En el día de nuestra patrona, Nuestra Señora de la Asunción, Nuestra Señora del Tránsito, nos reunimos con espíritu de fe, de gratitud y de esperanza. 170 años de la creación de la Parroquia de “Barracas al Sud”, hoy Iglesia Catedral de esta Iglesia diocesana, de este pueblo de Dios peregrino en Avellaneda-Lanús, 170 años de presencia de la Virgen entre nosotros.
El lema elegido para esta fiesta habla precisamente de memoria y esperanza: «María de la Asunción, ayer, hoy y siempre junto a nosotros».
Esperanzada memoria que ilumina el presente… Es el mismo tono del cántico de la Virgen, que acabamos de escuchar en la proclamación del Evangelio: «La misericordia del Señor se extiende de generación en generación sobre sus fieles», «se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador».
Es el mismo tono de la primera lectura de esta Misa, tomada del libro del Apocalipsis. En una página, rica en imágenes y símbolos, busca transmitirnos una visión sugestiva y esperanzadora: una mujer revestida de sol, luminosa en medio de grandes dolores, asediada, pero no abandonada, sino custodiada y sostenida por Dios.
El autor del Apocalipsis ha querido presentar así un «signo grande», un símbolo de la Iglesia, el pueblo de Dios peregrino, constantemente asediado por el mal que desgarra la historia, que sin embargo no pierde su luminosa esperanza, porque se sabe custodiado y sostenido por Dios, su salvador.
El libro del Apocalipsis fue escrito en una época de mucho sufrimiento y de grandes desafíos para la joven comunidad cristiana. Rupturas familiares, discriminaciones y rechazos, persecuciones de toda clase, torturas, martirios… eran muchos los suplicios que debía atravesar esa comunidad, buscando mantenerse fiel al Evangelio de Jesucristo.
Era natural preguntarse hasta cuándo podrían resistir, o si acaso Dios los había abandonado, o si era posible seguir viviendo las enseñanzas de Jesús en una sociedad en la que el amor parecía no valer nada y que privilegiaba en cambio los intereses personales, las muestras de poder y la violencia.
La página del Apocalipsis que la liturgia nos invita a escuchar hoy parece querer responder a esos interrogantes. Los primeros cristianos comprendían de inmediato estas imágenes enigmáticas: la Mujer, el hijo, el Dragón amenazante, el refugio salvador que Dios ofrece y el canto de victoria que, pese a todo, se oye ya desde ahora.
El mensaje sigue vivo para nosotros hoy: por oscuros que sean los tiempos, por victoriosa que se crea la violencia en la historia, por arrolladora que parezca la fuerza del pecado y el mal en el mundo, ni hemos sido abandonados ni el mal tendrá la última palabra.
Como María, la comunidad cristiana, aun en medio de grandes dolores, sabe vislumbrar señales de esperanza en tiempos difíciles, acoger en su seno y custodiar la vida, y cantar ya desde ahora su esperanza. Y ella misma, la propia comunidad cristiana, se convierte en presencia luminosa, en señal de esperanza.
Podemos dejarnos iluminar también nosotros por esta esperanza.
Pienso en tantos modos en que la fuerza arrolladora del mal se hace presente en nuestro propio tiempo, impactando en la vida de las personas y comunidades. Menciono apenas algunos, seguro de que ustedes podrán añadir otros tantos:
Pienso también, y sobre todo, en la capacidad de los humildes, del pueblo sencillo, para reconocer, custodiar y hacer germinar signos de esperanza y de resistencia, a menudo en medio de grandes desafíos:
Estos signos de esperanza y resistencia, presentes en la vida diaria del pueblo sencillo, son una muestra de que, a pesar de los desafíos, existe una voluntad colectiva de avanzar hacia un futuro mejor.
El primer signo de esperanza que Dios nos ofrece es siempre este: la comunidad misma. Lo hizo con Israel, liberándolo de la esclavitud y haciendo de él un pueblo… Lo hizo con Jesús, reuniendo en torno a sí una pequeña comunidad en camino… Lo hizo con aquellas primeras comunidades cristianas, pequeñas en número, pero fuertes por su comunión, pobres en recursos, pero ricas en esperanza, sufrientes por muchos dolores, pero habitadas por el Evangelio… Quiere hacerlo también con nosotros, comunidades cristianas de Avellaneda y Lanús, signo humilde, pero luminoso, de la esperanza del Evangelio en medio de nuestro pueblo.
La fiesta de hoy, la Asunción de la Virgen, nos invita a mantener viva esta misma esperanza.
Me gustaría recordarlo con palabras del Concilio Vaticano II, que expresan la fe de la Iglesia, la fe de nuestro pueblo: «Después de su asunción a los cielos…, con su amor materno [María] cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y hallan en peligros y angustias hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. (…) De la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y en alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al Pueblo de Dios que peregrina como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor» (Lumen Gentium, 62 y 68).
En medio de una crisis grande, en medio de tantos desafíos, entre «peligros y angustias», ponemos la mirada en María, la humilde servidora. Con ella renovemos nuestro sí a la llamada del Evangelio, confiando en la promesa de Dios que jamás abandonará a los suyos, y poniéndonos en camino juntos, como comunidad cristiana, para ser signo de fraternidad y justicia, de misericordia, de solidaridad, de cuidado… signo humilde y luminoso de esperanza para nuestro pueblo.
Padre obispo Maxi Margni, obispo de Avellaneda-Lanús