Querida comunidad, estamos celebrando esta liturgia de la Misa crismal, en la que se bendecirán los santos óleos para los catecúmenos y para los enfermos y también se consagrará el santo crisma, usado para administrar el sacramento de la confirmación y la sagrada ordenación. Además, en esta Eucaristía, los sacerdotes renovaremos nuestras promesas sacerdotales, las que hicimos el día en que fuimos ordenados sacerdotes. Por eso, gracias por estar y por rezar por nosotros. Los sacerdotes necesitamos siempre de la oración, del cariño, de la corrección fraterna y del aliento de todos Uds., que en las comunidades son nuestra familia.
Ahora quiero compartir algunas reflexiones con Uds., queridos hermanos sacerdotes, primeros colaboradores del Obispo, en el día en que renovarán el don de Dios que han recibido en la ordenación sacerdotal.
Hoy es el día en que resuena fuerte en nuestro interior el mandato de san Pablo: “Reaviva el don de Dios que has recibido” (2 Tim 1,6). En esta celebración se nos invita a reavivar el fuego del amor de Cristo que nos ha llamado al sacerdocio para ser siempre servidores de los hermanos. Nuestra vocación es imitar al Buen Pastor que nos ha elegido para que vivamos la vida con Él y lo hagamos presente en las comunidades, anunciando la Palabra y regalando el milagro de los sacramentos.
Inspirado en una homilía del papa Francisco[1], les comparto tres “caminos” para reavivar siempre el don del sacerdocio:
El primero es custodiar siempre la alegría del Evangelio en el propio corazón. En el corazón de cada uno de nosotros está el recuerdo del llamado al sacerdocio. Está el recuerdo de ese amor que nos ha seducido y cautivado y nos impulsó a responder con generosidad aun con miedos e inseguridades. Custodiar la alegría del Evangelio en el corazón es gustar interiormente la buena noticia que nos acompaña desde siempre: somos llamados por un Dios que nos ama con ternura y misericordia. Con el testimonio de una vida sencilla, generosa, profundamente sacerdotal y que expresa aquella alegría profunda que da sentido a nuestra vida, podremos ayudar a que muchos descubran la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado (cf.Evangelii gaudium, 36). Porque ser testigos del amor de Dios, es lo único que importa. Y solo custodiando la alegría del Evangelio, que es la alegría de nuestra vocación, podremos llevar este gozo a los demás.
Un segundo camino es pertenecer cordialmente (con el corazón) al pueblo que nos
toca pastorear. Amen a la comunidad que les toca servir y sean instrumentos de comunión: el pueblo de Dios son todos. En la comunidad hay diversidad de grupos, carismas, servicios pastorales, diversas espiritualidades, también diversas clases sociales... Amen a todos, no se cierren en sus propias preferencias, opciones pastorales o gustos espirituales. Están al servicio de todos y tienen que animar una espiritualidad de comunión que los haga, a todos juntos, comunidad misionera. Caminen junto a todo el pueblo al que sirven, pero también unidos al obispo y al presbiterio. No descuiden nunca la fraternidad sacerdotal.
El tercer camino es ser generadores de vida cristiana en el servicio pastoral. “Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo, pero si muere, da mucho fruto”[2] nos enseña Jesús. Se trata de desgastar la vida en el trabajo pastoral. Se trata de “desvivirnos” para que otros tengan vida, a imagen de Jesús, que no vino para ser servido sino para servir y dar la vida en rescate de una multitud[3]. El sacerdote formado en la escuela de Jesús, se pone al servicio de todos, está cerca de la gente, acompaña los procesos de cada uno y promueve todos los carismas que el Espíritu suscite y que pueden fructificar en diversos ministerios laicales al servicio de la comunidad. Cuando no somos nosotros el centro de todo, sino que nos ponemos al servicio de los demás, generamos la vida cristiana, porque llevamos “el agua viva del Evangelio al terreno del corazón humano y del tiempo presente”[4].
Antes de que renueven sus promesas sacerdotales les recuerdo estas tres ideas, que ojalá les sirvan para renovar el don de Dios: alimentar siempre la alegría del Evangelio; pertenecer cordialmente al pueblo que les toca pastorear y ser generadores de vida cristiana en el servicio pastoral.
Que nuestra Madre, la Inmaculada de la Concordia los cuide siempre y les enseñe a vivir un fecundo ministerio sacerdotal en comunión con Jesús, el Buen Pastor. Muchas gracias.
Mons. Gustavo Gabriel Zurbriggen, obispo de Concordia
Notas
[1] Francisco, Discurso a los participantes en el Congreso Internacional sobre la Formación Permanente de los Sacerdotes, el 8 de febrero de 2024.
[2] Cfr. Jn. 12, 24.
[3] Cfr. Mc. 10,45.
[4] Francisco, ídem.