Sábado 4 de enero de 2025

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Apertura del Año Santo

Homilía de monseñor Jorge García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires, en la misa de apertura del Año Santo (29 de diciembre de 2024)

Hemos dado apertura solemne al Año Jubilar en esta querida Arquidiócesis de Buenos Aires. El jubileo es una intensa experiencia de gracia y esperanza para todo el pueblo que, ya desde el año 1300, ha vivido esta celebración como un don especial de Dios, caracterizado por el perdón de los pecados y en especial por la indulgencia, que es una manifestación concreta de la misericordia divina que supera toda justicia humana. Así se libera nuestro corazón del peso del pecado para poder ofrecer con plena libertad la reparación de vida.

El lema de este jubileo 2025 es «Peregrinos de Esperanza». Justamente la peregrinación, nos dice el Papa Francisco, es un elemento fundamental del jubileo porque ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan sentido a sus vidas. La palabra ‘peregrinación’ significa «a través de los campos» o «a través del cruce de fronteras». Por eso hoy hacemos presente también a quienes han tenido que caminar forzosamente, a nuestros queridos hermanos migrantes que, buscando mejores horizontes de vida y con esperanza, salieron de su tierra. Especialmente, para nuestra ciudad de Buenos Aires, la comunidad migrante más numerosa, nuestros queridos hermanos venezolanos.

Peregrinar, caminar, y en algún otro texto el Papa Francisco, ya hace algunos años, decía que al Señor con la vida cómoda en el sillón no se lo escucha, que permanecer sentados en la vida, permanecer sentados genera y crea interferencia con la palabra de Dios, porque Dios es dinámico. La palabra de Dios no es estática, y si estamos estáticos, quietos, no vamos a escuchar su palabra. Termina diciendo Francisco, a Dios se lo descubre caminando.

Por eso, justamente hoy en el Evangelio, la Sagrada Familia de Jesús peregrina. José, María y el Niño, junto con muchos más, peregrinan a Jerusalén como lo hacían todos los años. Y eso lo hacen notar los verbos que aparecen en el Evangelio, los verbos son: iban, subieron, regresaron, caminaron. Constantemente en movimiento. Parecería que hay un dinamismo propio en el corazón de estos peregrinos. Por eso, retomando lo que nos decía el Papa, parece que a Dios se lo descubre caminando y así entonces, María, José y muchos más querían encontrarlo al Señor en el camino.

También fue el movimiento que hicieron hace algunos días los pastores acercándose a Belén. Aprendiendo de los pastores que también nosotros tenemos que ponernos en movimiento y caminar, porque nos dice también el Papa que tenemos que aprender de ellos, porque la esperanza que nace en la noche no tolera la indolencia del sedentario ni la pereza de quien se acomoda en su propio bienestar. La esperanza no admite la falsa prudencia de quien no se arriesga por miedo a comprometerse, ni el cálculo de quien solo piensa en sí mismo.

Peregrinos, nosotros también queremos serlo. Como María, como José, como los pastores. Pero no solo peregrinos, no solo ponernos en camino, sino ser peregrinos de esperanza. El verbo que así lo marca en el Evangelio es que María y José buscaron al niño que se les había perdido. Quieren recuperar la paz, no se resignan ante lo que está mal, no bajan los brazos, no se dan por vencidos ni derrotados.

Se sienten sostenidos en la esperanza de que van a encontrar al niño y por eso buscan. Que ojalá también nosotros en este jubileo recuperemos no solamente el entusiasmo y las ganas de peregrinar, de caminar, de mover nuestro corazón, de poner nuestra vida en marcha, sino también que nos podamos sostener en la esperanza. La esperanza, esa virtud que habrá sostenido a José y a María, esa virtud que tenemos que pedir todos los días como un don. Esa esperanza que no defrauda y que nos sostiene en la búsqueda de una vida mejor para todos.

Y nuevamente, José y María nos dan otra pista más. No solamente son peregrinos, no solamente son peregrinos de esperanza que no se cansan de buscar, sino que, nos dice el Evangelio, dónde buscar. Buscaron entre parientes y conocidos, buscaron en Jerusalén y buscaron en el Templo. Buscar nosotros también la esperanza entre parientes y conocidos, buscar también la esperanza en medio de nuestro pueblo.

Por eso el Papa nos habla de una alianza social para la esperanza que incluya a todos. Ser signos de esperanza para tantos hermanos de nuestro pueblo que la están pasando mal. Ser signos de esperanza para hermanos de nuestro pueblo que ya han perdido las ganas de buscar. Los abuelos, los jubilados, los que están solos, los que están presos, los jóvenes atravesados por el flagelo de la droga y del alcohol, los deprimidos. Cuánta gente que necesita de esa esperanza y por eso nosotros también buscarla en medio del dolor de nuestro pueblo.

También dice el Evangelio que lo buscaron en Jerusalén. Nosotros queremos buscar la esperanza en Buenos Aires. Queremos buscar la esperanza entre las calles de esta hermosa ciudad tan desafiante, esta ciudad que también amamos y nos duele. Buscar a Dios, como nos decía el Sínodo de Buenos Aires, porque Dios camina en las calles. Y por eso como caminantes, como peregrinos salimos a buscar en medio de la vida vertiginosa de la ciudad, razones para nuestra esperanza.

Y también nos dice que José y María buscaron la esperanza en el Templo. Nosotros vamos a buscar la esperanza en nuestras iglesias jubilares, que serán un oasis de espiritualidad para beber allí de la esperanza, acercándonos al sacramento de la reconciliación. Peregrinos de esperanza que buscan entre parientes conocidos y en medio de nuestro pueblo, que buscan la esperanza en la ciudad, que buscaremos la esperanza en nuestras iglesias jubilares.

Hacia el final, el Evangelio dice que los padres de Jesús, María y José, no entendieron todo lo que Jesús les decía. Nosotros tampoco entendemos muchas veces. Nosotros también a veces llevamos una vida dura, llena de interrogantes, con muchas cosas que no entendemos, que nos superan, que nos angustian, que nos derrumban. Pero una oración después dice que su madre conservaba estas cosas en el corazón, y allí está la clave para sostenernos en la esperanza.

Recordemos que se simboliza la esperanza con un ancla, un ancla que sostiene en medio de las tormentas. De hecho, entre los marinos se llama ancla de reserva o ancla de esperanza a una segunda ancla que se usa cuando el barco está ya muy sacudido por las olas. A veces nuestra vida también está muy sacudida por tormentas, por las olas, por cosas que no entendemos. Y entonces, ¿qué mejor que sostenernos anclados en esta esperanza?

Sentirnos sostenidos como la Virgen, que quizá hay cosas que no entendemos, pero conservamos en el corazón la esperanza, el ancla que nos sostiene, la virtud que no defrauda, que nos lanza hacia adelante, que no nos deja bajar los brazos, que nos sostiene más allá de las dificultades, que nos pone en camino porque queremos ser cristianos activos, no queremos dejarnos ganar por la pachorra del alma, por ese quietismo que nos hace ser derrotados antes de tiempo.

Leía el otro día una frase de un escritor y dramaturgo checo que dice así: «La esperanza no es la convicción de que las cosas saldrán bien, sino la certidumbre de que todo tiene sentido». La esperanza no es la convicción de que las cosas saldrán bien, sino la certidumbre de que todo tiene sentido. Vivamos con esa certeza. Todo tiene sentido porque Dios no nos abandona. Todo tiene sentido porque Dios camina con nosotros. Todo tiene sentido porque Dios nos regala este hermoso año jubilar, para que nos pongamos en marcha como peregrinos, peregrinos de una esperanza que no defrauda y que como un ancla nos sostendrá en medio de las tormentas de la vida.

Y lo buscaremos al Señor, porque Él es la razón de nuestra esperanza. Lo buscaremos en el propio corazón, lo buscaremos en medio de nuestro pueblo, lo buscaremos en nuestras calles, lo buscaremos en los templos jubilares. Dios camina con nosotros. Igual que la Virgen, conservaremos en el corazón nuestros interrogantes y sabremos que el Señor está con nosotros y que en este año jubilar nos quiere abrazar a todos con su misericordia para curar tantas heridas de la vida que venimos arrastrando. Amén.

Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires