Queridos hermanos sacerdotes del presbiterio de Santiago del Estero y todo el santo pueblo de Dios.
Nos encontramos reunidos para celebrar la Cena del Señor haciendo memoria de su entrega total al proyecto de Dios: salvar a toda la humanidad. Salvar es el acto supremo de Amor de Jesús: Jesús quiso perpetuar este acto de Amor para que lo actualicemos hasta el final de la historia haciendo presente, vivo y operante el amor de Dios, manifestado en la entrega de Jesús, Hijo de Dios, hermano nuestro, Sacerdote de la Nueva Alianza. Al celebrar este misterio de Amor, recordamos la institución del Sacerdocio ministerial que Jesús dejó a su Iglesia, para anunciar la Palabra, santificar con los sacramentos, guiarlo como pastores con el corazón y actitudes de Jesús. Como cuerpo Presbiteral renovarán las promesas que un día hicieron en la ordenación.
Consolados y ungidos por el Señor para consolar a nuestro pueblo
Celebrar en tiempos de grandes penurias, de grandes pruebas y sufrimiento de nuestro pueblo. La historia del pueblo de Dios atravesó por infinidad de momentos y experiencias de profundo dolor, desarraigo, exilio, esclavitud y sufrimientos de todo tipo. En esos tiempos eran enviados los profetas en nombre de Dios para trasmitir mensaje de cercanía y misericordia.
Isaías, en su mensaje le habla a su pueblo comunicando la buena noticia del Amor de Dios, y ya anuncia un año de gracia. Jesús retoma este pasaje que encarna en su vida y en su misión redentora de toda la humanidad. También habla del año de gracia. se dirige a personas que pasaron por un período oscuro, que han sufrido una prueba muy difícil; pero ahora ha llegado el tiempo de la consolación. “La tristeza y el miedo pueden dejar lugar a la alegría, porque el Señor mismo guiará a su pueblo por sendas de liberación y salvación. ¿En qué modo se realizará todo esto? Con el cuidado y la ternura de un pastor que cuida su rebaño. Él dará unidad y seguridad al rebaño, lo hará pastar, los reunirá en su redil seguro las ovejas dispersas, prestará especial atención a las más frágiles y débiles (v. 11). Así actúa Dios con nosotros ya que somos sus criaturas, sus hijos y ovejas del rebaño. De ahí que el profeta invita al oyente – incluyendo nosotros hoy – a difundir entre la gente este mensaje de esperanza.
La invitación de Isaías –"Consolad, consolad a mi pueblo"– resuene en nuestro corazón en este día Sacerdotal. Hoy necesitamos ser personas que sean testigos de la misericordia y de la ternura del Señor, que sacude los resignados, reanima los desalentados, enciende el fuego de la esperanza. Muchas situaciones requieren nuestro testimonio consolador. Pienso en aquellos que están oprimidos por el sufrimiento, la injusticia, la pobreza cada vez más grande y extendida, los que están en vulnerabilidad absoluta, el abuso de poder; a los que son esclavos del dinero, del poder, del éxito, de la mundanidad.
Todos estamos llamados a consolar a nuestros hermanos en una actitud de escucha atenta y respetuosa, testimoniando el amor de Dios, que puede eliminar las causas de los dramas existenciales y espirituales. Implica la actitud de mucha escucha. Con mucha perseverancia y con renovados métodos para llegar a todos.
Pero no podemos ser mensajeros de la consolación de Dios si nosotros mismos no experimentamos la alegría de ser consolado y amado por Él. Esto sucede especialmente cuando escuchamos su palabra, cuando permanecemos en la oración silenciosa en su presencia, cuando nos encontramos con Él en la Eucaristía o en el Sacramento del Perdón.
A todos nos sirven aquellas sentidas palabras de san Pablo a sus comunidades: «Les pido, por tanto, que no se desanimen a causa de las tribulaciones» (Ef 3,13); «Mi deseo es que se sientan animados» (Col 2,2), y así poder llevar adelante la misión que cada mañana el Señor nos regala: transmitir «una buena noticia, una alegría para todo el pueblo» (Lc 2,10). Pero, eso sí, no ya como teoría o conocimiento intelectual o moral de lo que debería ser, sino como hombres que en medio del dolor fueron transformados y transfigurados por el Señor. Esto no es cuestión de voluntarismo e improvisación, es compartir una gracia que alcanzamos fruto del trato cotidiano con el Señor en tiempos fuertes de oración. Sin esta experiencia fundante, todos nuestros esfuerzos nos llevarán por el camino de la frustración y el desencanto.
Cercanía al pueblo
En tiempos de tantas crisis, y desolaciones hay una tentación que padecemos nosotros los sacerdotes: aislarnos, refugiarnos en los espacios de seguridad, alejarnos de los lugares de conflicto, de inquietudes familiares y sociales muy amplios. Es quedarnos tranquilos en nuestro propio mundo, o mezquinando tiempo de servicio y atención. Pensamos con estilo derrotista “que puedo hacer solo”, “imposible cambiar situaciones de opresión, violencia, injusticia, marginación más absoluta”, impotencia, miedo, pasividad, cierta indiferencia, falta de audacia o parresia apostólica. Aun la oración desencarnada puede ser un escape a nuestras responsabilidades.
Ante esto volvemos a sobre la enseñanza de Francisco en EG: un remedio para estas tentaciones y abandonos es la cercanía al pueblo, que van unida a la cercanía con Dios, con los hermanos sacerdotes y con el obispo. ilumina el estilo de Jesús: es una cercanía especial, compasiva y tierna. Estas son las tres palabras que definen la vida de un sacerdote, y también de un cristiano, porque están tomadas precisamente del estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura.
Cercanía al pueblo no como deber sino una gracia. «El amor al pueblo es una fuerza espiritual que favorece el encuentro en plenitud con Dios» (Evangelii gaudium, 272). Por eso el lugar de todo sacerdote es en medio del pueblo, en una relación de cercanía con el pueblo. Cuando estamos frente a Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y sostiene, pero al mismo tiempo, si no estamos ciegos, empezamos a percibir que la mirada de Jesús se ensancha y se vuelve llena de afecto y ardor hacia todo su pueblo fiel. Así redescubrimos que quiere servirse de nosotros para acercarse cada vez más a su amado pueblo. Jesús quiere servirse de los sacerdotes para acercarse al pueblo fiel de Dios. Nos lleva en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de modo que nuestra identidad no puede entenderse sin esta pertenencia» (n. 268). Cuando hacemos esto, la vida siempre es maravillosamente complicada y vivimos la intensa experiencia de ser un pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo» (ibíd., 270 Una cercanía que permite ungir las heridas y proclamar un año de gracia del Señor (cf. Is 61,2). También hoy la gente nos pide que seamos pastores del pueblo y no clérigos «profesionales de lo sagrado»; pastores que conozcan la compasión y la oportunidad; hombres valientes, capaces de detenerse ante los heridos y tenderles la mano; hombres contemplativos que, en su cercanía a su pueblo, puedan proclamar sobre las heridas del mundo la fuerza operante de la Resurrección.
Una de las características cruciales de nuestra sociedad «en red» es que abunda el sentimiento de orfandad; es un fenómeno actual. Conectados a todo y a todos, nos falta la experiencia de pertenencia, que es mucho más que una conexión. Con la cercanía del pastor, podemos convocar a la comunidad y fomentar el crecimiento de pertenencia. Pero si el pastor se extravía, si el pastor se aleja, las ovejas también se dispersarán y estarán al alcance de cualquier lobo. Esta cercanía con el pueblo cuando la vivimos con conciencia y entrega sincera no hace experimentar “que Soy una misión en esta tierra, y por eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse marcado por esta misión de iluminar, bendecir, vivificar, elevar, sanar, liberar» (Evangelii Gaudium, 273). Me gustaría relacionar esta cercanía al Pueblo de Dios con la cercanía a Dios, ya que la oración del pastor se alimenta y se encarna en el corazón del Pueblo de Dios. Cuando reza, el pastor lleva las marcas de las heridas y las alegrías de su pueblo, que presenta en silencio al Señor para que lo unja con el don del Espíritu Santo. Es la esperanza del pastor que confía y lucha para que el Señor bendiga a su pueblo.
Como Iglesia que peregrina en Santiago del Estero no podemos pasar por alto la gracia que vivimos en el mes de febrero la canonización de Nuestra querida Mama Antula. Mujer fuerte, experimentada en el amor de Dios que la impulso a salir al encuentro de tantos hermanos/as que aún no conocían el amor de Dios. Fue hacia ellos para guiarlos a esa experiencia que iba a cambiar sus vidas. Hoy que inspiradora e intercesora en nuestra misión de ser consoladores de los sufrientes y cercanos a nuestro pueblo.
Mons. Vicente Bokalic CM, obispo de Santiago del Estero