Queridos hermanos y hermanas. Queridos trabajadores
Nuestra fe cristiana, nuestra fe judeo cristiana ha valorado siempre el trabajo. Ya desde la creación misma Dios da este mandato de administrar la tierra, de administrar la creación y continuar la obra que Dios ha comenzado. Cuando Dios termina de hacer la labor le da al hombre esta función. Es un valor fundamental.
La antigüedad clásica consideraba a ciertos tipos de trabajo serviles, como trabajos que esclavizaban al hombre, que no eran dignos. Sin embargo el cristianismo ha traído y dignificado el trabajo manual. Jesús vivió en un hogar donde San José, que hacía las veces de papá, le mostró el valor del trabajo, el valor de un oficio humilde, sencillo. Así Jesús, viviendo en una familia de trabajadores, dignifica también el más humilde y el más sencillo de los trabajos.
La Palabra de Dios nos deja una enseñanza muy hermosa y muy necesaria a través del Apóstol Pablo. ¿Para quién trabajo yo? ¿Para qué trabajo? La respuesta a esta pregunta nace de otra pregunta más importante, fundamental, mejor dicho, que es ¿Para quién vivo yo? ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Cuál es el sentido de la vida humana?
Encontramos entonces la respuesta al fin del trabajo. Sí yo vivo para el dinero y mi dios es el dinero yo voy a trabajar para el dinero, el fin del principal será el dinero. Entonces voy a quedar preso de la codicia y la avaricia. Sí el fin en la vida es el poder, entonces voy a trabajar para dominar a los demás. Sí el fin de mi vida es el placer, voy a trabajar para darme todos los gustos y placeres sin medida. PEro sí mi vida, sí nuestra vida es para Dios y nosotros vivimos para Dios entonces el trabajo también es para Dios.
Esto nos lo dice el apóstol Pablo: cualquiera sea tu trabajo, cualquiera, lo que sea, háganlo de todo corazón, teniendo en cuenta de que es para el Señor. Sí yo vivo para el Señor, sí vivo para Dios el trabajo también es para Dios.
Cuando trabajo para Dios, soy libre porque no tengo ataduras, no tengo que quedar bien delante de los otros, sino que estoy encaminado a Dios. Sí vivo para Dios y trabajo para Dios mi trabajo será realizado desde el empeño que brota de un corazón generoso que quiere agradar a Dios.
Pero al hacerlo para Dios, beneficiamos a los demás. Lo hacemos de la mejor manera y nuestra actitud se convierte en una actitud solidaria. Beneficio a los demás haciendo bien mi trabajo. Nace lo que yo llamo la solidaridad sustancial donde cada uno hace bien lo que tiene que hacer, porque lo hace para Dios. Entonces se genera una gran solidaridad donde cada uno va construyendo un mundo mejor, justo, humano, fraterno.
Hoy más que nunca se necesita un mundo solidario. Esta crisis de salud ha generado una crisis en todos los ámbitos de la existencia de la humanidad. Por eso, Dios nos invita a hacer bien nuestro trabajo porque lo necesita mi hermano, lo necesita el conjunto de mis hermanos que es mi familia, mis vecinos, la sociedad.
Por eso, hoy quisiera expresar la gratitud de un modo especial, la gratitud a tantos trabajadores que están en la primera línea en el combate contra el coronavirus que van desde aquellos trabajadores de actividades declaradas como esenciales como la producción de alimentos, la cosecha, el campo, venta de alimentos, como el personal de seguridad, personal sanitario que corren riesgos por su trabajo. Esto que va más allá del sueldo, es un sacrificio por los demás. Vemos en estas crisis, que aflora lo mejor. Vemos testimonios de personas ejemplares que nos animan en el camino.
También tenemos que decir una palabra sobre el trabajo remunerado que es el empleo. Siempre hay trabajo, siempre hay cosas para hacer. Lo que no siempre hay es empleo, es trabajo remunerado. No siempre hay trabajo justamente remunerado, es decir, empleo dignamente pagado, porque no se respetan las condiciones de justicia y equidad. Aún en este tiempo, tristemente, podemos asistir a situaciones de abuso, explotación, situaciones donde no se respeta la dignidad de la persona humana. No tenemos que acostumbrarnos a este tipo de cosas. Es necesario que se respete a la persona, al trabajo y la dignidad.
Por eso también, hoy de un modo especial, pedimos para que el Señor fortalezca y consuele la angustia, generada quizás parte por la pandemia y parte por lo que veníamos arrastrando, y todos estén en mejores condiciones.
Recordemos en la oración, hoy a los empresarios también. Porque hoy la responsabilidad de un empresario es mantener las fuentes de trabajo para que las familias puedan tener la posibilidad y seguridad del pan cotidiano: alimentos, salud, educación.
Es un tiempo de solidaridad. No es un tiempo de egoísmo o de mirar para otro lado. Es un tiempo de la fraternidad. No un tiempo de egoísmo e individualidad porque o nos salvamos en racimo o nos condenamos por egoístas.
Hoy también descubrimos otra situación, que es la fragilidad. La humanidad ha alcanzado un desarrollo tecnológico y científico admirable pero quizás nos hemos olvidado de dar gloria a Dios porque las obras de los hombres deben manifestar la grandeza del Creador.
El hombre que se ha endiosado pero un virus vino a ponernos en crisis y a mostrarnos nuestra fragilidad, pequeñez. Pero también nos descubrimos como interdependientes. Nos necesitamos los unos a los otros. Nadie puede salvarse solos. Juntos podremos salir adelante. Juntos. Dios quiera que nos sirva para aprender a ser solidarios y responsables.
Mirando hacia adelante no será fácil la salida de esta crisis: habrá deterioro material que va vemos. Pero si nosotros ponemos la esperanza en Dios podemos mirar con fe y salir adelante. Desde Dios nos abrimos al bien de los demás.
Hoy es un día de esperanza. Anclados en Dios brilla la luz de la esperanza. Pidamos al Señor por intercesión de San José Obrero por todos los hombres y mujeres de trabajo, por el mundo del trabajo y que vivamos en la solidaridad para la mayor gloria de Dios. Amén”.
Mons. Eduardo Eliseo Martín, arzobispo de Rosario