Ustedes saben que cuando nombran a alguien cardenal se busca un lugar donde le hagan una recepción que suele ser una catedral, y yo dije: “no, voy a ir a mi pueblo” y quise venir acá; hacer un acto sencillo en el lugar donde Dios me regaló la vida y donde me dio tantas cosas lindas.
Un hombre, cuando pasan los años y a medida que más viejo se pone, más valora las cosas que recibió allí donde creció. No las valora quizás en su momento, no les da importancia, a veces sueña con ir a otros lugares, y piensa “mirá dónde me metió Dios, por qué no habré nacido en otros lugares”, y en ese soñar se imaginan distintas cosas.
Y algunos otros dicen: “otras personas han podido progresar porque han nacido en Buenos Aires, tuvieron dinero para moverse, para avanzar en la vida, pero a mí que me tocó nacer en un pueblito insignificante y qué puedo esperar yo de la vida”. Pero pasan los años y pasa el tiempo y uno va descubriendo que tiene muchas cosas de su pueblo, muchas cosas… más de lo que se imaginaba.
Más de una vez, por ejemplo, cuando yo vivía en Buenos Aires usaba expresiones sobre las que me preguntaban: “esas palabras que usás vos de dónde las sacas!!”, y eran algunas palabras que decían los piamonteses de acá, del pueblo, que a uno se les pega y después las dice como si fueran normales y los demás no entienden qué quieren decir.
Tiempo después, al haber ido a Europa, pude entender que hay detalles, hay gestos, modos de expresarse, cosas que uno no se da cuenta pero que se llevan, que son las que ha ido recibiendo en su pueblo.
Recuerdos pequeños que uno tiene, recuerdos de personas, de rostros, de cosas que le han dicho en algún momento, de verdaderos ejemplos. Podría recordar ahora a personas de la parroquia que eran ejemplares. Uno busca a veces santos en otros lados y los hemos tenido entre nosotros, mujeres muy sencillas que podrían haber sido canonizadas tranquilamente, por la manera como se han entregado, por la generosidad que han tenido, por cómo se han dedicado a sus familias.
Y para mí muchas de esas personas están en la memoria como testimonio y como ejemplo, como si fueran Santa Rita o San Francisco de Asís, y eran de mi pueblo. Vivieron entre nosotros.
Y en realidad uno tiene que pensar que “el lugar donde estoy, aquí donde Dios me pone, es el mejor del mundo”. Para mi este lugar donde estoy es el mejor del mundo.
Y muchas veces uno se encuentra con gente que vive en las grandes ciudades que dicen “cómo me gustaría vivir en un pueblo de Córdoba!”. Y yo les digo que tuve ese honor, el de vivir en un hermoso pueblo de Córdoba. Y es aquí donde están ustedes.
Uno se podría imaginar lo infinito, las galaxias, esas cosas que no te entran en la mente porque son inabarcables, o se puede pensar en la selva, en la amazonia; piensa en tantos lugares de la China o del África, tantas formas distintas de vivir en este planeta con tanta riqueza. Pero si pensás en ese infinito, allí, como un granito de arena está Gigena, y ahí estás vos, y ahí Dios te ha querido, y ahí Dios te regala todos los días tantas pequeñas cosas que son preciosas, que son tan lindas. El encuentro en la calle con tantas buenas personas con una sonrisa; el viento, la brisa que te acaricia el rostro, tantas cosas lindas que son pequeñas pero que a la vez son inmensas, que son regalos del Amor de Dios, y que en mi adolescencia cuando venía a este templo, mirando esa imagen del Corazón de Jesús, decía que eran regalos del Corazón de Cristo, de ese Amor infinito que está en ese Corazón sagrado. Por lo tanto hay que tener mucho cuidado en despreciar el lugar donde uno vive. Porque el infinito Dios que te regaló la vida te quiso acá. Este es tu tesoro, Esto es lo más hermoso que te podría pasar. Por eso es hermoso estar aquí, en Alcira Gigena.
Ahora, uno se imagina a Jesús, Jesús creciendo en Nazareth. Y Nazareth es un pueblo como el nuestro -Jesús podría haber crecido también acá, en Alcira Gigena, la virgen podría haber sido una de ustedes acá en nuestro pueblo-. Y así para Jesús ese pueblo de Nazareth que todos despreciaban, era precioso porque era su pueblo, así también para vos este pueblo tiene que ser precioso para tu corazón. En la época de Jesús, por ejemplo, cuando Él iba a predicar a Jerusalén, preguntaban: de dónde venía éste que predicaba, Viene de Nazareth respondían.
Y decían: “qué puede salir de bueno de Nazareth, qué cosa buena puede salir de ese pueblucho”, pero para Jesús Nazareth era su pueblo querido, su pueblo amado, allí donde trabajó con sus manos como carpintero, allí donde se entretenía conversando con la gente, Jesús mismo iba con María y con José a las grandes caravanas que marchaban al templo de Jerusalén, iban y venían las caravanas y la gente conversando entre ellas, hasta el punto que en un momento María y José lo perdieron: “dónde está el nene!!!, dónde está el nene!!.
Lo buscaron, dice la Biblia, un día entero … un día entero …
Y Jesús iba y venía por la caravana conversando con todos. Estaba enamorado de su gente, estaba enamorado de su pueblo; y de sus 33 años, 30 los pasó ahí.
Ustedes podrán decir, bueno, Jesús que hacía tantos milagros, tantas maravillas, podría haber recorrido el mundo, luciéndose por todos lados, y sin embargo con todo ese poder se pasó casi toda su vida en el pueblito de Nazareth.
Por eso dejemos de decir como una queja: “ah! Si yo hubiera nacido en tal lugar!” Éste es tu lugar. Éste es tu tesoro, éste es el regalo de Dios para tu vida, y aquí Dios te da mucho más de lo que vos te podés imaginar.
A nuestro pueblo está llegando el señor Jesús en esta noche. En este pueblo está naciendo el Señor Jesús.
Ojalá que podamos recibirlo esta noche con deseos, con ganas. Porque en esta noche, este fin de año, el corazón está lleno de tristezas, de desconsuelos; de sentimientos de decir que durante el año que pasó no se lograron las cosas pensadas y planeadas; no resolví los problemas que hubiera querido arreglar, hay muchas cosas que no salieron como yo lo deseaba, y entonces quizás el corazón está distraído y no lo dejás entrar a Jesús que viene con paz , que viene con fuerza, que viene con luz, que viene con bendición, y te quedás con tus problemas dando vueltas.
Al contrario: decile: Mirá Jesús, tengo esto que me duele, yo te lo entrego, llevatelo y metete vos ahí en ese lugar de mi corazón. Llená vos ese hueco, ese vacío, esa incertidumbre, llenala con tu luz divina, con tu amor infinito, con tu paz. Haceme comenzar un año nuevo con esperanza!
Uno saca afuera todo eso que sobra, que hace mal y deja que Jesús lo llene, y entonces sí puede comenzar un año distinto, un año realmente nuevo, un año donde puedas prometerte muchas cosas con la fuerza de Cristo, y tené la certeza de que este año no vas a estar sola, no vas a estar solo; si lo has recibido a Cristo lo vas a sentir a Él a tu lado a cada momento, lo vas a sentir dándote fuerza, dándote ánimo, iluminándote el camino; porque Él dijo: “yo voy a estar con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”, y hoy te dice: “yo voy a estar acá en Gigena, con ustedes, todos los días del próximo año”.
No pongamos condiciones, entonces, para ser felices. Digámosle a Jesús: “al año que viene, venga como venga, lo voy a enfrentar con vos, y entonces siempre va a ser un año bueno, un año mejor para mi, para mi familia y para todos”.
Pero quiero decirles otra cosa para que valga la pena vivir aquí en Gigena. Para que en Gigena podamos recibir las bendiciones de Dios tenemos que querernos entre nosotros.
Un pueblo chico puede ser una hermosa comunidad donde nadie se sienta solo. Donde todos se saben acompañados, alentados, comprendidos, con alguien que te pone el hombro para salir adelante.
O puede ser un infierno: pueblo chico, infierno grande.
Gigena puede elegir cuál de las dos cosas quiere ser. Esa elección es muy importante.
Digamosle: “yo Señor quiero elegir la amistad, la fraternidad, donde todos podamos salir adelante. Que nadie en el pueblo se sienta abandonado nunca”.
“Quiero hacer esa opción en esta Navidad. Y entonces sí, el año que viene va a ser una maravilla. Y todo el mundo va a querer vivir en Gigena porque dirán: qué bien que se tratan, qué hermoso pueblo”.
Este pueblo no puede tener una gloria más grande. Hay ciudades que tienen catedrales inmensas, unas avenidas impresionantes, pero lo más lindo que puede haber en un lugar es gente que se quiere.
Yo quise estar en mi pueblo y compartir con ustedes un momento de silencio en esta Navidad.
Hagamos un momento de silencio, entreguémosle a Jesús todo lo que nos hace daño para que Él se lo lleve.
Hagamos un momentito de oración por las personas que están sufriendo en Gigena.
Por la enfermedad, por la pobreza, por las angustias, digámosle a Jesús que les dé una mano, que sientan su consuelo en esta noche.
Hagamos esta oración y seguramente el Señor nos va a bendecir mucho en esta noche santa.
Que así sea.
Card. Víctor Manuel Fernández, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe