Queridos hermanos
Qué gusto que todos juntos volvamos a encontramos en nuestra iglesia catedral para celebrar la Misa Crismal y en ella, renovar las promesas sacerdotales frente y junto al Pueblo de Dios que nos ha sido encomendado.
Durante años, en tantas Misas Crismales volvemos a escuchar una y otra vez las mismas lecturas. Sin embargo, sería injusto decir que se repiten porque todas ellas son Palabra de Dios, impulsada por el Espíritu que nos habla al corazón. Si solo fuera escuchar para solo repetir, nuestra Liturgia sería como huesos secos que han perdido el Espíritu. Por eso las rúbricas que debemos cumplir, están destinadas no a la cabeza sino al corazón. No a una mera idea, sino a la vida. Desde el Dios de la vida, a nosotros, para que tengamos vida y vida en abundancia. Nada más lejano a letra muerta.
Tanto en la lectura del Profeta Isaías, como en la del Evangelio de Lucas que hoy ha sido proclamado se nos recuerda justamente cuando Jesús leía ese mismo texto…, nos hace presente que Él es el Ungido que ha sido Enviado.
Ungido…, elegido… separado desde el corazón del mismo Padre. Pero también ¡ENVIADO!
Ha sido enviado…
Y su vida la ha vivido justamente desde ese mandato. Desde esa vocación devenida del mismo Padre.
No podemos dejar de lado ningún instante de la vida de Jesús. Todo nos llega por las Escrituras y por la Tradición. Y hay también muchas cuestiones que desconocemos de su vida… su vida oculta… justamente por falta de escritos o de testigos. Sin embargo, tenemos lo suficiente para el conocimiento de su obra.
Cuando digo no podemos dejar de lado nada de su vida, significa no solo escuchar TODAS sus enseñanzas, sus palabras…, sino también ESCUCHAR a través de sus obras…; saber VER. Qué hizo.., por qué hizo lo que hizo… dónde estaba su corazón…, que era de todo menos indiferente.
Jesús fue “enviado” y cumplió con su envío.
Llevó a cabo la obra del Padre hasta la última gota de sangre. Nos amó… y nos amó hasta el final, hasta dar la propia vida.
Las tentaciones en el desierto (con ese texto hemos iniciado nuestra Cuaresma) el tentador le invitaba a cambiar el “eje” de su vida. Ser servido en vez de servir. Y por supuesto, venció a la tentación… su ser enviado se siguió cumpliendo con fidelidad hasta el final. Por eso ha sido pobre entre los pobres y por eso nos amó hasta dar la vida. Porque se sabía amado infinitamente por el Padre y con ese mismo amor nos ha amado.
Y nos ha legado su unción y hoy, nos ha enviado a nosotros. También para seguir sus pasos.
Hemos sido llamados… hemos sido ungidos…; compartimos Su sacerdocio, que nos ha sido dado sacramentalmente en el seno de la Iglesia.
Que hayamos sido enviados, no asegura llegar a la meta propia del llamado. La vocación requiere siempre de la respuesta subjetiva. De la respuesta propia y única de cada llamado.
Miremos tan solo a los doce Apóstoles. En un momento… llegaron a ser once. Porque el envío de Judas fue desperdiciado. No supo cuidar el rico tesoro que recibió junto a sus hermanos Apóstoles que también habían sido llamados… enviados…; y al poner precio… a lo que no tiene precio… puso final a la respuesta al llamado por enceguecerse con poco: perdió TODO. Sin poder entonces “dar nada”. Ni nada recibir.
Por eso en esta Santa Misa, estamos llamado a desempolvar el llamado y a renovar nuestras promesas sacerdotales. Como cuando a un motor se le debe cambiar el aceite porque ya ha recorrido suficientes quilómetros y deber ser renovado en su totalidad. También nosotros, nos cansamos…, nos distraemos…, nos equivocamos…, sin embargo, la unción y el envío siempre siguen en pie, pero la respuesta de nuestra parte debe ser renovada. Hoy lo haremos todos juntos, para recordar esa colegialidad que Jesús mismo ha dado desde los primeros tiempos. Y también, desde nuestra vida renovada por la realidad misma que se nos impone, debemos volver a decir sí para ser fieles al llamado. La tentación nos hace muchas veces aferrarnos a cosas y circunstancias que no huelen al Buen Espíritu. Y nos vamos aferrando a seguridades no justamente evangélicas. Puede tener eso variadas formas: dinero, poder, un futuro asegurado, un sueldo generoso, un oficio que esté por encima de mi vocación más genuina… etc… etc…
Volver a renovar juntos estas promesas es aceptar la invitación a volver a ser LIBRES.
Lo que Dios quiera.
Como Dios quiera.
Cuando Dios quiera.
Nuestro Ministerio SOLO se entiende y será fecundo si está basado en Cristo servidor. Si lo seguimos a Él. Vivido junto al Papa, hoy Francisco y, en comunión también con el Obispo. Y TODOS testigos de la Buena Noticia. Ungidos para ser anunciadores de la Buena Noticia y constructores del Reino de Dios.
Cuántas veces me pregunto si verdaderamente nuestras palabras y acciones testifican una BUENA NOTICIA para nosotros y para el pueblo.
Debemos ser signos de todo ello.
Nuestra vestimenta clerical (sea sotana o clerigman…) nos expone como signos visibles. Es decir, nos expone al hacernos visibles. Y exponernos nos hace vulnerables. Como lo ha sido Jesús. En Él solo podremos ser verdaderamente SIGNOS de la BUENA NOTICIA de la SALVACIÓN. Puedo no quitarme nunca mi vestimenta clerical, pero si me encierro… si no salgo… vacío el signo de significancia.
San Francisco de Asís tenía en cuenta la importancia de caminar junto al pueblo y de ser visible junto a sus hermanos. Cosas tan simples como esas siguen siendo necesarias y URGENTES. La gente nos quiere visibles y cercanos. Caminando por la calle para cruzarnos en los caminos de la vida. Caminando junto al pueblo… desde allí es más fácil poder escuchar lo que se nos pide. Lo que necesitan. Pero claro, vuelvo a repetirlo… no es fácil… parece simple… tan solo callejear… pero sin duda eso nos EXPONE y nos hace vulnerables. Esto es un gesto concreto que les pido a todos los sacerdotes: la cercanía. El estar en la calle. Nuestra entrega debe ser visible y debe estar atenta para el servicio. No esperar a que vengan… sino “caminar juntos”. Sin distancias.
En mi experiencia de caminar por las calles de San Luis y por los pueblos del interior, la frase más seguida que escucho es GRACIAS… simplemente por estar…, por caminar juntos. ¡Qué desafío! dado que es algo que cada día nos sorprenderá y cada día deberemos responder para que nuestra Iglesia sea una Iglesia VIVA que no repita tradiciones sin vida, sino que renueve el FUEGO del ESPÍRITU. Como se dijo alguna vez: la tradición no es adorar cenizas sino transmitir el Fuego.
Las reflexiones que venimos haciendo diocesanamente y en comunión con la Iglesia Universal, justamente nos invitan a un caminar juntos…, hacia una escucha atenta, para poder discernir qué nos dice el Espíritu hoy.
Debemos ir fortaleciendo estructuras SINODALES. Es decir, estructuras participativas que se concretan en construcciones eclesiales participativas y de comunión. Que no dan lugar a protagonismos unilaterales y egoístas. En nuestro caso es el cuidado y atención de romper desde lo más profundo de nuestro corazón actitudes clericalistas. Es fácil criticar a otros… pero es difícil reconocer que yo puedo ser o tener estos vicios. La Iglesia no nos lleva nunca ni a la tiranía del laico ni a un clericalismo. Cuando estos extremos crecen, se pierde la verdadera Eclesialidad. Por eso debemos estar atentos siempre para renovar la Iglesia y renovarnos nosotros en ella.
¡Que el Buen Espíritu no se apague en nuestros corazones!
Finalmente, si un norte nunca deberemos perder es justamente hacer todo POR AMOR.
Si el amor no anima nuestras acciones… entonces gana la envidia, las especulaciones, las malas intenciones y egoísmos. Solo seremos, como decía San Pablo, una campana hueca que retiñe. Estamos llamados a mucho más que eso.
San Luis nos necesita como sacerdotes vivos, sanos y enteros.
Hombres de Dios. Hombres del y para el pueblo.
Servidores dispuestos a morir en el surco.
San Luis necesita pastores llenos de vida y llenos de alegría. Si la alegría no se refleja en nuestros rostros algo nos estará faltando. Y no hace falta aclarar qué significa ser alegres… basta vivir las Bienaventuranzas…, basta vivir la libertad de los Hijos de Dios.:
Con la importancia de aprender a caminar y escuchar quiero hacer presente unas palabras del Papa Francisco a la Curia Romana (21-Dic-2023)
Escuchar “de rodillas” es la mejor manera para escuchar de verdad, porque significa que no nos colocamos frente al otro en la posición de quien cree ya lo sabe todo, de quien ya ha interpretado las cosas aun antes de escucharlas, de quien mira por encima del hombro, sino que, por el contrario, nos abrimos al misterio del otro, dispuestos a recibir humildemente lo que quiera entregarnos. No olvidemos que sólo en una ocasión es lícito mirar a una persona de arriba hacia abajo: solamente para ayudarla a levantarse. Es la única ocasión en la que es lícito mirar a una persona de arriba hacia abajo. A veces, inclusive cuando nos comunicamos entre nosotros, corremos el riesgo de ser como lobos rapaces. Enseguida intentamos devorar las palabras del otro, sin escucharlo realmente, e inmediatamente vertemos sobre él nuestras impresiones y nuestros juicios. En cambio, la escucha requiere silencio interior, pero también un espacio de silencio entre la escucha y la respuesta.
¡Cuánto debemos seguir aprendiendo!
Si miramos nuestras vidas… seguramente mucho nos falta y mucho debemos cambiar, pero nada de eso nos debe detener. ¡Todo lo contrario…!
Solo pierdo si dejo de luchar.
Solo moriré si no sigo buscando.
Quiera Dios que así sea nuestro Ministerio, no un lugar de seguridades sino un lugar en libertad y acción. De atenta escucha y de arriesgado servicio. Un Ministerio VIVO y LLENO DE VIDA.
No tengo duda que en todos nuestros corazones vamos a encontrar el amor y la devoción a la Virgen María. Pero un verdadero cristiano no se construye con devociones, sino con el seguimiento a Cristo.
Por eso nuestra devoción a la Virgen María nos deben llevar a imitarla al punto de obrar, rezar, vivir y actuar como lo hubiera hecho ella misma. Una mujer toda de Dios. Contemplativa y de acción. Valiente y jugada.
Lo mismo debemos llegar a ser nosotros.
Hombres de Dios, de la mano de María para recibir a Dios y llevarlo a nuestros hermanos con acciones concretas que modifican la vida de la gente y de las comunidades. Construyendo y fortaleciendo el Reino de Dios en medio nuestro.
Les deseo una rica y fecunda Semana Santa que toque los corazones de todo el pueblo… es decir… que modifique también nuestros corazones, porque nada podremos dar, si no lo poseemos primero.
¡Feliz Pascua de Resurrección…! Que el Dios vivo reine en nuestros corazones y nos ayude a construir un mundo más justo y más humano.
Mons. Gabriel Bernardo Barba, obispo de San Luis