Sábado 7 de septiembre de 2024

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Señor de Mailín como Mama Antula queremos darte a conocer

Homilía de monseñor Vicente Bokalic CM, obispo de Santiago del Estero, en la fiesta del Señor de los Milagros de Mailín (12 de mayo de 2024)

Aquí estamos Señor de los Milagros, nuestro Cristo Forastero que has querido quedarte en esta humilde villa del interior de Santiago. En un año muy especial por inquietudes e incertidumbres, de miedos y angustias, de una crisis económica que toca a todos los hogares de nuestra provincia y nación, pero al mismo tiempo en un año de gracia especial como fue la canonización de nuestra Mama Antula. Volvemos a Mailín, los que hemos tenido la posibilidad de pisar estas tierras, tal vez algunos con mucho esfuerzo, y estar a tus pies, pero también están los miles de hermanos y hermanas que no han podido venir, pero que están unidos a nosotros desde sus hogares y comunidades.

“Te alabamos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.” Así rezamos particularmente en toda la Cuaresma mientras preparamos nuestros corazones a la celebración de la Pascua. Aquí venimos adorar a nuestro Señor. Lo adoramos y reconocemos como nuestro Señor porque nos amó hasta el extremo: por amor murió por nosotros. Alabamos y bendecimos porque es eterna su misericordia. Nuestra oración se convierte en Mailín en un canto de alabanza por las maravillas que ha obrado entre nosotros y haciéndonos partícipes de su Vida y su Amor. “Pero yo he venido para que tengan Vida y la tengan en abundancia” JN 10,11: este es el significado más profundo de su entrega libre y voluntaria en la Cruz. Por tanto amor alabamos y bendecimos al Señor. Por qué Él nos rescató con su Sangre derramada y nos liberó del pecado y la muerte haciéndonos creaturas nuevas: no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. ¡Cómo no vamos a alabar, bendecir y agradecer tanto amor que es lo único que nos da esperanza en nuestro caminar!

Nos convoca el lema Señor de Mailín como Mama Antula queremos darte a conocer. Volvemos a estar junto al Señor para llenarnos de su espíritu, de su Vida, de su Amor para contagiarlo a todos los “hambrientos y sedientos del amor de Dios” Somos peregrinos y volvemos al manantial de agua viva: que nos devuelve la esperanza que perdemos muchas veces al enfrentar inmensas dificultades familiares y comunitarias.

Vivimos tiempos muy difíciles en todos los ámbitos, y nos puede pasar como a los discípulos que fueron llamados y acompañaban a Jesús en su camino a Jerusalén, en el camino a la Cruz, a la hora muchas veces mencionada por Jesús a sus amigos; cuando les hablaba de sufrimiento, del rechazo, soledad e incomprensión, de la cruz y muerte que le esperaba, la tristeza invadía sus corazones. Así está nuestro corazón al enfrentar situaciones y desafíos que muchas veces nos superan y no vemos una luz que oriente nuestro caminar. No sentimos perdidos, desorientados y sin fuerzas para seguir luchando. Agobiados por tantas frustraciones, descreídos de promesas, envueltos en escenarios de violencia e intolerancia, de desprecio ante la vida de inocentes y de mayores que ya no cuentan. Podríamos seguir enumerando tantas otras situaciones que entristecen y llevan a cierta desesperación. En este contexto celebramos la fiesta de Mailín en la solemnidad de la Ascensión del Señor.

“La Ascensión del Señor, por tanto, no es un distanciamiento, una separación, un alejamiento de nosotros, sino que es el cumplimiento de su misión: Jesús bajó a nosotros para hacernos subir hasta el Padre; se abajó para enaltecernos; descendió a las profundidades de la tierra para que el cielo se abriera de par en par sobre nosotros. Él destruyó nuestra muerte para que pudiéramos recibir la vida, y para siempre.

El fundamento de nuestra esperanza es este: que Cristo ascendido al cielo introduce en el corazón de Dios nuestra humanidad cargada de expectativas e interrogantes, y «ha querido precedernos como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino» (Prefacio I de la Ascensión del Señor).

Hermanos y hermanas, esta esperanza –enraizada en Cristo muerto y resucitado–, es la que queremos celebrar, acoger y anunciar al mundo entero en el próximo Jubileo, que ya está a la vuelta de la esquina. No se trata de un mero optimismo –digamos un optimismo humano– o de una expectativa pasajera ligada a alguna seguridad terrena, no, es una realidad ya realizada en Jesús y que se nos comunica también a nosotros cada día, hasta que seamos uno en el abrazo de su amor.

La Esperanza Cristiana –escribe san Pedro– es «una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera» (1 P 1,4). La esperanza cristiana sostiene el camino de nuestra vida, incluso cuando se vuelve tortuoso y difícil; abre ante nosotros horizontes de futuro cuando la resignación y el pesimismo quisieran tenernos prisioneros; nos hace ver el bien posible cuando el mal parece prevalecer; la esperanza cristiana nos infunde serenidad cuando el corazón está agobiado por el fracaso y el pecado; nos hace soñar con una humanidad nueva y nos infunde valor para construir un mundo fraterno y pacífico, cuando parece que no vale la pena comprometerse. Esta es la esperanza, el don que el Señor nos ha dado con el Bautismo... convertirnos en cantores de esperanza en una civilización marcada por un exceso de desesperación. Con los gestos, con las palabras, con nuestras elecciones cotidianas, con la paciencia de sembrar un poco de belleza y de amabilidad en donde quiera que estemos, queremos cantar la esperanza, para que su melodía haga vibrar las cuerdas de la humanidad y despierte en los corazones la alegría, despierte la valentía de abrazar la vida” Francisco en la fiesta Ascensión, 9/5/24

Esta Esperanza, que con tanta belleza y sabiduría la anuncia el Papa Francisco, esta íntimamente unida a la Fe; es la fe que vivió nuestra Santa Mama Antula. La vivió como don y como tarea. La experiencia del Amor de Dios que aprendió en sus años de juventud la impulsó a salir al encuentro de sus hermanos cuando ya no estaban sus padres espirituales. Salió a buscar a los lejanos, a los despreciados y olvidados de la sociedad de ese momento. Ese amor se hizo obra y compromiso. Así vivió su Fe: comprometida con su tiempo, sin escapar a los desafíos, haciendo frente a los desaires y maltratos. El fuego del Espíritu estaba en su corazón; y no quedó en bellos pensamientos y éxtasis. Descubrió en los pobres el rostro de Jesús que le llamaba a brindar lo que recibió gratuitamente: ese fue su programa de vida “hacer conocer el amor de Dios.”

Como devotos del Señor de los Milagros, estamos llamados a vivir nuestra fe y esperanza poniendo lo mejor de nosotros en el servicio a nuestros hermanos, comprometiéndonos allí donde la vida se sienta amenazada por el hambre, las enfermedades, soledad, la droga, la marginación, injusticia y todo atropello a la dignidad humana.

“Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que esto sea a costa de nuestros brazos, que esto sea con el sudor de nuestros rostros”, le gustaba decir a San Vicente de Paul, el padre de los pobres. La esperanza, que es la virtud necesaria para estos tiempos de grandes penurias y desolación, se reaviva cuando encontramos hermanos nuestros que nos tienden una mano, cuando sabemos escuchar al otro sin violentar ni imponer, cuando sabemos jugarnos desinteresadamente por el que sufre cualquier tipo de necesidad. Cuando hacemos sentir que el otro es importante para mí, y merece mi cuidado y amor.

Confirmados en el amor de Jesús, en nuestro querido Mailín, consolados y renovados por la fuerza del Espíritu volvamos a nuestros hogares y comunidades para ser signo de Esperanza activa asumiendo la misión que nos dejó Jesús: ser mensajeros y obreros del Reino de justicia, amor y paz. En esta tarea nos estamos solos. Nos acompañan con su intercesión una multitud de hermanos que entregaron sus vidas, a veces derramando su sangre, para hacer conocer el amor de Dios.

Queridos hermanos y hermanas reunidos ante nuestro Señor de Mailín no busque nuestra alma otra luz sino la Verdadera. Jesucristo no defraudará nuestra esperanza.

Así sea.

Mons. Vicente Bokalic CM, obispo de Santiago del Estero