Jueves 2 de mayo de 2024

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Jornada Mundial del Enfermo 2024

Homilía del monseñor Eduardo Eliseo Martín, arzobispo de Rosario, durante la misa celebrada por la Jornada Mundial del Enfermo (Basílica y santuario arquidiocesano Nuestra Señora de Lourdes, Rosario, 11 de febrero de 2024)

Queridos hermanos y hermanas
y a quienes nos siguen por redes sociales y la televisión:

Hoy celebramos a la Virgen de Lourdes que se manifestó a Bernardita, esta humilde muchacha. Y se manifestó como la “Inmaculada Concepción”, es decir, yo soy la que ha sido concebida sin mancha de pecado original. Este es el misterio del amor de Dios que ha querido preservar a la Santísima Virgen en función de su misión como Madre del Salvador, que no tuviera mancha del pecado. Y por eso manifiesta allí, de forma anticipada, la potencia de la resurrección. De ese modo. María alberga al Hijo eterno del Padre en su vientre, para que se hiciera hombre y nos viniera a salvar.

Esta fiesta de la Virgen de Lourdes, tiene en primer lugar, esta relación con nosotros que al revés de la Virgen, somos pecadores. Pero al tener a la Virgen María, la Inmaculada, la que no tiene mancha, nos llena de esperanza, nos llena de esperanza porque ella, que es de nuestra raza humana, tiene esta pureza que nosotros anhelamos alcanzar en el Cielo pero que ya por la muerte y resurrección de Cristo y por el Bautismo que hemos recibido, esta vida nueva, esta vida de la gracia, esta vida pura, ha entrado en nuestro corazón, en nuestra alma, en nuestro ser. Si por el pecado la llegáramos a perder, en cada Confesión sinceramente la podemos recuperar. Y así ir caminando para alcanzar la santidad, la pureza plena que será en el Cielo. 

Por eso, también hoy, es la ocasión de pedirle a Jesús que nos libre de la lepra, que es el pecado, que es la peor enfermedad. La peor enfermedad no son los problemas del cuerpo, la peor enfermedad es el pecado. En el Evangelio de este domingo, Jesús cura a un leproso, lo purifica. Y la lepra era considerada una impureza, un signo de una persona alejada de Dios. Al leproso se lo apartaba de la comunidad, quien tocaba a un leproso también. En el relato del Evangelio, cuando el leproso se acerca, Jesús lo toca y le dice, quedas purificado. No le dice, quedas curado, le dice quedas purificado. Es decir, Jesús viene a traer el perdón de los pecados, nos viene a traer esa pureza de la cual nosotros no somos capaces por nuestros propios esfuerzos de alcanzar. Pero sí como gracia cuando nuestro corazón está sinceramente arrepentido. 

Y María, ciertamente que es nuestra gran abogada, nuestra gran intercesora, que la invocamos todos los días cuando rezamos el Ave María y en la segunda parte decimos: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Tenemos esta certeza, de que María, poderosa abogada ante su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, intercede por nosotros pecadores, por el perdón de nuestros pecados y para que nosotros podamos alcanzar el Cielo. Por eso, invocá con confianza a la Santísima Virgen. Ella en la tierra, frente a una necesidad, podemos decir, material, no de gran importancia, como puede ser el vino en una fiesta, intercede.

Por eso, pedir por el perdón de nuestros pecados, librados de la enfermedad espiritual, de los malos sentimientos, lo que nos esclaviza y de todo lo que nos impide estar unidos a Jesús y a nuestros hermanos.

También la advocación de Lourdes está vinculada a la curación física, de hecho hemos visto tantos milagros y testimonios de sanación. Por eso, hoy también queremos acercarnos a la Virgen con la confianza de hijos para pedirle por nuestros sufrimientos, por nuestros dolores, por nuestras enfermedades, por las enfermedades de nuestros seres queridos. Con confianza.

Pero ¿cómo tiene que ser esta oración? No tiene que ser una oración pretenciosa, no tiene que ser una oración que exija sino que tiene que ser una oración humilde y confiada, diciendo “Señor. yo quiero la curación para mi enfermedad o para mi ser querido, pero más quiero tu voluntad, más quiero lo que vos tenés pensado. Que no se haga lo que yo quiero sino lo que vos querés”. Esta es la oración de Jesús en la cruz: Padre. si es posible, sacame de esta situación, sí es posible, que no sufra. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya. Porque después Dios aunque no le ahorró el sufrimiento de la muerte, lo resucitó y goza de la plenitud, de la gloria más grande. Por eso, siempre tenemos que mirar en esta perspectiva la enfermedad. Porque además, ninguno de nosotros queremos sufrir, ni queremos la enfermedad, esto es razonable, pero también, podemos dar un pasito más. Y en qué sentido: cuando yo miro a Jesús en la cruz, lo miro y digo: “Jesús vos sufriste por mi, siendo el inocente, sufriste horrores. Hoy yo estoy aquí, sufriendo y me uno a vos y lo ofrezco para la redención del mundo”. Completo en mi carne, dirá San Pablo, lo que falta a la pasión de Cristo. Así la enfermedad adquiere un valor de eternidad, un valor de redención. Y sí es voluntad de Dios, bendito sea. Ofrezcamos lo que nos duele, lo que nos aflige, lo que nos hace sufrir.

Finalmente, haciendo una consideración sobre el mensaje del Papa, pensar en los que estamos sanos: “estuve enfermo y me viniste a visitar”. Qué importante es que nuestros enfermos, familiares, amigos, allegados sean visitados. Visitar al enfermo. Cuánta necesidad tiene la persona de ser visitada. La persona enferma siente toda esa fragilidad, toda esa vulnerabilidad, la finitud de la existencia humana y por eso necesita de la mano tendida, del abrazo, de la compañía, de la escucha, de la palabra de consuelo.

A veces asistimos a los hogares de ancianos, que hay muchos, y vemos a ancianos que están solos y sus familias no van a visitarlos. Viven en mil preocupaciones pero se olvidan del ser enfermo, del familiar enfermo. Nosotros, los cristianos estamos llamados siempre a dar este testimonio de visitar a Jesús en nuestros hermanos y hermanas enfermos. Como nos dice el Papa, el ser humano es relacional, estamos hechos para la comunión, para la fraternidad, no para la soledad, no para vivir solos y aislados. Allí está nuestra tarea y compromiso.

Sacrificio. Claro que es un sacrificio visitar a los enfermos. Es un sacrificio. Un escritor argentino, Ernesto Sábado, en uno de sus últimos libros decís: “Traer hijos al mundo, es un sacrificio, cuidar a los enfermos y a los ancianos, es un sacrificio, trabajar por el bien de los demás es un sacrificio”. Pero sí el único ideal es pasarla bien, sí el único ideal es el del “burgués”, de quedarse cómodo, “de dónde se nutrirá el fuego del sacrificio sino está Dios”.

Por eso, queridos hermanos y hermanas, a nosotros nos toca unirnos profundamente a Jesús para tener esa capacidad de entrega, para tener esa fuerza, para tener esa capacidad de donar nuestro tiempo por nuestros hermanos enfermos. Sacrificar lo propio, la comodidad, de la televisión, o de una salida, o del teatro, o del cine o de lo que sea. Dar ese tiempo para visitar a mi hermano enfermo. 

Sólo con este ideal de santidad podemos hacer este sacrificio. Porque en una sociedad consumista, hedonista que solo pretende pasarla bien, ¿de dónde se puede sacar la fuerza para el sacrificio? Por eso hay tantos hermanos enfermos y ancianos que nadie visita. Porque no está esa fuerza del sacrificio. 

Por eso, pidamos a la Virgen que interceda por los enfermos y para que nosotros podamos donar este pedazo de tiempo para los demás y así nosotros estaremos abriendo la puerta del Cielo para nosotros.

Demos gracias a Dios por este don inmenso de la Virgen. Pidamos humildemente la curación de nuestras enfermedades y salgamos de nosotros para visitar a los demás y manifestar la gloria de Dios, Amén

Mons. Eduardo Eliseo Martín, arzobispo de Rosario