Es interesante imaginar cuál habrá sido el clima de sentimientos en aquella última cena.
Jesús con sus discípulos, con aquellos que había compartido los últimos tres años. Aquellos discípulos que habían sido testigos de milagros, testigos del sermón de la montaña.
Seguramente más de una vez no lo entendieron al Señor. Otras veces se habrán quedado pensando sobre todo lo que Jesús había hecho. Y ahora estaban en esa última cena, en la que Jesús ya venía anticipando que iba a ser entregado, que iba a ser crucificado. Por eso me imagino que el sentimiento que debía primar en esa última cena debía ser de tristeza, de dolor, de angustia, de preocupación. Seguramente estarían con una congoja y con una angustia que sería un nudo en el estómago como nos pasa a nosotros. Porque tenía sabor a final.
Y cuando las cosas tienen sabor a final a veces dan un poco de tristeza. No sé si alguno de ustedes recordará alguna fiesta hermosa en la que hayan participado. Y cuando la fiesta termina uno se va contento, pero también hay como una nostalgia de que algo está terminando. Bueno, algo está terminando en esta última cena.
Entonces Jesús trata de dejar como un mensaje último importante esos mensajes contundentes. En general cuando despedimos a un ser querido después que vino, y se quedó unos cuantos días con nosotros, charlamos de un montón de cosas durante la semana que estuvo acá. Y cuando está por subir al micro o está por arrancar el auto le decimos te quiero mucho, sos re importante en mi vida, te voy a extrañar, te necesito.
Uno dice, tuvimos una semana hablando de pavadas y recién ahora me decís todo esto. Es que es medio misterioso, pero es así.
Las cosas importantes cuando abrimos el corazón nos las decimos a último momento en el contexto de la despedida.
Entonces hoy Jesús que se está despidiendo en este clima medio tristón dice les voy a dejar lo más importante que tengo para dejarles y es el mandamiento del amor. Y desconcierta a sus discípulos haciendo el lavatorio de los pies y diciéndoles que entre nosotros tenemos que hacer lo mismo.
¿Y qué es el lavatorio de los pies? Si nos imaginamos en aquella época era el trabajo de los esclavos. La gente no usaba ni zapatillas ni zapatos como nosotros y cuando llegaban a una casa, después de caminos de tierra, había que lavarse los pies porque eso era casi antigénico y entonces había esclavos que se dedicaban a ese trabajo. Esclavos que te lavaban los pies en el umbral de la puerta y después te hacían pasar. Y como no había sillas y la mesa no tenía la altura que tienen nuestras mesas todos se sentaban en el piso con lo cual si no te lavaban los pies tus pies estaban a la misma altura que el esclavo y a la misma altura que la persona que tenía sentada en el piso al lado tuyo.
Imagínense si alguno no se lavaba los pies no daba muchas ganas de comer con el olor a patas del vecino. Por eso era algo importante lavarse los pies y lo hacían los esclavos. Y en el Evangelio de hoy Jesús en este contexto de despedida dice ahora lo hago yo.
Los pies representan los caminos de la vida que recorrimos. Jesús hoy no le pregunta a ninguno de los discípulos ah mirá tus pies están bastante sucios ¿por dónde anduviste? Jesús no pregunta ¿por qué la mugre de los pies? Jesús no pregunta qué caminos recorrimos en la vida.
Y todos los que somos grandes sabemos que más de una vez hemos caminado caminos equivocados, que más de una vez nos hemos ido a la banquina; podremos disimularlo delante de los demás, pero varias veces habremos caminado por algunos senderos equivocados. Cuando uno se equivoca, se manda macanas, cuando uno tiene sus momentos de la vida oscuro en tinieblas cada uno lo sabe.
Lo lindo es que hoy Jesús no dice mirá ¿por dónde anduviste? A Jesús no le importa cuáles fueron los caminos que recorriste, lo que le importa son los caminos que querés recorrer de acá en adelante.
Por eso hoy tenemos que sentir todos que Jesús nos lava los pies, nos lava los pies porque apuesta por nosotros, nos lava los pies porque nos ama y nos quiere felices en el camino de la vida y ya no le importa de dónde venís sino para dónde querés ir. Porque, por otro lado, los caminos que hemos recorrido en la vida no pueden desandarse ya está, es parte de nuestra historia, de nuestro pasado.
Hoy decía en otra misa “para Dios no tenemos prontuario, tenemos historia” y entonces como tenemos historia les propongo hoy que todos los que se laven los pies, pero todos los que estamos aquí le ofrezcamos a Dios nuestra vida. Le digamos: “acá estoy con toda mi mugre; acá estoy con todas mis oscuridades; acá estoy con todas mis cosas lindas y las cosas no tan lindas. Jesús, vos las conoces, vos sabés por dónde anduve.
Si tengo ochenta años seguramente recorrí más caminos de la vida y quizá me equivoqué más.
“Acá estoy”. Jesús, quédate tranquilo, lo que quieres es abrazar tu vida con todas sus ternuras y delicadezas como hoy abraza los pies de los apóstoles.
Hoy, afuera la culpa. Sentimiento que nos angustia y nos destroza.
Segunda idea que quería compartirles del lavatorio de los pies. No sé si alguna vez les pasó, pero cuando te dicen “a ver te sacás los zapatos” lo primero que uno piensa es tengo la media agujereada. Después de pasar esa primera prueba de la media agujereada es: hoy me puse piecidex, me puse talco.
En general los pies no es lo que más cuidamos. Los pies un poco representan nuestras debilidades, no es la parte más higiénica de nuestro cuerpo.
¿Por qué será que Jesús quiere lavar mis pies y no quiere lavar mi cara, que es tan linda?, eso dice mi mamá.
En realidad, quiere lavar los pies porque justamente Jesús quiere abrazar tu parte más frágil. Jesús quiere abrazar tu vulnerabilidad. Jesús quiere abrazar toda tu vida con todas las equivocaciones, quizá con tus pecados.
No tengamos vergüenza delante de Jesús. Delante de otros capaz que uno esconde los pies, delante de otros capaz que uno no se quiere sacar el zapato porque la media está agujereada, delante de otros uno no quiere mostrar el pie porque capaz que tiene olor por los hongos puede ser, pero ¿saben qué? delante de Jesús no. Mostrale tu vida como está porque nos ama tanto que delante de Él no podemos tener vergüenza.
Pedro creo que tenía vergüenza por eso le dice no señor no me podés lavar los pies a mí. Me imagino los pies de Pedro lo que habrán sido, Dios mío.
Pensaba el otro día, cuando reflexionaba, en estos días hemos hablado tanto de la santa Mama Antula, dicen que vino caminando de Santiago del Estero. Imagínense esos pies. Imagínense los pies de Mama Antula si Jesús le dice “mostrámelos”; le habrá dicho no Jesús tienen unos callos impresionantes, pero ¿saben qué? Jesús te ama.
Delante de Dios no podemos tener vergüenza.
Hacia el final del Evangelio nos dice: “les he dado el ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes”. Tenemos que aprender a ponernos al servicio de los hermanos, tenemos que aprender a encontrarnos con el otro y no buscarle historia ¿de dónde viene esto? ah ¿saben? yo lo conozco, yo sé quién es aquel, conozco a los padres, no sabés lo que era cuando era joven.
Basta de buscarle el prontuario a la gente, tengo menos oportunidad en la vida como Dios me la da a mí cuando me encuentre con alguien cuando me encuentre con alguien animáte a abrazar su vida como hoy Jesús abraza sus pies.
Lo segundo, delante de Jesús no hay que tener vergüenza y mostrarle la vida como está con todas las medias agujereadas y con el olor a patas que puede haber. Aceptá la vida del otro hermano, porque vos también tenés lo tuyo. El que anda mucho con el dedito acusador es porque tiene a sus muertitos en el placar. Seamos buenos con los demás como Jesús lo es con vos. Dejá que el otro te pueda mostrar su vida sin vergüenza y abrazala porque el otro anda por la vida tratando de ser feliz como vos, que a veces sale y a veces no sale.
Lo tercero, ponernos al servicio del otro. En general en la vida andamos medio mirando desde arriba ¿viste? algunos somos mejores y más importantes o porque tenemos más estudio o porque hace más años que estoy en la parroquia o porque tengo todos los sacramentos y miramos así con el cogote de tero desde arriba.
Mirá que increíble, Jesús el Hijo de Dios hoy nos mira desde abajo, hoy se agacha y te mira desde abajo para decirte que te ama. Si él, que es el Hijo de Dios, te mira desde abajo ¿quién soy yo para mirar de costado desde arriba? “Les he dado el ejemplo para que ustedes hagan lo mismo que yo hice con ustedes”.
Animémonos entonces a mostrarle nuestra vida a Dios. No importa el camino que hayamos recorrido, animémonos a mostrarle nuestras oscuridades, pecados y fragilidades. No debe haber vergüenza, porque Dios nos ama mucho.
Animémonos a ponernos al servicio del otro, no miremos desde arriba, miremos bien desde abajo al otro como nos mira Jesús.
Como Hijo de Dios hoy también quiere lavar tus pies, quiere lavar tu vida, quiere lavar tu corazón. Amén
Mons. Jorge García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires