Lunes 10 de marzo de 2025

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Miércoles de Ceniza

Homilía de monseñor Samuel Jofré, obispo de Villa María, durante la misa del Miércoles de Ceniza (Catedral y santuario de la Inmaculada Concepción, 5 de marzo de 2025)

Nos adentramos con entusiasmo en este tiempo que no es tiempo de tristeza, aunque sí sea tiempo de penitencia, la cuaresma. Lo hacemos, como decíamos al comienzo, con decisión, con ayuno y abstinencia, y viendo a este precioso rito de las cenizas, tan elocuente, que nos habla de nuestra poquedad, pero también de la grandeza a la que estamos llamados, a la amistad con Dios. Y este llamado es un llamado a la conversión, que es parte del Evangelio.

El Evangelio, que es buena noticia, incluye una invitación, una exhortación, un reclamo para convertirnos, a cambiarnos de vida. Y eso nos habla de que algo no está bien en nuestra vida, pero mirémosle el lado mejor. Es una indicación de que podemos cambiar, que esto es parte del Evangelio.

Mi vida puede mejorar. Tantas veces, ante nuestros pecados, nuestras caídas, nos sentimos desalentados, o por los nuestros, o también por los demás, pero concentrémonos en lo nuestro. Nos sentimos abatidos y pensando que no tenemos compostura.

Y es verdad que por nuestras propias fuerzas no podemos cambiar, pero con la gracia de Dios sí podemos cambiar, podemos mejorar, podemos ser santos, podemos ser amigos de Dios, podemos ser hermanos de los demás. Dios nos invita a eso. Es un tiempo de buscar a Dios, sí, con decisión, con entusiasmo, pero consciente de que nosotros nos buscamos a Dios porque Él nos ha encontrado primero.

Dios que ha recorrido y recorre los caminos del mundo para hacerse uno de nosotros y poder ser hallado incluso de quienes no lo buscan porque Él nos busca a nosotros. Y en Cristo nos ha encontrado a todos. Todos podemos decir, Dios me buscó y me encontró en Jesús, también con mis miserias, también con mis pecados.

La penitencia, entonces, antes que buscar a Dios es una consecuencia de haberlo encontrado. Limosna, ayuno y oración, las tres formas clásicas que resumen todos los gestos ¿Qué implica la penitencia? ¿De qué se trata? Se trata de reparar nuestro pecado.

Y esto también es parte del Evangelio. No solamente podemos cambiar, podemos mejorar, sino que también, gracias a Dios, podemos reparar las torpezas que hemos cometido en nuestra vida. Que no son pocas, son muchas y de todo tipo.

Cada uno de nosotros tenemos las nuestras. Limosna, toda forma de ayuda al prójimo que viene a reparar y a restaurar la caridad y la justicia que hemos herido. De tantas maneras que nuestras ofensas hay una, que viene a poner orden en nuestros apetitos que están cebados, que están alimentados exageradamente por nuestro pecado, por la búsqueda de distintos placeres y comodidades y que luego se nos convierten como en una trampa porque nos engañan a nosotros mismos haciéndonos creer que tenemos necesidades que realmente no lo son.

Ayuno, que nos libera. Y, sobre todo, oración. Porque el principal efecto del pecado es nuestra distancia con Dios.

Y cuando Dios nos ha encontrado nuevamente necesitamos recuperar la confianza con Él. Como ocurre quizás en nuestras familias, con nuestros amigos. Cuando se ha producido alguna ofensa, algún distanciamiento, queda como roto el diálogo.

Y las circunstancias de la convivencia ayudan. Y volver a dialogar de una cosa o de la otra, a veces de cosas aparentemente intrascendentes, pero que nos hacen recuperar la comunicación nos hace mucho bien. También nosotros necesitamos rezar mucho para recuperar la amistad con Dios.

Cuando nuestros primeros padres pecaron allá en el jardín del Edén se escondieron de Dios porque tenían vergüenza. Tenían vergüenza de Dios y tenían vergüenza entre ellos. Y la oración nos permite recuperar la confianza.

Es por eso que muchas veces no tenemos deseos, ni ánimos, ni sentimientos para rezar. Pero conviene que lo hagamos con decisión para volver a la amistad con Dios. Siempre la penitencia es necesaria en nuestra vida.

Siempre podemos crecer. Siempre podemos aumentar nuestro amor a Dios y nuestro amor al mundo. El Papa Francisco, por quien rezamos especialmente en nuestros días, sabemos que está anciano, tiene 88 años, y con una enfermedad delicada, por la cual los médicos nos dicen en los informes que no está fuera de peligro y que su pronóstico es reservado.

Siendo él el Padre de toda la Iglesia, nos mueve a rezar especialmente por él, para que el Señor lo consuele, lo conforte y lo fortalezca en este momento determinante de su vida, y asista a la Iglesia en estas circunstancias. El Papa nos ha mandado un mensaje de cuaresma que me parece aplica estas enseñanzas ordinarias de la penitencia a las circunstancias de este año santo, de este año jubilado, en el cual hoy con esta misa podemos ganar la indulgencia plenaria. Nos dice el Papa que se nos invita en esta cuaresma a una triple conversión.

Conversión a la peregrinación, conversión al peregrinar juntos, y conversión al peregrinar con esperanza. Mucha gente también en nuestra patria está como abatida, como desilusionada, como paralizada por las circunstancias de su vida y por las circunstancias sociales. Es por eso que tenemos que volver a caminar, todos.

Y para eso necesitamos una meta. Nuestra meta es el cielo. Hemos de caminar al cielo y no esperar simplemente que suceda, que nos venga, que nos llegue, cuando no haya más remedio.

No, somos protagonistas, somos hijos de Dios y tenemos que caminar. Nuestra vida en este mundo es un peregrinar. La cuaresma nos habla de los 40 años de peregrinación del pueblo de Israel en el desierto.

¿Y de dónde, hacia dónde peregrinó? De la esclavitud a la tierra prometida, a la libertad. Así también nosotros tenemos que peregrinar, del pecado a la vida del cielo, de la vida de la muerte en la cual el pecado nos sumerge, a la amistad con Dios. Es por eso también oportuno tener otras metas nobles, un trabajo, un estudio, un noviazgo, un matrimonio, unos hijos, un desarrollo social, el bien de nuestra patria.

Hay mucha desilusión, mucha desesperanza y nosotros los cristianos no nos podemos dejar vencer por ese desánimo. Necesitamos, iluminados por la esperanza del cielo, iluminados por este objetivo, por esta gran meta, necesitamos tener otras metas también. Nobles, generosos, nos hacen mucho bien.

En este recuperar el ánimo de peregrinos, nos dice el Papa que tenemos que aprovechar y saber confrontarnos con un fenómeno contemporáneo, un fenómeno moderno muy fuerte que a él le llega particularmente, el fenómeno de los inmigrantes. Quisiera señalar que el Papa nos habla de dejarnos confrontar con los inmigrantes. En nuestra diócesis tenemos en estos días un episodio que nos interpela a todos, la desaparición de un niño aquí cerca, en Ballesteros, Ballesteros Sur, un niño de tres años, hijo de inmigrantes bolivianos que viven en unas condiciones sumamente precarias.

Lógicamente nosotros no nos sentiremos responsables ni de las condiciones precarias en las que viven ni de la desaparición del niño. Pero qué bien nos hace confrontarnos con esa realidad. Acá, entre nosotros, muy cerca nuestro, hay gente que vive en condiciones ínfimas, si no llamamos infrahumanas.

¿Por qué? Es el misterio del pecado que tiene muchas ramificaciones y muchas consecuencias. Aunque no nos sintamos responsables ni de la pobreza ni de la desaparición de ese niño, hoy podemos y necesitamos sentirnos interpelados ¿Qué hago yo? ¿Cómo vivo yo ante la pobreza que muchos hermanos nuestros sufren? ¿Qué hago yo? ¿Cómo me confronto yo con las injusticias que de tantas maneras hacen descartar hermanos nuestros o usar personas casi como mercancías? ¿Cómo me planto yo ante esas realidades contemporáneas? La respuesta siempre es la humildad.

No me siento responsable de este o de este otro pecado, pero yo sé que con mi pecado soy de alguna manera cómplice, soy de alguna manera corresponsable de tantos desórdenes del mundo y, por lo tanto, nos llamamos, nos invitamos a la conversión. Nos dice el Papa, convertirnos a caminar juntos. Nadie se salva solo.

Quiero ir al cielo. Siempre tengo que saber que para llegar al cielo tengo que caminar junto con otros de un modo muy particular en la Iglesia. Y para eso, no ignorar al que está caminando junto a mí.

No pensar que simplemente cada uno hace su camino. Sí, es verdad que todos tenemos circunstancias únicas, particulares, que marcan nuestro caminar, pero todos estamos invitados a caminar junto con otros. Y para eso no podemos ignorar al que está al lado nuestro ni ignorar al que queda al borde del camino.

Todo lo contrario. Tenemos que sentirnos solidarios, tenemos que sentirnos acompañados y sentir que también nosotros acompañamos a otros. Algunas veces, quizás, aminorando la marcha y deteniéndonos para levantar al que ha caído.

Necesitamos convertirnos. Nadie debe sentirse solo entre nosotros. Y también, esto mismo nos interpela.

¿Busco yo compañeros de camino? ¿O me conformo con conocer a Jesucristo y caminar yo y salvarme yo solo? Es imposible esto. El que tiene amistad con Cristo busca comunicarlo. El que tiene amistad con Cristo busca animar a que otros también lo conozcan y caminen hacia la Patria del Cielo.

Y nos llama el Papa a la tercera conversión de la esperanza. Decíamos que hay mucha desilusión, mucho desánimo. Si no desesperación, podríamos decir a veces desesperanza.

Falta dilución de cosas mejores. Nostalgia solamente de cosas pasadas. Y nosotros los cristianos, sin ser ingenuos, sin desconocer las malas circunstancias que tantas veces nos rodean, podemos y debemos decir que lo mejor está por venir.

Porque nuestra esperanza no es un optimismo voluntarista, sino que es confianza de que Dios me perdona. Decíamos, mi vida tiene arreglo, mis pecados tienen compostura. Sí, personalmente cada uno de nosotros tiene que hacer esta experiencia de la misericordia de Dios y llenarnos de la esperanza santa de la amistad íntima con Dios, de la comunión con Él para toda la eternidad en el cielo.

Y saber, por lo tanto, ser signo de esperanza para los demás. Hay mucha gente en todo lo nuestro que necesita signos de esperanza. Y Dios nos invita a que cada uno de nosotros sea un signo de esperanza para los demás, con una sonrisa, con una mano tendida, con una ayuda material o espiritual, con un nuevo emprendimiento, con una nueva solidaridad.

Dios está con nosotros. Demos gracias por su bondad y entusiasmémonos en este camino que vale la pena para cada uno de nosotros, para nuestros hermanos y para toda la iglesia. Que la Virgen Santísima nos dé esta nueva esperanza, esta nueva ilusión y este nuevo entusiasmo por hacer penitencia y reparar con generosidad los pecados que cometí.

Que así sea.

Mons. Samuel Jofré, obispo de Villa María