Queridos hermanos de todas las comunidades de la diócesis: hoy nos reunimos en la casa de nuestra patrona diocesana, la Virgen María, la Inmaculada Concepción de Concordia. Venimos a festejar a nuestra Madre, por eso somos muchos que con alegría estamos celebrando esta Eucaristía, esta fiesta de la fe, homenajeando a la Virgen María. Nosotros por el Bautismo fuimos incorporados a Cristo, somos cristianos y por eso la tenemos como Madre. Recordemos que Jesús crucificado se la entrega al discípulo amado diciéndole “ahí tienes a tu madre”[1] y desde ese momento el discípulo la recibió en su casa. No hay vida familiar sin una madre. La Iglesia es familia de Dios, por eso amamos a María, la veneramos y la festejamos como Madre de la Iglesia.
Y hemos venido como peregrinos, venimos a la casa de la Madre para agradecerle, pedirle y contarle de nuestras vidas. También acá, en la casa de nuestra Madre, queremos fortalecer nuestros lazos de fraternidad para ser cada vez más una Iglesia familia, una Iglesia que ensancha su tienda para acoger a todos con cordialidad y misericordia. También yo vengo por primera vez como peregrino. Como cristiano y como Obispo también necesito del cuidado maternal de María, y vengo a poner en su corazón mi servicio pastoral entre Uds.
El hermoso texto del evangelio según san Lucas[2] que hemos proclamado, nos dice que María fue “llena de gracia”, preparada desde su concepción para una misión.
Y esa mujer preparada desde siempre para ser la madre del Hijo de Dios, es llamada por el ángel Gabriel, el mensajero de Dios, para encomendarle la misión que cambiaría definitivamente la historia. Y María responde: “Hágase en mi según lo que has dicho”. El evangelio nos retrata a la Virgen como una mujer creada y preparada por Dios para ser llamada a un servicio concreto: ser la madre del Salvador. Llamado al que ella responde con generosidad y prontitud.
María es para nosotros modelo de creyente, modelo de escucha de la Palabra y modelo de respuesta generosa a un llamado vocacional. Esta celebración de la Virgen nos tiene que hacer pensar que, también a cada uno de nosotros, Dios nos ha pensado y nos ha creado para una misión. Cada vida humana es sagrada, porque es querida y creada por Dios. Dios tiene una “ilusión”, un proyecto para cada ser humano concebido.
Por eso, a cada uno de nosotros nos llamó a la vida, nos hizo sus hijos y nos llamó a una misión. Hemos recibido una vocación: algunos a ser esposos y padres de familia; otros fuimos llamados a ser sacerdotes o consagrados. Es justo en este día dar gracias al Señor que nos llamó con amor y misericordia: nos ha amado, nos ha elegido, nos ha regalado una vocación para que seamos felices y para servirlo en favor de nuestros hermanos.
Queridos jóvenes, chicos y chicas, a ustedes también Dios los pensó y los llamó a la vida y a la vida cristiana para una misión. Ojalá sepan descubrir esa misión y escuchar el llamado de Dios para Uds. y, como María, sepan responder generosamente a la vocación que el Señor quiere regalarles.
Pidamos hoy a la Virgen que nos enseñe a imitarla. Para que seamos bautizados “en serio”, que vivamos el Evangelio en lo cotidiano de la vida; que seamos esposos y padres que hagan de su vida matrimonial y familiar una pequeña Iglesia donde se viva y se aprenda la fe y el amor verdadero; que seamos consagrados que testimoniemos la belleza y la alegría de vivir los consejos evangélicos; que seamos sacerdotes que reflejemos la caridad del Corazón de Jesús, el Buen Pastor.
Recemos para que María nos ayude a cuidar nuestra vocación y nos sostenga con su oración a ser fieles a la misión que hemos recibido. Recemos mucho para que los jóvenes descubran su vocación, porque Jesús los llama como amigo, para que lo sigan y lo sirvan, sirviendo a sus hermanos. Toda vocación es un proyecto de felicidad porque es un llamado al amor. María lo supo, María lo vivió, por eso fue feliz y por eso alaba a Dios diciendo “Mi alma canta la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador” (cfr. Lc. 1,46-47).
Que la Virgen Inmaculada de la Concordia, que fue fiel a su vocación y a su misión, nos ayude para responder siempre al llamado de Jesús con generosidad y alegría. Amén.
Mons. Gustavo Zurbriggen, obispo de Concordia