Viernes 22 de noviembre de 2024

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Señor enséñanos a rezar

Homilía de monseñor Jorge Eduardo Scheinig, arzobispo de Mercedes-Luján, durante la Misa Crismal (Iglesia catedral, 27 de marzo de 2024)

Querida Iglesia de Mercedes-Luján
Queridos hermanos sacerdotes,

La Palabra del Señor nos habla del Espíritu que viene y nos unge para la misión.

Deseo meditar sobre esa Presencia de Dios en nuestras vidas y, además, quisiera decir una palabra sobre nuestra respuesta al Padre de Jesús, que toma forma de oración. Muchas veces será pobre y escasa, pero es nuestra oración.

Estoy seguro de que la presencia del Espíritu en todas las cosas y, nuestra oración humilde, son dos realidades que necesitamos sostener juntas en la vida cotidiana, tanto en los momentos difíciles, como así también, cuando las cosas nos salen bien y estamos serenos y alegres.

Experimentar que Dios nos ama entrañablemente, provoca en nosotros como una llamada interior a intentar mostrarle que también lo amamos. La oración en definitiva es una cuestión de amor y por eso, nunca será un acto solitario, sabemos que estamos habitados por su Espíritu que misteriosamente nos hace sentir que la oración es un acto profundo de amistad.

En la oración confirmamos nuestra amistad con Jesús a quien le dimos todo, por lo tanto, lo que está en juego es nuestra relación con Dios y, si dejásemos de percibir Su presencia, esa ausencia nos desalentaría profundamente a rezar, pero es también cierto que sin oración, nos volvemos incrédulos y podríamos dejar de percibir que Dios está siempre y en todo.

Dejar de rezar un poco todos los días es como una trampa en la que todos podemos caer que va secando lentamente la fe y sin darnos cuenta, un día, Dios se hizo lejano, o ya no seduce como al principio cuando el primer amor, o simplemente, ya no está. Si Dios desapareciese del horizonte de la vida, si dudásemos de su presencia, eso quiere decir que ya caímos en la trampa, y somos víctimas de perder el gusto por el Evangelio, o de ponerle piloto automático a la vida y a la misión, e incluso, de sopesar la posibilidad de dejar el ministerio.

Quiero decirles que por experiencia sé muy bien que no necesariamente en una crisis profunda se deja de rezar, tal vez, por el contrario, uno intensifica los tiempos para estar con Dios. Sin embargo, puede suceder que la oración se haya convertido en un monologo, porque en las crisis, "el yo" toma toda la vida de tal manera, que se va perdiendo el diálogo con el Amigo, amigo que siempre nos abre la puerta para una amistad sincera y transparente que nos invita a abandonarnos total y confiadamente en ÉL. Queridos hermanos sacerdotes, déjenme que les comparta humildemente que también sé por experiencia, que la oración es para nosotros el único y privilegiado lugar en el que podemos transitar toda situación difícil de la vida, porque en la oración permanecemos con Él en la Cruz y allí alcanzamos a percibir Su presencia y escuchar esa Voz que nos habla directamente al corazón y nos vuelve a enamorar como el primer día.

Dice la Palabra que hemos proclamado, que Jesús en la sinagoga de Nazaret asume que lo dicho por el profeta Isaías se cumple en Él: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción".

Necesitamos una y otra vez, tomar conciencia de esa presencia silenciosa, invisible pero determinante del Espíritu que nos unge también a nosotros, nos toma y consagra para siempre. Queridos hermanos, el Espíritu nos consagra uniéndonos a Jesús y a su misión, para siempre.

En el "hoy" de la vida de nuestro clero, deseo destacar la presencia del Espíritu del Señor en cuatro lugares.

Quisiera destacar en primer lugar, Su Presencia en el Pueblo Santo y fiel de Dios, como le gusta decir el Papa Francisco, haciendo eco de lo que ya decía el Concilio en su Constitución, Lumen Gentium. Aquí, en esta celebración, está el Pueblo de Dios, "la caravana" de Dios y, aunque lo sabemos, lo recuerdo, nosotros sacerdotes y obispos, junto a las religiosas y religiosos y con los laicos, somos Su Pueblo. Todos somos Pueblo de Dios, y es importante tomarle el gusto a ser Pueblo de Dios, porque entreverado entre nosotros vive el Señor. Hay una expresión en el Libro de los Números que he leído en estos días que me pareció muy bella: "Toda la comunidad es sagrada y en medio de ella está el Señor" (Nm. 16,3). Qué hermoso es saber que ningún pecado que alguno de nosotros podamos cometer, aún el más horroroso, hace que el Señor se retire de estar en medio nuestro. Si por un momento lo hiciese, si se alejase, perderíamos identidad, seríamos una organización importante, pero no el Pueblo de Dios. Necesitamos re- encantarnos de esa pertenencia que nos da una enorme seguridad, especialmente en los momentos difíciles de la historia en la que nosotros, sacerdotes, debemos dejarnos llevar por el Pueblo, al que muchas veces llevamos nosotros. Queridos hermanos amemos al Pueblo del que somos parte. Amemos a la Iglesia porque en ella habita el Señor. Gustemos de ser Pueblo de Dios y de Su Presencia en medio de nuestras comunidades. Experimentar y gustar del Amor que Dios tiene por su Pueblo, nos ayudará siempre a encontrarle el sentido a todo. A lo largo de este año, celebremos nuestros 90 años de Iglesia Particular y 40 de seminario. Celebremos con gusto todo lo que el Señor nos ha regalado y viene haciendo en tantos años.

Necesitamos descubrir también la presencia del Espíritu del Señor en la calle, entre la vida de nuestra gente. Es cierto que su manifestación puede ser por momentos más o menos invisible, pero, también es cierto que, al descubrirlo, uno se da cuenta que el Amor y la Misericordia de Dios está dando Vida en Abundancia. ¿Cómo explicar sino la fuerza que tienen las personas, las familias y todos para pelear la vida? ¿Sería posible vivir bajo el peso de cruces tan pesadas como la enfermedad, la falta de trabajo, la pobreza, la frágil y lastimada ancianidad, el padecimiento de las madres y tantos dolores humanos lacerantes, sería posible sostener la vida sin la presencia del Espíritu Santo? La fe nos hace ver que detrás de la lucha cotidiana de nuestro pueblo está el Espíritu del Señor sosteniendo la vida, "la vida como viene". La impotencia que sentimos frente a la realidad de la Argentina y de nuestros barrios, está sostenida en el Dios que vive en las calles acompañando a nuestro pueblo y, eso nos ayuda a renovar nuestra entrega por nuestros hermanos y trabajar con Él y con ellos por su Reino.

El Espíritu de Dios también está entre nosotros que hemos sido ungidos como sacerdotes para la misión y, es bueno mirar a los hermanos sacerdotes y descubrir la riqueza de la diversidad y cómo el Espíritu se vale de todos en una misma fraternidad presbiteral y eclesial. Como le gusta decir a Francisco, que "el Espíritu es la misma armonía y la crea", y ese es un modo delicado de la presencia del Espíritu. Para nosotros, será más o menos fatigoso trabajar por una fraternidad en serio, pero Dios siempre está creando armonía en el cuerpo presbiteral que toma el rostro de una fraternidad necesaria y porque no decirlo, también buscada. La buscamos y la necesitamos. Y aunque a veces nos desilusionamos y alejamos de los hermanos, el Espíritu nos hace y hará volver siempre a la fraternidad. Queridos hermanos, les repito lo que ya les dije: "la amistad entre nosotros la elegimos, pero la fraternidad la eligió Jesús para nosotros al llamarnos a ser parte del mismo Cuerpo Presbiteral, co-responsable de la misma misión". Dios quiera que podamos ser conscientes de lo que el Espíritu Santo hace en nosotros y con nosotros, y así alabar, agradecer y alegrarnos de corazón.

El Espíritu está en cada celebración litúrgica que convocada por Él mismo se vuelve Asamblea Santa, como hoy, aquí, en esta liturgia llena de gestos: en la proclamación de la Palabra; en nuestras manos sobre los aceites y sobre la ofrenda del pan y del vino; en el soplo del obispo sobre el óleo en la consagración del crisma; en las suplicas; en el canto y en tanta diversidad de símbolos. Su presencia está viva especialmente en el pan consagrado al que adoramos con el alma y el corazón. Su modo histórico y dinámico que nos hace celebrar día a día para renovar la Alianza con Él en todo momento del año y en un continuo "ayer, hoy y siempre". Nuestro ser sacerdotes nos une en la liturgia cotidiana de un modo especialísimo al Misterio Pascual y es una oportunidad para que descubriendo una vez más, aquí Su presencia, podamos renovar nuestra propia alianza total y para siempre con el Señor. Hoy lo pondrán también de manifiesto renovando las promesas sacerdotales.

Entonces, cuando vamos a rezar en silencio, en soledad, en intimidad, queridos hermanos sacerdotes, estamos en esa presencia del Espíritu, que está en todo y en todos. Necesitamos gustar de esa presencia y dejarnos llevar como un botecito en la corriente de un río. Es muy bella esa imagen. La oración es como estar en un bote en el que muchas veces remamos con esfuerzo para intentar alcanzar la experiencia de Dios y otras tantas nos dejamos llevar, confiando absolutamente que todo está habitado por el Espíritu que de diversa manera va llevando la vida.

Y aunque muchas veces pasamos por momentos de soledad, no estamos solos, el Espíritu está ayudándonos a permanecer fieles como lo hace el Pueblo Dios que permanece fiel a pesar de tantas contradicciones e incoherencias, de las que nosotros muchas veces somos responsables. En la oración, debemos tomar conciencia de ese sentido de fe de nuestro Pueblo y en los momentos difíciles seguir aprendiendo de la fe del Pueblo y dejarnos llevar por él.

Una vez, hace unos cuantos años, en un momento difícil de mi vida, donde la fe estaba como oscurecida, rezando en la capilla de mi casa, Dios me dio la gracia de apoyarme en la fe de otros a los que iba recordando y también en la fe de la Virgen. Eso me llevo a decir algo más o menos así: "Señor estoy en oscuridad, se me enfrió la fe, no tengo fuerzas y no sé si tengo ganas de seguir. Si sigo con Vos, es por la fe de esa persona y de aquella y de la otra que me conmueven. Me apoyo en ellos y en el Magnificat de la Virgen, más que en mi propia fe". Les confieso que no salí más consolado de ese momento de oración, pero aquí estoy.

Necesitamos ir a la oración, para descubrir su permanente presencia y tomar fuerza para la lucha de todos los días.

Agradecidos por el testimonio de vida de nuestro Pueblo, debemos rezar con perseverancia para sostener la propia fe y la del Pueblo Santo de Dios de Mercedes-Luján y la fe de nuestras comunidades. Son tiempos históricos en los que muchas veces el Padre de Jesús aparece con un rostro difuso y es puesto a prueba y con Él, todos nosotros. Son tiempos de prueba en la que estamos fuerte y sutilmente tentados a apoyarnos en muchas cosas que no son el Dios de Jesucristo y por eso, necesitamos rezar para que la fe este centrada en el Padre que nos ha revelado Jesús. Yo creo firmemente que el Espíritu está en las calles, en las casas, entre la vida de todas las personas. Creo que hay semillas de fe esparcidas por el Sembrador en todas las realidades. Pero debemos rezar con perseverancia para que cada persona y cada comunidad, se apoye más fuertemente en el Padre del Señor y no en tantos ídolos que se ofrecen como dioses falsos que le mienten a la gente y lejos de salvarla la esclavizan. Nuestra misión de pastores comienza frente al Señor en el silencio de la oración pidiéndole por la fe de nuestro pueblo.

Debemos rezar por nuestro Pueblo, por "la evangelización y la catequesis hoy", para sostener la misión al modo de Jesús.

Experimento una enorme alegría al leer el Cuarto Documento del Sínodo, fruto de lo que nuestra Iglesia de Mercedes-Luján va conversando y manifestando. Creo que, en medio de las dificultades, de la pobreza de medios y de la falta de trabajadores para el Reino, siento que nuestra Iglesia está en profunda sintonía con el Espíritu del Señor y con la misión de dilatar el Reino de Dios.

Deseo que el Sínodo sea muy importante para todos nosotros querido Pueblo de Dios, porque en verdad, es un acontecimiento del Espíritu.

Necesitamos también rezar con fuerza y perseverancia para estar más cerca de los que sufren y de los más pobres. Siempre será un desafío vivir como dice el Evangelio que proclamamos hoy, llegar y estar con los pobres, los cautivos, los ciegos, los oprimidos. Que pequeño me siento frente a los pobres. Les confieso que muchas veces recurro a la misericordia de Dios en el Sacramento del Perdón acusándome de mi distancia con los pobres, los enfermos, los oprimidos. Quisiera vivir de verdad y en concreto la misión de Jesús y al modo de Jesús.

Debemos rezar fuertemente por los trabajadores del Reino, laicos, religiosos, y por los hermanos sacerdotes. A nadie se le escapa que tenemos sacerdotes que viven momentos de mucha fragilidad. La fragilidad de ellos es también nuestra fragilidad y es como un llamado a intensificar la oración de los unos para con los otros. Recemos por los hermanos sacerdotes, no nos cansemos de hacerlos.

El Santo Padre Francisco ha convocado para el año que viene a un año Jubilar con el lema "Peregrinos de la Esperanza" y para prepararnos ha querido que este sea un año en el que la oración sea algo especial en nuestras vidas.

Todos estamos invitados a "sentir con la Iglesia", la universal, la que peregrina en la Argentina, la nuestra de Mercede-Luján, en fin, caminamos juntos en esta caravana que tiene tanta vida y tantas expresiones.

¿Hay alguien entre nosotros que haya experimentado la presencia del Espíritu como lo hizo María, la Madre del Señor? ¿Alguien sabrá rezar mejor que Ella? Acudamos a Ella. Volvamos siempre a María de las Mercedes y de Luján para que nos enseñe a descubrir la Presencia del Espíritu del Señor. Acudamos siempre a Ella, nuestra Madre amada y Santa para que nos ayude a perseverar en la fe y en la oración.

Queridos hermanos, volvamos a sumergirnos con todo el ser en la Pascua para morir y resucitar con Cristo, para andar con Jesús en todo y siempre, hasta el final de nuestras vidas.

Mons. Jorge Eduardo Scheinig, arzobispo de Mercedes-Luján