Lunes 6 de enero de 2025

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Apertura del Año Santo Jubilar

Homilía de monseñor Jorge Lugones SJ, obispo de Lomas de Zamora en la Apertura del Año Santo Jubilar 2025 (Diciembre de 2024)

Estamos celebrando la apertura del Año Santo jubilar, de este Jubileo Ordinario, que se extenderá a lo largo del 2025. Será un Año Santo caracterizado por la esperanza que nunca se extingue. Esta esperanza no solo está dirigida a la vida personal de cada creyente, sino que se extiende a la sociedad en su conjunto, a las relaciones interpersonales y a la promoción de la dignidad de cada persona.

Deseamos que nos ayude también a recuperar la confianza necesaria -tanto en la Iglesia como en la sociedad- en los vínculos interpersonales, en las relaciones internacionales, en la promoción de la dignidad de toda persona y en el respeto de la creación, pide el Santo Padre en la bula de convocatoria

Esta apertura del año Santo la realizamos en la festividad de la Sagrada Familia, esta hermosa celebración nos compromete a rezar por la familia y a trabajar por construir hogares de paz, de convivencia fraterna aún en las diferencias. En estos tiempos donde vemos que crece la impulsividad, la agresión en la sociedad, el enojo fácil, nos compromete también a educar para la no violencia. Cada día en la familia hay que aprender a escucharnos y comprendernos, a caminar juntos, a afrontar los conflictos y las dificultades, aunque no siempre se puedan resolver de entrada. El desafío diario tendrá que ir acompañado de pequeñas atenciones, buen humor, gestos sencillos y agradecidos, cuidando los detalles de nuestras relaciones y dando tiempo al diálogo. Porque la tentación de dividir, de silencios largos, celos enfermizos o egoísmos no curados rompe la armonía y atenta contra la unidad familiar. Tenemos que rezar en familia, aunque mas no sea al bendecir y agradecer la comida y pedir la paz en la familia.

A la luz de la familia de Jesús María y José, la apertura de la Puerta Santa en este nuevo Jubileo nos anima a traspasar, como familia diocesana, la puerta de la esperanza, esperanza que se ha abierto de par en par al mundo.

Porque la esperanza cristiana no es un final feliz que hay que esperar pasivamente, no es el final feliz de una película – como dice Francisco- es la promesa del Señor que hemos de acoger aquí y ahora, en esta tierra que sufre y que gime. Esta esperanza, por tanto, nos pide que no nos demoremos, que no nos dejemos llevar por la rutina, que no nos detengamos en la mediocridad y en la pereza…que nos indignemos por las cosas que no están bien y que tengamos la valentía de cambiarlas; nos pide que nos hagamos peregrinos en busca de la verdad, soñadores incansables, mujeres y hombres que se dejan inquietar por el sueño de Dios; que es el sueño de un mundo nuevo, donde reinan la paz y la justicia.

Es nuestro deseo diocesano que vivamos una Iglesia samaritana, que se hace cargo del sufrimiento humano, que sabe ensuciarse con el barro de los hombres, que toca y limpia las llagas sociales de hoy, porque es “experta en humanidad”, y se convierte en signo, que muestra a Jesús, nuestro ‘Sanador Herido’, y como Él, se hace cercana porque no pone distancias, sino que las acorta para cuidar, caminar y acompañar.

A nosotros, discípulos del Señor, se nos pide que hallemos en Él nuestra mayor esperanza, para luego llevarla sin tardanza, como peregrinos de luz en las tinieblas del mundo.

El Jubileo, como tiempo de esperanza, nos invita a redescubrir la alegría del encuentro con el Señor, nos llama a la renovación espiritual y nos compromete en la transformación del mundo, para que este llegue a ser realmente un tiempo jubilar

Todos nosotros tenemos el don y la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido -como nos propone Francisco- allí donde la vida está herida, en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los fracasos que destrozan el corazón; en el cansancio de quien no puede más, en la soledad amarga de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que devasta el alma; en los días largos y vacíos de los presos, en las habitaciones estrechas y frías de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia. Llevar esperanza allí, sembrar esperanza allí.

El Jubileo se abre para que a todos les sea dada la esperanza, la esperanza del Evangelio, la esperanza del amor, la esperanza del perdón.

Que Nuestra Señora de la Paz, esposa de José y Madre de Jesús, proteja nuestras familias y nos regale el don de la esperanza, el respeto, el amor y la paz.

Mons. Jorge Lugones SJ, obispo Lomas de Zamora