el Papa Francisco desde su primera homilía pontificia[4]. De hecho, la lectura va mostrando cómo esa vida de la Trinidad provoca crecimiento y desarrollo entre sus miembros.
Por otro lado, la imagen del Cuerpo permite mostrar cómo la vida del Espíritu produce carismas y ministerios que articulan la vida de la comunidad, con una riqueza variada, multiforme y cohesiva. Y así esta riqueza de carismas edifica y enriquece la comunidad. De hecho, la vida de la comunidad, sanando clericalismo y madurando en ministerialidad laical, es un tema que quisiera abordar con ustedes próximamente.
Queridos hermanos y hermanas, desde que llegué a la diócesis, he experimentado la necesidad de que recorramos juntos un camino sinodal. No lo hemos hecho de manera arbitraria o esquemática, pero, tanto en las orientaciones pastorales[5] que les brindé hace un tiempo como en diversas ocasiones, visitas a las comunidades, mensajes y cartas, les he insistido en la necesidad de redescubrir la importancia de la vida comunitaria. Como un padre que ama a sus hijos, quiero seguir invitándolos a vivir juntos "un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo"[6]. Como san Pablo enseña, cada comunidad cristiana es el lugar para experimentarse cuerpo de Cristo. Justamente eso nos salva de creer que somos nosotros los que edificamos las comunidades sólo con nuestro esfuerzo o que todo en ellas depende de nosotros. Por el contrario, la vida divina que recibimos permanentemente, sobre todo, en la celebración de los sacramentos, es la mejor ocasión para crecer en esta conciencia y corresponder generosamente a esta gracia.
De hecho, cuando caemos en la cuenta de esto, podemos descubrir que nuestras comunidades son la oportunidad para experimentar un Pentecostés permanente. ¡Cuánto quisiera que podamos vibrar en el Espíritu que se manifiesta de muchas maneras entre nosotros! Como a Pablo y Bernabé en Antioquía, por ejemplo, invitándolos a una misión que abrió la fe cristiana a las principales ciudades de su época[7].
Al mismo tiempo, cuando los he invitado a conformar los organismos sinodales al interno de las comunidades (juntas parroquiales, consejos de pastoral, consejo de asuntos económicos), lo hago con la convicción de la fe que somos mucho más que cristianos sueltos que coinciden en algunos ejercicios de devoción o en alguna acción caritativa. La vida del Espíritu nos mueve a colaborar, a aunar esfuerzos, a cohesionar voluntades, a buscar acuerdos, a estimularnos mutuamente en la búsqueda del bien posible, a mejorar nuestros esfuerzos caritativos. "Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados"[8].
Por otro lado, en este tiempo complejo que atravesamos, también vemos con preocupación las múltiples heridas sociales que afectan a nuestra gente: la crisis en la salud con trabajadores sobrecargados y condiciones injustas; una educación que reconoce una catástrofe y un futuro comprometido; el drama del desempleo y la inseguridad, agravado por el narcotráfico; la situación vulnerable de niños, personas con discapacidad, migrantes y jubilados; y la urgencia de fortalecer la justicia y su independencia para sostener una democracia auténtica. Reconocemos también una profunda crisis espiritual y cultural que desplaza a Dios y el Espíritu Santo del centro de nuestra vida social, alimentando la indiferencia y la fragmentación. Como Iglesia, asumimos nuestro compromiso de estar junto a quienes sufren, de denunciar estas injusticias y de invocar la fuerza transformadora del Espíritu para renovar nuestra comunidad, reconstruir la fraternidad y recuperar la dignidad de cada persona. Solo con esta presencia viva de Dios podremos superar estos desafíos y caminar hacia un futuro de esperanza y justicia.
Quisiera resaltar también que este llamado a la unidad que viene del Espíritu, a ser "un solo corazón y una sola alma"[9], es importante que resuene en el corazón de nuestra Iglesia diocesana mientras nos preparamos a celebrar, en el año próximo, los 25 años de la nueva realidad diocesana de Avellaneda-Lanús que, por medio de la decisión del Papa San Juan Pablo II, comenzó a concretarse el 10 de abril de 2001. ¡Cuánto camino compartido hemos recorrido juntos desde entonces! Al acercarse los 25 años de ese designio de la Providencia para nuestra Iglesia diocesana, sigamos caminando juntos y, respondiendo a la invitación del Papa León, "con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad"[10].
Además, esta fiesta de Pentecostés coincide este año con la Colecta Anual de Cáritas Argentina, que se realiza este fin de semana, sábado 7 y domingo 8 de junio, en todas las parroquias, capillas y espacios comunitarios del país. Bajo el lema "Sigamos organizando la esperanza", esta campaña es una oportunidad concreta para renovar nuestro compromiso solidario con quienes más lo necesitan. Cada donación sostiene durante todo el año programas que acompañan a miles de personas en situación de pobreza, en áreas tan sensibles como la educación, la salud, la seguridad alimentaria, la infancia, la vivienda y la integración social. En este contexto de crisis y fragmentación, la colecta nos llama a no quedarnos en la queja ni en la indiferencia, sino a organizarnos como comunidad creyente y comprometida, y a dejar que el Espíritu nos impulse a ser cauces de esperanza concreta y duradera.
Con mi bendición de padre y pastor, y encomendándolos a María, Madre de la Iglesia y Reina de los Apóstoles les deseo de corazón: ¡feliz Pentecostés!
Padre Obispo Marcelo (Maxi) Margni, obispo de Avellaneda-Lanús
Notas:
[1] https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/homilies/2025/documents/20250518-inizio-pontificato.html
[2] Hch 18; 1 Cor 2,1-6; 3,6
[3] 1 Cor 4,15
[4] https://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2013/documents/papa-francesco_20130314_omelia-cardinali.html
[5] https://avellanedalanus.org.ar/orientaciones-pastorales-pentecostes-2023/
[6] 1 Corintios 12, 13.
[7] Hch 13, 1-3
[8] EG 120, https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html
[9] Hch 4:32
[10] https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/homilies/2025/documents/20250518-inizio-pontificato.html