Hoy Jesús en el Evangelio que proclamamos hace dos preguntas: ¿Qué dice la gente sobre el Hijo del Hombre? Y luego, ustedes ¿Quién dicen que soy? No lo hace porque tenga conflictos de identidad, sino porque quiere ayudar a sus discípulos a que se encuentren con Él, que es camino, verdad y vida.
Y no es detalle menor dónde hace estas dos preguntas, lo hace en Cesárea de Filipo, una ciudad que sí ha tenido varias identidades: en un tiempo fue una ciudad helenista, luego fue una ciudad judía, y también fue una ciudad romana. Por eso se la había conocido al principio con el nombre de Paneas, por el culto al dios griego Pan, el dios del miedo, de ahí la palabra “pánico”. Más adelante se llamó Cesarea de Filipo, para distinguirla de otra Cesarea que estaba sobre el Mediterráneo, y luego se llamó Neronia, en tiempos del emperador Nerón. En la actualidad, esa ciudad es conocida como Banias. Por qué dijo esto, porque es una ciudad de varias fundaciones, es una ciudad de varias culturas, es una ciudad de varios nombres, es una ciudad sin una identidad definida, y justamente en esa ciudad sin una identidad definida, Jesús quiere dejarle claro a los discípulos quién es Él.
Y frente a las preguntas del Señor, Pedro da la respuesta correcta: “Tu eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. Su cercanía al maestro, el compartir con Él todos los momentos, los de oración, las mesas, los milagros, escuchar su palabra, ver sus gestos de ternura con los enfermos y con los pobres; ver su mirada de indignación frente a la dureza de los corazones de los fariseos, sus parábolas y ejemplos sencillos para hablar de cosas profundas, seguramente son lo que permitieron a Pedro dejarse llenar de Dios, que le reveló en el corazón quien era verdaderamente Jesús.
Este estar cerca del Señor es la mejor manera para conocerlo; tener con Él un vínculo y seguro, que nos llena de alegría y esperanza, que nos permite soportar las dificultades de la vida y que nos compromete en la construcción cotidiana de un mundo mejor. Cerca de Jesús, en la escucha de su Palabra que nos ilumina y nos interpela; cerca del Señor en la Eucaristía, ese Pan de Vida con sabor a todos; cerca de los más pobres, que son el rostro concreto y sufriente del crucificado, como nos recuerda Mateo 25: ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, desnudo, forastero, enfermo o preso y te socorrimos? Cada vez que lo hicieron por el más pequeño de mis hermanos lo hicieron conmigo.
Compartir con Jesús, estar bien cerca de Él diariamente, entrar en comunión, es el mejor modo de conocerlo y de no reducirlo a la pequeña experiencia que hayamos tenido alguna vez.
Nos puede pasar así lo mismo con las otras personas, reducir nuestra opinión sobre ellos a los que alguien alguna vez nos contó, al editorial o el título de una nota periodística, o a lo que alguna vez escuchamos sobre esa persona, como si la vida de cada uno de nosotros, fuera un momento congelado en el tiempo; somos mucho más que eso, nuestra vida no es una instantánea, es una película, con final abierto. Démonos entre todos, entonces, la oportunidad de conocernos en profundidad, como deseamos también, iluminados por el Evangelio de hoy, conocerlo mucho más a Jesús.
Dice un dicho popular: “no hay dos sin tres”, Jesús hizo dos preguntas, vamos a hacer nosotros en esta misa una más, la tercera pregunta: ¿Qué significa la vida y el testimonio de Enrique Shaw para nosotros en nuestra Argentina 2023?
Leyendo algunos de sus textos, y sin ánimo de extenderme demasiado, quisiera compartir dos ideas:
1) En la conferencia que dio en el IV Congreso Eucarístico Nacional, en octubre de 1959, hizo un análisis de las Bienaventuranzas aplicándolas a la vida empresaria: Reflexionando sobre la primera de ellas: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”, plantea la necesidad del desapego del yo personal y del yo social, no imponiendo sus propias ideas o las de un grupo.
Qué actuales son sus consejos en un momento en que no toleramos otras opiniones, en que queremos convencer al otro si piensa distinto, en que se dan luchas de intereses corporativos y sectarios por encima del bien común de nuestra gente.
San Oscar Romero, arzobispo de El Salvador, expresaba la misma idea diciendo: “Hermanos, el diálogo no debe caracterizarse por ir a defender lo que uno lleva. El diálogo se caracteriza por la pobreza: ir pobre para encontrar entre los dos la verdad, la solución. Si las dos partes de un conflicto van a defender sus posiciones, solamente saldrán como han entrado”.
2) La segunda reflexión de Enrique Shaw decía: “Hoy en nuestro país, muchos de los dirigentes de empresas se sienten solos, incomprendidos. No se les escapa que ningún dirigente sindical quiera, ni siquiera acepta, hablar a solar con él por miedo “a comprometerse”, que “los muchachos piensan mal”. Tienen la impresión que hubiera una barrera, o al menos para usar una expresión en boga, una cortina entre él y los demás miembros de la empresa. Que cuando algún obrero lo quiere ver es sólo para pedirle algún favor y prefiere hacerlo en secreto. Cortina que se hace tanto más difícil de levantar cuánto más grande es la empresa y por lo tanto más difícil de mantener o siquiera establecer, el contacto personal de hombre a hombre”, termina la cita.
Enrique Shaw habla de la cortina, o de una barrera entre las personas, hoy nosotros hablamos de una grieta. Y a mí ya me han escuchado decir que prefiero llamarla “herida” porque duele y sangra en las entrañas del pueblo. Todo parece dividirnos, todo parece alejarnos, todo parece romper el proyecto de hermandad de Dios para con nosotros.
El Papa Francisco nos recuerda siempre la necesidad que tenemos de forjar la cultura del encuentro y de descubrirnos todos hermanos, más allá de las lógicas diferencias. Ese tiene que haber sido entonces, también, el sueño de Enrique Shaw que quiso hacer realidad, superando esas cortinas, esas barreras, esas grietas o esas heridas en el vínculo con los trabajadores.
Monseñor Derisi en su funeral lo decía así: “Se brindaba a sus propios obreros, que lo querían, no ya como un patrón, sino como a un amigo”. Y cuando transitaba la enfermedad que lo llevó a la muerte, esos mismos trabajadores fueron a donar sangre; toda su vida forjó la comunión, y tan unido a ellos estuvo, que queda sintetizado en aquella frase muy repetida: “un empresario de Dios con sangre obrera”.
Desapego del propio yo, desapego del yo social, superación de todas las cortinas o grietas, sean quizás, algunos de los senderos a recorrer que nos permitan recuperar nuestra identidad como argentinos.
Que el testimonio de Shaw, que sus escritos, que su vida nos interpelen, nos cuestionen y nos animen a construir una Patria de hermanos, más allá de los sueños rotos y las promesas incumplidas, porque como él mismo decía sencillamente: “si nosotros todos, nos unimos podremos trabajar para que todos seamos realmente felices”.
Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires