Viernes 22 de noviembre de 2024

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XX Peregrinación diocesana castrense a Luján

Homilía de monseñor Santiago Olivera, obispo castrense, en la XX Peregrinación diocesana castrense a Luján (5 de octubre de 2023)

Para todos nosotros es una alegría muy grande poder celebrar esta XX Peregrinación del Obispado Castrense a nuestra casa, la casa de la Virgen de Luján. Este texto que acabamos de escuchar sin duda nos conmueve siempre porque nos podemos sentir bien identificados, <aquí tiene a tus hijos>, aquí tenemos a nuestra Madre.

En esta peregrinación que hemos adelantado hablando con las autoridades de las Fuerzas, puesto que la fecha original era más cerca de las próximas elecciones nacionales, vimos conveniente adelantarla y coincidió con una de nuestras fiestas diocesanas también como lo es hoy, la fiesta de la Virgen de la Inmaculada Concepción, Ntra. Sra. del Buen Viaje, Patrona de esta querida Fuerza nuestra nueva, como parte de nuestra familia castrense, como lo es, la PSA (Policía de Seguridad Aeroportuaria).

Y creemos que ha sido providencial, porque hemos venido en viaje, hemos venido peregrinando, hemos llegado a la casa de todos. También ponemos bajo el manto de María a nuestra Patria, en estos cuarenta años que transitamos de vida democrática, que es eco temporal del Evangelio.

Pedimos por los diez años del Pontificado del Santo Padre Francisco y nos unimos al Sínodo en Roma, para rezar, para acompañar, para ofrecer todo lo que nos toque para esta Iglesia que quiere hablar a nuestro tiempo desde la propia identidad y la propia convicción de anunciar a todos el Evangelio de Jesús. También sería injusto si no rezamos por aquellos que han muerto en el copamiento del Regimiento de Infantería de Monte 29 Formosa del Ejército Argentino.

Recordamos a todos los que partieron, muchos de ellos soldados voluntarios. Hermanos soldados que nos han dejado un legado a todos, <aquí no se rinde nadie>, y que nosotros digamos en Luján, aquí no nos rendimos para seguir trabajando por la paz, por la verdad y la justicia.

El Evangelio que se acaba de proclamar y hemos escuchado, podríamos decir, es el culmen también de una Peregrinación. Jesús, para cumplir su “hora”, llega- después de un peregrinar con su cruz- al lugar donde “todo se cumplirá”. El lugar donde Él, que “nos amó hasta el extremo”, dará la prueba más cabal de ese amor. Hace poco hablando con un hombre de las Fuerzas, me decía “nosotros estamos acostumbrados a hablar de objetivos, ante tal o cual misión”. ¿Cuál es ese objetivo de la misión de Jesús? Atraernos hacia por el amor: “cuando Yo sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí”. Y nos atrae para darnos, ofrecernos con su vida ofrecida y entregada la posibilidad de la Salvación. Hoy Jesús nos ha atraído hacía él, se cumple lo que nos ha dicho. Si estamos aquí, es porque Dios así lo ha querido, más allá de nuestra motivación a venir…

Esa “hora” de Jesús estuvo presidida de un caminar, de un peregrinar. En este peregrinar de Jesús, sabemos que pasaba haciendo el bien, curaba, sanaba, reconciliaba, amaba siempre. Nosotros también hemos venido en clave de peregrinación- el andar de Jesús se caracterizó por el dolor y el desencuentro, Sabemos que no le fue fácil a Jesús en su recorrido, pero llevaba la paz que le da la certeza de la compañía del Padre y el saber qué hacía siempre su voluntad. Muchos de nosotros, como Jesús, experimentamos que no es fácil nuestro camino y vivimos momentos de incertidumbre, de dudas, momentos donde la violencia, el hambre y la muerte nos acecha; no se vislumbran caminos certeros de salida. Podríamos decir que, como Jesús, portamos una cruz. A veces, quizá, creemos que mayor que la que llevó Él. Él nos alienta y nos dice, “carguen esa cruz y vengan conmigo”, aprendan de mí, por mi yugo es llevadero y liviano. Si creemos que nuestra cruz pesa mucho, vayamos a Jesús, a Él no le espanta el peso y sabrá ayudarnos, aliviarnos (“vengan a mí, afligidos y agobiados y yo los aliviaré”).

La “hora” de Jesús nos invita a preguntarnos sobre nuestra “hora”.

El Cardenal Pironio, venerable siervo de Dios, cuyos restos mortales descansan en este lugar santo, nos decía:

“Yo quisiera mis hermanos, que comprendiéramos que también nosotros tenemos una hora, y que esta hora es la nuestra, que tenemos que comprenderla bien, que tenemos que amarla con intensidad y que tenemos que vivirla con generosidad. 

¡Esta hora nuestra! Esta hora nuestra, así como se da; esta hora nuestra con todos sus riesgos y oscuridades, también con todas sus posibilidades y esperanzas; esta hora tan difícil y dura; esta hora tan rica y tan llena de Dios. Esta hora en la cual el Señor me está pidiendo absolutamente todo.

Es la hora en que pareciera que todo se quiebra y se despedaza, en que pareciera que el amor mismo ha muerto entre los hombres, en que la injusticia se ha apoderado del corazón de los mortales. Es en esta hora donde yo, cristiano, tengo que poner un poco más de la Luz de la Verdad. Esta hora en la cual yo tengo que plantar la justicia y ser realmente hacedor de la paz en la justicia. Es la hora en que yo tengo que comprometerme, muriendo todos los días un poco y a amar de veras a mis hermanos[1].

Jesús camina su recorrido acompañado, ayudado por Simón de Cirene, que lo conocemos como el Cirineo. No va solo. Jesús se dejó ayudar, pasó Jesús como uno de tantos, asumió nuestra frágil naturaleza enferma y herida, pero para rescatarla y sanarla. Aquí también vamos juntos, el Señor nos ha convocado como Iglesia, como Familia, específicamente como Familia Castrense. Esta es la XX Peregrinación de las Fuerzas Armadas y Federales de Seguridad, y volvemos a traer la gratitud y la alegría también la soledad, y la enfermedad como el dolor de tantos que esperan justicia.

“El caminar juntos hacia los santuarios, es en sí mismo un gesto evangelizador por el cual el pueblo cristiano se evangeliza a sí mismo y cumple la vocación misionera de la Iglesia.” (DA 264).

Como en la vida, es más llevadero el camino compartido, con la oración común, con la cercanía que anima y restaura.

Nuestro peregrinar, como en Jesús, tiene un final en su recorrido. Aquí hemos llegado a la Basílica de Luján, pero debe ser signo de avivar el deseo de caminar, peregrinar hacia el cielo, esta es una ciudad de paso, somos en verdad “ciudadanos del cielo”.

En el Evangelio de Juan hemos escuchado que había presencia de muchas mujeres, Jesús destaca a una: su Madre. Nosotros hemos venido a la casa de la Madre. En este texto evangélico está el origen de esa maternidad. Le decimos Madre a María, por esta escena del evangelio, es el testamento perenne de lo que Jesús nos quiso dar. Otro don de los tantos de su amor. “Testamento más preciado que nos dejó su Hijos Jesús en la cruz”, reza nuestra oración diocesana.

Nuestro Pueblo, ama a María, nuestros fieles castrenses aman a María en sus distintas advocaciones como Nuestra Señora de Luján, aquí hemos venido, Nuestra Señora de la Merced, Nuestra Señora de Stella Maris, Nuestra Señora de Loreto y Nuestra Señora del Buen Viaje: 

Podemos compartir las palabras de Aparecida:

“La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual” (DA 259)

María, en esta su casa, nuestra casa, nos suscita confianza de hijos para depositarle todo lo que lleva nuestro corazón.

También en los Santuarios pueden darse cambios profundos, donde no pocas veces deseamos volver a empezar y a mirarnos como hermanos y ser más solidarios comprometiéndonos con la Patria pidiendo que nos sane las heridas de tantos desencuentros. Ella anima esos cambios profundos que queremos para nuestras vidas. Esa Patria que deseamos y buscamos, solidaria, reconciliada y de paz, empieza por el corazón de cada uno de nosotros.

El Apóstol Juan “llegó huérfano” al final del recorrido y regresa como hijo de María, se lleva a su Madre a su casa.

Quizá también nosotros podemos haber venido “huérfanos”, huérfanos de esperanza, de certezas, de proyectos, de sueños; pero – como Juan- no regresamos igual, la Madre se nos ha dado para alojarla en la casa del propio corazón.

María nos recuerda y vuelve con insistencia a decirnos a todos, como le dijo en las Bodas de Caná a los sirvientes: “Hagan lo que Él les diga” esto es, “hagan lo que Jesús les diga”. En estas horas tan importantes de nuestra historia argentina en la que nos sentimos heridos y agobiados, no pocas veces maltratados y traicionados, cansados y desilusionados, renovamos la certeza que podemos cambiar según el querer de Dios, y amarnos como hermanos de todos.

En la Casa de María rezo, como Padre y Pastor de este Pueblo castrense, por los uniformados y sus familias, niños, jóvenes, ancianos, enfermos y privados de su libertad, los que están cerca y los que están lejos, por todos y por la Patria:

Oración con ocasión de las próximas elecciones presidenciales

Señor Jesús, Peregrino del Padre
Que habitaste una Patria al asumir nuestra carne
Y fuiste testigo de la esperanza y el dolor de tantos hermanos,
Que alentaste el camino del encuentro, la paz y el perdón
Que sanaste las heridas del odio y del desencuentro -al clavarlas en tu cruz y vencerlas con tu Resurrección-.
Te pedimos ahora, por nuestra Patria, prontos a elegir gobernantes
Estamos heridos y agobiados,
Precisamos nuevamente tu auxilio,
nos sentimos enfrentados por discursos agraviantes, verdades ocultas,
mentiras pomposas,
gestos falsos que nos duelen y
que hieren la fraternidad.
Que podamos asumir, con sentir de hermanos,
la responsabilidad de elegir y
da, a nuestros gobernantes,
serenidad de espíritu,
que tiendan puentes para el diálogo,
el encuentro y la reconciliación
que tanto bien nos hace.
Gobernantes que promuevan la paz social y
el bien común,
y que hagan un Patria digna y estable,
con posibilidades de trabajo, vivienda, salud y educación.
Que custodien la vida de todos,
y que nadie sea descarte.
Ven en nuestro auxilio
Señor Jesús,
Precisamos que nos sanes y
renovemos la esperanza.
Tú, Madre de Luján, Madre
de los argentinos, que sabes de esperas confiadas,
enséñanos la fidelidad y la perseverancia
para que nuestra plegaría, sea una única voz
que al Cielo clama.
Jesucristo Señor de la historia, te sabemos siempre cerca,
caminas con nosotros y nos renuevas en la esperanza.
Jesucristo Señor de la Historia, te necesitamos.
Amén

Nota:
[1] Jueves Santo, 1971