Mateo, hoy queremos entrar en tu casa y sentarnos a tu mesa. Queremos que nos cuentes cómo es la mirada de Jesús; cómo fue ese momento en que se cruzaron sus vidas, y, entonces, la tuya cambio para siempre.
Sabemos que muchos te miraban con ojos condenatorios y prejuiciosos, como a veces nos miramos entre nosotros. Sabemos que muchos decidían dar vuelta la cara y no mirarte porque preferían ignorar tu presencia. Y quizás, a tus familiares más cercanos les dabas un poco de vergüenza y bajaban la mirada al encontrarse con vos.
Decinos entonces, ¿cómo fue esa mirada de Jesús?... Es una mirada profunda, una mirada compasiva y misericordiosa. Una mirada tierna y esperanzada; seguro que el Señor ve nuestras debilidades, pero no las aprovecha para burlarse o criticar, sino para sanar y liberar.
Queridos Fabián, Ariel, Franco y Pedro; déjense mirar por Jesús; déjense “misericordiar” encontrándose con sus ojos de ternura. Y siempre tengan la mirada del Señor para con los demás. Que quienes se encuentren con ustedes no se sientan examinados ni vigilados. Tengan una mirada empática con la vulnerabilidad de todos. Mirando como Jesús, animen, entusiasmen y levanten en la dignidad a tantos hermanos que sufren la más profunda angustia existencial.
Mateo, hablanos también de su voz: ¿cómo es la voz del Señor cuando te dijo: “sígueme”? Habrás estado acostumbrado a escuchar palabras descalificantes e insultos; palabras de desprecio, que como dardos se clavaban en tu corazón; como las que muchas veces usamos nosotros para referirnos a los demás.
La intolerancia y el sentirnos dueños de la verdad nos hace tratarnos mal y usar términos horribles para referirnos a los otros, y lo más grave es que lo hacemos en nombre de Dios, porque nos creemos puros y santos, y creyéndonos defensores de la sana doctrina, decimos cualquier cosa de los demás con comentarios farisaicos e hipócritas.
El “sígueme” de Jesús fue firme y amoroso a la vez, porque unía identidad y misión. Mateo se sintió reconocido y valorado, llamado y enviado, discípulo y misionero.
Queridos hermanos, sientan cada mañana en la oración personal la voz del Señor que los llama y les recuerda que son sus discípulos, que caminan tras sus huellas y que Él es el único maestro.
Préstenle sus voces para anunciar al mundo que Dios nos ama y que nos quiere hermanos. Que sus voces sean proféticas, anunciando la Buena Noticia del Evangelio y denunciando las injusticias y atropellos con nuestros hermanos más pobres.
Mateo, vos recaudabas dinero, cobrabas impuestos, y según comentan, te guardabas algunas monedas. ¡Qué increíble!, de recaudar y juntar, de sacarle a los demás, de guardar y acumular, fuiste invitado a entregarte, a darte por completo, a compartir tus bienes y tu vida.
Hermanos, no se guarden nada. Compartan sus vidas con el pueblo de Dios. No sean diáconos de título privado. Entreguen su vida por Jesús; siempre cerquita de la gente, escuchando, alentando, acompañando. Como recomendaba el beato Enrique Angelelli a sus consagrados: “Vayan, llénense los pies de tierra y que la panza les quede verde de mate, conversando con la gente y queriendo a la gente
Querido Mateo -permitime a esta altura de la homilía tratarte así-, con más confianza. Apoyabas tu vida en la mesa de dinero; sostenías tu pobre vida de recaudador entre monedas e impuestos; el centro de tu existencia era “la guita”, como decimos vulgarmente. Jesús te ofreció una mesa mejor, una mesa de hermanos, una mesa de fraternidad y alegría, porque todos los pecadores experimentan la misericordia de Dios, ya que no tienen necesidad del médico los sanos, sino los enfermos (Mt. 9,12).
Dejanos también a nosotros sentarnos a esa mesa de vulnerables. No queremos ser el maítre, el jefe de mozos que vela por el buen funcionamiento del comedor y mira desde arriba. Queremos ser hermanos frágiles que compartimos la vida con otros, que, también débiles y pecadores, la pelean todos los días.
Queridos Fabián, Ariel, Franco y Pedro, eligieron este evangelio para la misa de ordenación diaconal. Que San Mateo los interpele siempre, que experimenten la misericordia divina en sus vidas, que escuchen diariamente el “sígueme” de Jesús y se levanten para ir detrás del Maestro. Siéntense en las mesas del dolor de la ciudad de Buenos Aires junto a los hermanos que están solos, junto a los que están en la calle, junto a los tristes y depresivos, junto a los que más sufren la crisis económica, junto a los enfermos en los hospitales, junto a los presos, junto a los que lloran un ser querido en los cementerios. No tercericen su presencia allí donde hay más dolor y sufrimiento. Ahí tenemos que estar porque somos servidores de todos por amor de Jesús. (Cfr. Cor 4, 5)
Diáconos se permanece para siempre; porque como dice Francisco, servir quiere decir estar disponibles, renunciar a vivir según la propia agenda, estar preparados para las sorpresas de Dios que se manifiestan a través de las personas, los imprevistos, los cambios de programa, las situaciones que no entran en nuestros esquemas y en la “justeza ” de lo que se ha estudiado. La vida pastoral no es un manual, sino una ofrenda diaria; no es un trabajo preparado en la mesa, sino “una aventura eucarística”.[1]
Anuncien con su vida y sin vergüenza que somos pecadores perdonados y salvados por Cristo y que en su mesa hay lugar para todos. Sean verdaderos testigos del Resucitado con alegría y pasión, y recuerden siempre, que no es grande el que manda sino el que sirve.
Mons. Jorge García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires
9 de marzo de 2024
Notas:
[1] Francisco, Discurso a los diáconos ordenados presbíteros de la diócesis de Roma, Ciudad del Vaticano, febrero 2024