Jueves 2 de mayo de 2024

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¡Y Dios lo hizo!

Homilía de monseñor Carlos H. Malfa, obispo de Chascomús en la misa de acción de gracias por la beatificación del cardenal Eduardo Francisco Pironio (Basílica de Luján, 17 de diciembre de 2023)

Los obispos argentinos hemos reconocido en este hermano un modelo de pastor, de vida evangélica y luminosa fidelidad a las distintas misiones que le fueron confiadas en la Iglesia a nivel nacional, latinoamericano y universal. Consecuentemente la Conferencia Episcopal Argentina pidió al Papa la introducción de su causa de beatificación y canonización constituyéndose actora de la misma. Y comenzamos a rezar en la confianza de que sería Dios mismo quien iba a mostrar su santidad a través de las gracias que concediera por su intercesión. Y ¡Dios lo hizo!, es el fruto de esa oración la raíz de la fiesta que estamos viviendo y que el Sucesor de Pedro ha confirmado con su autoridad apostólica.

Para el cardenal Pironio Luján era el “corazón espiritual de la Argentina” y al vernos aquí nos estaría diciendo: “Siempre en la Casa de la Madre se experimenta más hondamente el amor de Padre que nos hace hijos, se escucha más dócilmente la Palabra del Hijo que nos hace discípulos, y se recibe más profundamente la fuerza del Espíritu Santo que nos hace testigos. Todo esto para ser alegres y serenos, solidarios y fraternos, llenos de esperanza pascual y de amor universal”.

Por eso nosotros desde el corazón de la Virgen fiel entonamos el canto de alegría, de gratitud y de alabanza: “¡Magníficat!” “Grandes cosas ha hecho el Señor por nosotros y estamos desbordantes de alegría” (Salmo 126). Toda la liturgia en este gran día, tercer Domingo de Adviento, llamado gaudete nos invita a la alegría porque el Señor está cerca y la alegría de Dios es inconfundible.

“Desbordo de alegría en el Señor”, nos dice el profeta Isaías, “estén siempre alegres”, insiste San Pablo. “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador”, rezábamos en el salmo responsorial.

¡Dios lo hizo! También nos decía San Pablo: “Den gracias a Dios en toda ocasión”. Sí queridos hermanos y hermanas; agradecemos el milagro de la vida del nuevo beato cardenal Eduardo Francisco Pironio, la frescura y alegría fecunda de su temprano sacerdocio, los caminos de fe, esperanza y pascua que recorrió en la Iglesia y en el mundo, la transparencia de su alma que podía intuirse en la mirada limpia con la que reconocía lo signos de los tiempos e intuía las necesidades de tantas personas que fue encontrando en su largo ministerio. “Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre. Gracias, Señor y Dios mío. Padre de las misericordias, porque me llamas y me esperas. Porque me abrazas en la alegría de tu perdón”, escribió lleno de fe en su Testamento espiritual.

Y damos gracias en la Casa de María de Luján donde acontecieron los momentos más importantes de su vida, ordenado sacerdote y Obispo, a donde siempre volvió, quiso ser enterrado y donde veneramos sus restos, donde fue beatificado. Aquí también se despidió de Argentina cuando San Pablo VI lo llevó a Roma. Este hijo fiel de 9 de Julio, de esta querida Argentina, siempre volvió a su pueblo y a su Patria desde los diferentes servicios que la Iglesia le fue encomendando.

Cristiano y pastor animado de una espiritualidad pascual, hombre de Dios, sacerdote, obispo y cardenal de la Iglesia, padre hermano amigo espiritual de tantas personas en la Argentina, América Latina y el mundo.

El cardenal Carlo Martini lo definió como: “Una de las mayores personalidades de la Iglesia del final del milenio”.

Hoy nos es posible contemplar una vez más su ser profundamente humano y todo de Dios.

Muchos de los que hoy estamos aquí y tantos que están espiritualmente unidos a esta celebración de acción de gracias lo hemos conocido, hemos sido contemporáneos, colaboradores, discípulos, familiares, amigos; otros lo conocen o conocerán por el testimonio de alguna persona o sus escritos.

Cuántos tuvimos la certeza, la gracia, el don de haber compartido un tramo de nuestra vida con un “santo de la puerta de al lado” como dice el Papa Francisco de “aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la Presencia de Dios”, y confesamos con el mismo Santo Padre: “La santidad es el rostro más bello de la Iglesia”.

A medida que pasa el tiempo percibimos que su figura crece, se hace más luminosa y significativa. Lo escribió muy bien el padre Lucio Gera, amigo entrañable y gran teólogo argentino: “para poder ver las cosas pequeñas hay que acercarse a ellas, pero para ver las cosas grandes hay que alejarse de las mismas. Solo vemos el perfil de la grandeza de un monte si nos distanciamos del mismo, obviamente sin alejarnos tanto que lo perdamos de vista y lo echemos al olvido. Lo mismo nos ocurre con hombres de la talla humana y espiritual de Eduardo Pironio”.

La página evangélica nos ha presentado la misión del Precursor, San Juan el Bautista, “enviado del Señor para ser testigo de la luz”. En el nuevo beato reconocemos un enviado del Señor a nuestro tiempo, un testigo de la luz que es Jesucristo.

El beato Pironio fue un hombre del Concilio y un artesano de su recepción en América Latina donde cultivó su visión de la “Iglesia de la Pascua”, “una Iglesia de Cruz y de Esperanza, de Pobreza y Contemplación, de Profecía y de servicio, una Iglesia misterio de comunión misionera en medio del mundo”, y que tanto nos dice hoy a nosotros, obispos, sacerdotes, consagrados, pueblo fiel de Dios: “La Iglesia de la Pascua no es precisamente un Iglesia “triunfalista” o del “poder”. Todo lo contrario. Una Iglesia pascual es ante todo una Iglesia del anonadamiento y la crucifixión, la pobreza, la persecución y la muerte.

Para él “el único camino de un cambio verdadero pasa siempre por el corazón de las bienaventuranzas evangélicas”.

Sus enseñanzas son luz para nuestro tiempo. En aquella luminosa “Meditación para tiempos difíciles” -como los que estamos viviendo los argentinos y muchos países de América Latina y del mundo- recordó que son momentos que “exigen fortaleza”. En dos sentidos: como firmeza, constancia, perseverancia, y como compromiso activo, audaz y creador. Para cambiar el mundo con el espíritu de las bienaventuranzas, para construirlo en la paz, hace falta la fortaleza del Espíritu.

En cambio, cuando hay tensión o desencuentro en la sociedad y en la Iglesia, el beato Pironio nos alerta: “son signos del oscurecimiento de la verdad, del olvido de la justicia, de la pérdida del amor”. “Revelan claramente la falta de la fuerza del Espíritu”.

Desde ayer la Iglesia nos presenta al beato cardenal Eduardo Francisco Pironio como intercesor y ejemplo para todos, pienso muy especialmente en las nuevas generaciones, desde el inicio de su ministerio mantuvo una sintonía singular con los jóvenes en la Acción Católica, la Joc, las “Marchas de la Esperanza” iniciadas en Mar del Plata, en la gran aventura de las Jornadas Mundiales de la Juventud de las que fue como el arquitecto colaborando con la iniciativa profética de San Juan Pablo II, para hacer de ese acontecimiento un pentecostés de la Iglesia joven que desde 1985 se celebran en diferentes países y continentes.

La primera fuera de Roma quiso celebrarla en Buenos Aires, en la avenida 9 de Julio, aquel inolvidable Domingo de Ramos de 1987. ¡Cuántos testimonios de jóvenes en los que el beato Pironio dejó huellas de esperanza en un confesionario, en las calles o con su palabra en las catequesis o ante la multitud!

El tiempo parecía detenerse ante cada persona con la que se encontraba. Era la forma de entrega total del beato a cada persona, hecho constatado por cantidad de religiosos y religiosas, de seminaristas y sacerdotes, de laicos de todo el mundo.

En el atardecer de su vida entregó a los jóvenes lo más valioso, su vocación, con la convicción de que no hay mayor alegría en la vida que descubrir el sueño de Dios para cada uno, el sentido radical de nuestras vidas: “Me he sentido extraordinariamente feliz de ser sacerdote y quisiera transmitir esta alegría profunda a los jóvenes de hoy, como mi mejor testamento y herencia”.

Pidámosle al beato Pironio que interceda por tantos jóvenes que buscan saber para quién y para qué vivir, que buscan y esperan futuro, sentido, proyecto, dignidad.

Fue entre nosotros profeta y testigo, con su vida y en su muerte nos anunció a “Cristo esperanza de la gloria”.

Cerca ya del misterio de la Navidad, recemos con las palabras de aquella preciosa oración del beato Pironio a Nuestra Señora de la Nochebuena: “Virgen de la esperanza: América despierta. Sobre sus cerros despunta la luz. Es el día de la Salvación que ya se acerca. Sobre los pueblos que marchaban en tiniebla, ha brillado una gran luz. Esa luz es el Señor que nos diste, hace mucho, en Belén, a medianoche. Queremos caminar en la esperanza Madre de los pobres. Falta el pan material en muchas casas. Falta el pan de la verdad en muchas mentes. Falta el pan del amor en muchos hombres. Falta el Pan del Señor en muchos pueblos. Tú conoces la pobreza y la viviste.

Danos alma de pobres para ser felices. Pero alivia la miseria de los cuerpos y arranca del corazón de tantos hombres el egoísmo que empobrece.

Nuestra Señora de América: ilumina nuestra esperanza, alivia nuestra pobreza, peregrina con nosotros hacia el Padre”. Amén.

Luján, 17 de diciembre de 2023.
Mons. Carlos Humberto Malfa, obispo de Chascomús