Me gustó mucho el lema que eligieron para esta peregrinación: “Aferrados al amor de María, construyamos la fraternidad”. Aferrados, es una palabra fuerte, sólida, segura; el amor de María es eso: fuerte, sólido, seguro. Ella alcanzó esa consistencia amorosa aferrándose a la cruz de su Hijo. En ese abrazo doloroso y, a la vez, tierno y fuerte ¡construyamos la fraternidad!
Sí, también hoy nosotros “aferrados al amor de María”, ¡llegamos!, con los pies cansados, es cierto, pero con el alma desbordada de alegría y de paz. Estamos a tus pies, Madre querida, los que hemos caminado toda la noche o parte de ella; aquellos que nos acompañaron sirviendo, animando, sin cansarse, toda la noche; los que estuvieron adorando el Santísimo Sacramento durante largas horas en los diversos lugares amorosamente preparados para la oración; los sacerdotes, que durante toda la noche recibían a los peregrinos en el santuario para brindarles el alivio del sacramento de la Reconciliación. ¡Cuántos gestos de generosidad, de entrega y de sacrificio hubo a lo largo de toda la noche!, y también durante los días y meses que precedieron a este momento.
Aferrados al amor de María no solo queríamos llegar hasta su santuario. Con el gesto de caminar, de perseverar en el camino, de ser solidarios con el que teníamos al lado, queremos expresar, de un modo simbólico, el peregrinaje que cada uno de nosotros estamos llamados a realizar en nuestra vida diaria. Hace poco, un periodista me compartía su experiencia sobre su llegada a Itatí y subida hasta el camarín de la Virgen: ahí me quebré -decía- y no paraba de llorar, deseaba -continuó contando- que esa paz que sentí no se acabara nunca. No sé -concluía diciendo-, eso fue muy fuerte; salí de allí y veía todo de otra manera: mi familia, mis amigos, aún a aquellas personas que me costaba mucho tratar. ¡Qué hermoso testimonio! ¡Qué hondo cala el amor a María! La presencia de nuestra Tierna Madre de Itatí provoca en nosotros el milagro de miramos unos a otros y descubrirnos hermanos unos de otros y juntos hijos, que peregrinamos con Jesús hacia el encuentro definitivo con Dios nuestro amoroso Creador y Padre.
Esa peregrinación no es fácil. Tampoco los discípulos de Jesús la entendieron y “les daba miedo preguntarle más”, porque intuían que implicaba un sacrificio total de sí mismos, tal como lo escuchamos en el Evangelio de hoy (cf. Mc 9,30-37). Ellos se entretenían discutiendo “quién entre ellos era el más importante”. Nosotros podemos descubrirnos en ese “entretenimiento superficial e inconsistente”, creyendo que fuimos más que otros porque llegamos caminando a Itatí, o quien sabe porqué otras cosas más nos creemos más importantes que otros. Jesús es provocativo cuando propone el criterio para medir la importancia de una persona: “Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y el servidor de todos”.
Por eso, para construir fraternidad aferrados al amor de María, pidamos la gracia de entender lo que nos pide Jesús, de no tener miedo de ponernos al servicio sin exigir que nos feliciten por eso. ¡Reconozcamos que nos cuesta una enormidad dar ese paso! Sin embargo, hoy hemos aprendido que vale la pena cualquier sacrificio que nos lleva a ser más fraternos. Fíjense en el hermoso y, a la vez, doloroso camino que hemos recorrido, y ahora ya no importan los pies doloridos, ni el cansancio, porque hay algo más grande y más valioso que hemos alcanzado: llegar todos juntos, ayudándonos unos a otros a perseverar a pesar de todos los contratiempos. Qué impresionante es la experiencia de la fe, y qué fácil y qué triste es perderla. Se dan cuenta qué importante es la fe y cuánta fortaleza nos viene de estar aferrados al amor de ella para construir fraternidad.
Aferrados al amor de María, construyamos la fraternidad. María, como una excelente Madre y Maestra, nos toma de la mano y nos lleva al encuentro de su Hijo Jesús. Ella nos hace más amigable el sacrificio de abrazar esa cruz que nos toca a cada uno y ponerla junto a la cruz de su Hijo Jesús. Ella nos allana el camino de la Iglesia, donde aprendemos a escuchar a Jesús, a escucharnos entre nosotros, y a caminar juntos con todos para contarle a los demás que es hermoso tener fe y vivirla en comunidad.
Por eso “aferrados al amor de María, construyamos la fraternidad”. Así como Jesús es para María el gozo más inmenso, lo que ella más quiere es compartir con nosotros ese gozo que siente de estar con él, para que también nosotros lo sintamos así y nos convirtamos en misioneros de la alegría, de la esperanza y del consuelo para los demás. Que así sea.
Mons. Andrés Stanovnik OFM Cap., arzobispo de Corrientes