A los maestros y profesores, estudiantes, directivos
todos aquellos que viven la pasión de educar y educarse
Apenas abrimos la Biblia, en el Libro del Génesis Dios nos hace dos preguntas (porque la Biblia nos habla de alguna manera a todos): ¿Dónde estás? (3, 3) y ¿Dónde está tu hermano? (4, 9).
Ya en el Nuevo Testamento, en el Evangelio de Juan, es Jesús quien también nos hace preguntas que –creo- son claves para todo camino educativo (conocer, aprender y enseñar): ¿Qué buscan? (1, 38); ¿A quién buscan? (18, 4).
Es imposible separar nuestro mundo personal al fraterno… También Jesús, el Maestro, nos recuerda: “Todos ustedes son hermanos” (Mateo 23, 8).
Sin duda todo proceso educativo (es decir: el camino vocacional compartido de quienes educan y quienes desean educarse) propone un itinerario que mira principalmente a la memoria del corazón y a la fraternidad. Al mismo tiempo, la búsqueda de la felicidad, la elección de vida como el deseo de un encuentro en libertad… exige de alguna manera también una pregunta vocacional. Al principio preguntamos “por algo”: Maestro ¿dónde vives? (Juan 1, 38). Entonces, el Maestro responderá con un desafío importante y en la misma dirección de la pregunta: Vengan y lo verán (Juan 1, 39 a). Todo proceso educativo invita a ponerse en movimiento: Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día (Juan 1, 39 b). Poco a poco gracias a ese proceso educativo, reconocemos que nuestro interrogante más profundo no se sacia con un “algo” sino con un “alguien”. Por ello la educación privilegia la relación entre profesores – maestros y alumnos – discípulos
Es verdad, no podemos responder a lo «vocacional» con palabras o actitudes que sólo busquen complacer – quedar bien – agradar o ampliar el horizonte de los conocimientos u objetivos pedagógicos.
En la Palabra de Dios, encontramos innumerables historias de personas que han sido elegidas (es decir “vocacionadas”); ellas nos enseñan real y profundamente el significado de la respuesta a un llamado que atrae y colma el deseo de la verdadera felicidad.
Saulo – San Pablo como un ícono en este camino… proceso nos ayuda a comprender la vocación de todo educador y estudiante. Desde su “primer encuentro” con el Señor –signado también por una pregunta ¿Por qué me persigues? – comenzó su itinerario educativo como discípulo de Aquel por quien llegaría a dar su vida. La síntesis de su itinerario es expresada en pocas palabras: Para mí la vida es Cristo (Filipenses 1, 21). Pablo describe ese itinerario como el de la madurez del seguimiento para llegar a la meta (cf. Filipenses 3, 7 – 16). A partir de semejante encuentro, el Apóstol no cesó de fundar comunidades y educarlas en la Fe ¡Ellas fueron su gloria y su corona! (cf. Filipenses 4, 1).
La figura de Simón – San Pedro invita a contemplar el itinerario pedagógico de aquel a quien llamaban Rabí ¡Maestro! A través de tres preguntas que Jesús formula en el Evangelio con las respectivas respuestas propias de discípulo (sin excluir dudas, miedos e incluso la traición), el pescador de Galilea, nos exhorta a abrazar nuestra vocación personal y comunitaria. ¡Dichos interrogantes arrancan del hombre de las barcas y las redes respuestas de FE, ESPERANZA y AMOR!
? ¿Quién soy para ustedes?
Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo (Mateo 16, 15 s.).
? ¿También ustedes quieren irse?
? ¿Simón, hijo de Juan, me quieres?
Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero (Juan 21, 17).
Esas preguntas -de alguna manera- tocan otras tantas cuestiones vocacionales, verdaderas búsquedas:
? el descubrimiento de la propia identidad(¿Quién soy?);
? el deseo de la intimidad(¿Con quién quiero vivir?);
? el profundo anhelo de la fecundidad(¿A quién quiero entregar todo…?)
También Pedro tuvo que preguntar en medio de sus propias “crisis” vocacionales: ¿No te importa que nos ahoguemos? (Marcos 4, 35); ¿Cuántas veces tendré que perdonar al hermano las ofensas que me haga? (Mateo 18, 21); ¿Qué nos tocará a nosotros? (Mateo 19, 27); ¿Por qué no puedo seguirte ahora? (Juan 13, 37 a). Incluso prometió respuestas de vida que, en su tiempo y su modo de abrazarlas, no pudo, no supo o no quiso sostener: Yo daré mi vida por ti (Juan 13, 37 b). Finalmente, el Señor inspiró su cumplimiento definitivo ¡pero en los tiempos y modos del Espíritu y no en los que Simón pensaba!
El Papa Francisco, sucesor de Pedro, nos presenta en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual cuatro “principios” para orientar el desarrollo de toda convivencia ¡también la del camino de la educación! (cf. nn. 221 – 237).
El tiempo es superior al espacio (darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios). La unidad prevalece sobre el conflicto (hacer posible desarrollar una comunión en las diferencias). La realidad es más importante que la idea (la desconexión de la realidad origina idealismos ineficaces que no convocan). El todo es superior a la parte (aceptando las tensiones sin caer en mezquindades extremistas).
Para concluir y comprender mejor este itinerario, dentro de los documentos del Concilio Vaticano II, leemos en la Constitución pastoral Gaudium et spes (sobre la Iglesia en el mundo actual) n. 36:
Muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que, por una excesivamente estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión, sufra trabas la autonomía del hombre, de la sociedad o de la ciencia. Si por autonomía de la realidad se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía. No es sólo que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte. Por ello, la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetrar en los secretos de la realidad, está llevado, aun sin saberlo, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser. Son, a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe.
Que nuestra vocación como educadores (maestros y profesores), educandos (estudiantes, alumnos, discípulos, etc.), directivos y quienes de una u otra manera aseguran la tarea educativa nos ayude a acompañarnos unos a otros a la luz de la infinita paciencia y misericordia de Dios tal como lo hicieron Saulo de Tarso el celoso fariseo ¡San Pablo Apóstol! y Simón hijo de Juan el pescador de Galilea ¡San Pedro!… y con tantos hombres y mujeres que descubren en la educación, un deseo ardiente, una verdadera pasión… ¡su vocación!
Bahía Blanca, 11 de septiembre, 2023
Mons. Fray Carlos Alfonso Azpiroz Costa OP, arzobispo de Bahía Blanca