Jueves 2 de mayo de 2024

Documentos


Camino de libertad

Carta pastoral de monseñor Marcelo Julián Margni, obispo de Avellaneda-Lanús, para la Cuaresma de 2024 (Avellaneda, 11 de febrero de 2024)

Querida comunidad diocesana:

Estamos a las puertas de la Cuaresma que, como cada año, aunque siempre de un modo nuevo, nos invita a ponernos en camino. Es una invitación a dejarnos renovar desde lo más hondo para responder en verdad a la llamada de Dios, que nos convoca a la libertad.

El Papa Francisco ha dedicado su mensaje para la Cuaresma de 2024 a esta llamada a la libertad, que no se concreta de una vez y para siempre en un acontecimiento único, sino que supone un camino de maduración que nos compromete en primera persona. Es un bello y profundo mensaje, impregnado de resonancias bíblicas que nos hacen gustar la palabra que Dios nos dirige hoy y que ciertamente puede arrojar mucha luz sobre el itinerario que estamos invitados a recorrer en este tiempo.

En esta carta, más que indicarles nuevas orientaciones, me gustaría proponerles una lectura serena, atenta, del mensaje de Francisco, ya sea personalmente o -lo que será mucho más rico- en comunidad. Permítanme subrayar algunas dimensiones.

1. El camino interior hacia la libertad. El Papa ha querido rescatar la gran imagen bíblica de la Cuaresma: la imagen del camino en el desierto, donde Israel, rescatado de la esclavitud, aprendió fatigosamente a vivir en la libertad. Algo que nos asombra de los relatos bíblicos es el largo camino que debió recorrer Israel hasta la tierra de la promesa: cuarenta años que, en realidad, si consideramos solamente las distancias geográficas, podrían haber sido unas pocas semanas. Es que la libertad no se alcanza repentinamente, ni se «tiene» en un momento, sino a través de un paciente esfuerzo de liberación. Apenas liberado de la esclavitud, de la opresión y la violencia, Israel experimenta la nostalgia de tiempos pasados (llora las «cebollas de Egipto») y las tensiones de la vida en libertad. Parece añorar la opresión que antes sufría y, lo que es aún más dramático, parece querer vivir bajo la misma «lógica» inhumana de la opresión, imponiéndose unos sobre otros, desgarrándose unos a otros. En palabras de nuestro tiempo, diríamos que ha «interiorizado» la opresión y la violencia. La ha convertido en la «cosa normal» de su vida, de sus vínculos, del modo en que mira y juzga las situaciones y a los demás. Liberado por la misericordia de Dios, Israel tiene que acoger personalmente el don de la libertad. Rescatado, tiene que aprender a vivir en una lógica nueva de libertad. Es un camino que necesariamente supone una purificación de las profundidades: de las «idolatrías» que a todos nos habitan, las violencias, los criterios de juicio deshumanizados, las rebeldías profundas a esa comunión para la que fuimos creados —comunión con los demás, cercanos y lejanos, conocidos y anónimos; con la creación; con el mismo Dios…

Los Evangelios han querido conservar para nosotros el recuerdo de Jesús retirándose al desierto durante cuarenta días, como renovando él mismo, en su propia vida, este camino. También él experimentó el largo y difícil camino hacia una libertad plena. Es una libertad despojada de violencia; pensemos en cuánta violencia esconde el deseo de convertir las piedras en pan, como quien busca convertir todos los recursos naturales en mercancía y ganancia (Mt 4, 3-4; Lc 4, 3-4), o cuánta violencia hay en ese afán de encumbrarse sobre los demás y sobre Dios, que el tentador tan hábilmente le propone (Mt 4, 5-10; Lc 4, 5-12). Es una libertad abierta a la comunión, comprometida con los demás, capaz de amor, de fraternidad y de cuidado… Es la libertad genuina del Hijo de Dios, libertad de quien ama y ama hasta el final, esa «libertad gloriosa» (Ro 8, 21) que la creación entera anhela y a la que también nosotros estamos llamados.

Si los Evangelios nos recuerdan este episodio, no es simplemente para informarnos sobre algo que haya ocurrido en otro tiempo. Es más bien para recordarnos que, si el Hijo de Dios quiso transitar este paciente camino de maduración en la libertad, también nosotros, hijos e hijas en el Hijo, estamos llamados a recorrerlo. Todo creyente y todos juntos, como pueblo de Dios siempre en camino, estamos invitados a entrar en la misma senda de renovación interior hacia una libertad cada vez más plena. Cuaresma es el tiempo para escuchar y acoger esta llamada.

2. Un camino de pequeños pasos. El mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma nos plantea pistas muy concretas para introducirnos en este camino, para vivirlo «con los pies en la tierra». El Papa nos invita a ver la realidad; a escuchar los clamores de nuestro pueblo, especialmente de los pobres y de quienes sufren, y de la creación; a asumir responsabilidades y compromisos concretos, «encarnados»… No son detalles sin importancia. Podrían servirnos como una señal de alerta y un llamado de atención. En el camino hacia la libertad, siempre corremos el riesgo de quedarnos en las bellas palabras, piadosas meditaciones y nobles propósitos. Pero es un atajo que no conduce a ningún sitio. Son, en cambio, los concretos pasos cotidianos los que nos permiten hacer el camino al que Dios nos llama. Cuando nuestra Cuaresma se pierda en nuestra madeja de «reflexiones espirituales», cuando nuestro impulso interior de conversión se enfríe hasta conformarse con bonitos discursos y observancias exteriores, volvamos a preguntarnos de nuevo: ¿A qué me llama Dios hoy?, ¿qué paso -por pequeño que fuera- de fraternidad, de solidaridad, de escucha, de oración…, me pide dar hoy?

Un modo sencillo pero eficaz de descubrir y redescubrir este llamado cotidiano es cultivar una doble atención: la atención a Dios en la oración y la atención a quienes están a mi alrededor (sin olvidar a quienes no son «de los míos», «de los más cercanos», ni pasar indiferente ante el desconocido). Muy concretamente, a través de la Palabra de Dios leída y meditada («rumiada», como le gustaba decir a los creyentes de los primeros siglos de la Iglesia) y a través de los acontecimientos cotidianos de nuestra vida, se nos van mostrando caminos para concretar nuestro itinerario cuaresmal de conversión. El mensaje del Papa nos propone algunas preguntas que van en este mismo sentido.

Vivimos frecuentemente en un ritmo vertiginoso, donde la prisa (justificada o «ficticia») nos impide ver y escuchar realmente a quienes están a nuestro lado y, con mucha más razón, a quienes nos resultan un poco más lejanos (por desconocidos, por tener ideas diferentes, por pertenecer a otra cultura o a otro sector social, o por muchos otros motivos). La «virtualidad», que tantos aspectos positivos tiene, lamentablemente también corre el riesgo de volvernos un poco más insensibles al dolor real de los demás, a los sufrimientos, las angustias, las soledades, la pobreza de los otros. Cuaresma es un tiempo para cultivar esta atención a los demás. Estar atentos para ver y escuchar realmente, dejarnos tocar el corazón y la vida por «el clamor de mi pueblo», hacernos cercanos y disponibles para que los demás no sean «anónimos» ante quienes puedo pasar indiferente (como los hombres de la parábola «del buen samaritano», Lc 11, 31-32): aquí tenemos un concreto ejercicio cuaresmal, que puede impulsar nuestra conversión.

La otra atención, inseparable de la anterior, es la atención a Dios en la oración. El Papa ha querido convocarnos a un «Año de la oración» en preparación al gran Jubileo que celebraremos en 2025. Es un tiempo para redescubrir juntos la riqueza de la oración en el camino de la fe. Un aspecto importante de la oración -aspecto esencial incluso, aunque frecuentemente minimizado- es la escucha. Con frecuencia, en la oración nos contentamos con decirle a Dios (a veces incluso exigirle) nuestros propios deseos, alegrías e inquietudes. Por supuesto, todo esto tiene su lugar en la oración. Pero orar es también, y ante todo, escuchar. Es Dios quien ha iniciado el diálogo de amor con nosotros -él primero, gratuitamente, sin condiciones-. Ponernos a la escucha de su palabra en un silencio adorante, un silencio que en verdad acoge, nos permite entrar en ese diálogo, es ya oración. Estoy convencido de que nuestros momentos de oración, tanto personal como comunitaria, se enriquecerían mucho si pudiéramos dar un mayor espacio a la lectura atenta, serena, meditada, de la Palabra de Dios. Nos abriría puertas a una comunión cada vez más profunda. Nos descubriría pasos concretos y, sobre todo, el impulso y el aliento que nos pongan en un camino de auténtica conversión.

Por mi parte, estoy convencido de que la renovación de nuestras comunidades no será posible sin cultivar esta doble atención a Dios en la oración y la escucha de su Palabra, y a nuestros hermanos y hermanas. Aquí tenemos un ejercicio cuaresmal que puede plasmar una verdadera «espiritualidad de la atención», que nos dispone a la acogida, la escucha, la cercanía y el cuidado.

3. Para ser presencia del Evangelio entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Nuestra Cuaresma de este año está enmarcada en otro horizonte, que evoqué hace un momento y en el que quisiera detenerme ahora un momento: el camino de revitalizar y fortalecer nuestras comunidades locales, que les propuse como orientación pastoral para los próximos tres años en Pentecostés de 2023. Hace pocos días, comencé la visita pastoral a las parroquias, que me va permitiendo tomar un contacto directo con los referentes y responsables pastorales de toda la Diócesis. Personalmente, a la luz de la tarea y la responsabilidad de mi ministerio pastoral entre ustedes, es un momento de mucha significación, y como les dije en un mensaje anterior, les pido que me acompañen con su oración. Estoy convencido de que, también para nuestras parroquias, este tiempo puede ser en verdad tiempo de gracia.

La cultura, la sociedad, han cambiado profundamente en los últimos años. Son transformaciones muy hondas, que todavía necesitamos escuchar y comprender mejor, pero que ya desde ahora nos piden buscar, ensayar, el modo de ser presencia del Evangelio entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Hemos atravesado una pandemia, cuyos efectos aún experimentamos y de la que, sobre todo, aún nos duelen las ausencias que ha dejado; ciertamente, no hemos «salido iguales». La situación actual de nuestro país y, en particular, de nuestro conurbano nos pone ante nuevos desafíos; no son circunstancias de las que podamos desentendernos, ni «números agregados», estadísticas y cálculos, que podamos mirar fríamente: es la vida, el dolor y la esperanza de nuestro pueblo.

Estamos, ciertamente, ante un momento de desafíos. Pero, como nos recuerda el éxodo de Israel por el desierto, no vamos solos ni estamos abandonados. El camino de libertad que, en su amor y su fidelidad, Dios abre ante nosotros, es una invitación a reavivar el compromiso y la creatividad de la esperanza. Estoy seguro de que el mensaje cuaresmal del Papa, que les transmito junto con estas sencillas reflexiones, podrá ayudar a cada comunidad a discernir y emprender pasos de una conversión -también comunitaria- en este horizonte.

Reciban mi saludo fraterno y mi bendición.

Mons. Marcelo Julián Margni, obispo de Avellaneda-Lanús
Avellaneda, domingo 11 de febrero de 2024.