Jueves 2 de mayo de 2024

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Ordenación de Mons. Ernesto Fernández, obispo auxiliar de Rosario

Homilía de monseñor Eduardo E. Martín, arzobispo de Rosario, en la ordenación episcopal de Mons. Ernesto Fernández, obispo auxiliar de Rosario (Parroquia María Auxiliadora, 4 de agosto de 2023)

Queridos hermanos y hermanas:

Un hijo de esta Iglesia de Rosario es hoy ordenado Obispo Auxiliar, luego de 24 años sin una ordenación episcopal en esta Arquidiócesis, lo cual hace más significativo este acontecimiento. Es un hecho que nos produce profunda alegría, y nos llena de gratitud al Señor y al Santo Padre, el Papa Francisco, que el P. Ernesto miembro de esta Iglesia Rosarina haya sido llamado a ser un sucesor de los Apóstoles. Y en el contexto del año Mariano Arquidiocesano, en el que celebramos los 250 años de la llegada de la venerada imagen de la Virgen desde Cádiz, a la que era en aquel tiempo esa pequeña aldea formada alrededor de la Capilla dedicada a la Sma Virgen del Rosario.

1. Ser elegido y llamado
El Evangelio que hemos proclamado nos habla de la naturaleza profunda del ser Apóstol: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino Yo el que los elegí a ustedes”
[1]. En primer lugar, la vocación apostólica radica en la elección de Jesús. El Evangelio de Marcos nos dice que el Señor “eligió a los que quiso, para que estuvieran con él y fueran a predicar”[2]. Hay un designio lleno de misterio que se hunde en la libérrima voluntad de Jesús.

No eligió a grandes genios, ni gente de una coherencia ética extraordinaria, no eligió gente con dotes pedagógicas y organizativas, ni cualificada científicamente, aunque pudieran tener algunas de esas cualidades; todos sabemos bien la procedencia de los Apóstoles. También esto sigue sucediendo con la elección de sus sucesores.

Querido Padre Ernesto: es Jesús el que te eligió y te llamó; lo hizo a través del Papa Francisco, es decir a través de la Iglesia representada por él, y te ha puesto en este lugar.

Quizás te podrías preguntar como el rey David: “¿Quién soy yo, Señor, y qué es mi casa para que me hayas hecho llegar hasta aquí?[3] O quizás te sientas como el Apóstol Pedro: “apártate de mí que soy un pecador”[4].

Ser consciente de la propia nada, que uno es un hijo de Dios, pecador, pero amado por el Señor y elegido para llevar adelante una misión, que ciertamente es desproporcionada a los límites humanos, es de fundamental importancia. San Pablo nos lo recordaba en la segunda lectura: “llevamos este tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros sino de Dios”[5]. Y, ¿cuál es este tesoro del que nos habla el Apóstol; él mismo lo dice: “Cristo Jesús el Señor”[6], al que predicamos.

2. Enviado a anunciar el Evangelio
Los Apóstoles toman conciencia de su ser, y tienen el poder para actuar a través del acontecimiento de Pentecostés; es el hecho de haber sido revestidos con la fuerza que viene de lo alto, para ser testigos de Jesucristo hasta los confines de la tierra. Los Apóstoles ahora están en una comunión con Jesús obrada por el Espíritu y se manifiesta con la autoridad con la que hablan y en los resultados que produce su palabra. Hablan y actúan con el poder del Espíritu
[7]. Pablo es bien consciente de que “este poder extraordinario procede de Dios”[8].

Querido Ernesto hoy serás ungido con el santo crisma para llevar la buena noticia a los pobres…. Con la fuerza del Espíritu Santo; con la unción del Espíritu podrás, como Pablo no desanimarte frente a las dificultades y no callar nada por vergüenza sino manifestar abiertamente la verdad a todos. Llevarás al complejo, muchas veces confundido y cambiante, pero a su vez fascinante, y atractivo mundo que está alumbrando una nueva época, a encontrarse con Aquel al que está esperando, aún inconscientemente. Estarás cercano a la gente de nuestro tiempo, especialmente a los que más sufren para llevarles su amor, su perdón y en su nombre cargar al que se ha perdido sobre los hombros como al más queridos de los hijos. Te acercarás para que se encuentren con Aquel que le da el sentido verdadero a la vida y da la certeza que hemos sido hechos, no para la muerte, sino para alcanzar una corona de gloria que no se marchitará jamás. Ese mismo Espíritu te llevará a vendar los corazones heridos y a proclamar la liberación a los cautivos. Hay tantos heridos con tal diversidad de heridas, tantos cautivos de tantas cautividades… pero vas a ir investido misericordiosamente del ministerio apostólico que en instantes recibirás, para que por el anuncio del Evangelio, que es el poder de Dios que se comunica a los creyentes, lleguen a la salvación.[9]

3. Servidor
Como Pastor estás destinado a guiar al Pueblo santo de Dios que se te confiará. Recibirás el cayado del Pastor símbolo del que guía.

La segunda lectura nos dice: “no somos más que servidores de ustedes por amor de Jesús”[10]. Recibirás una autoridad y una potestad que sólo usarás para edificar el Pueblo que se te confía en la verdad y en la santidad[11]. ¿de qué modo? El Apóstol Pedro nos da la respuesta: “Apacienten el rebaño de Dios, que les ha sido confiado, velen por él, no forzada, sino espontáneamente, como lo quiere Dios; no por un interés mezquino, sino con abnegación, no pretendiendo dominar a los que les han sido confiados, sino siendo de corazón ejemplo para el rebaño”[12]. Y Jesús en el Evangelio les dice a los Apóstoles: “el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor”[13]. El modelo del Obispo es siempre Jesús, que siendo el más grande se hizo el último de todos, el Servidor por excelencia, el que vino, no para ser servido sino para servir y dar la vida en rescate por una multitud. (Mt 20,28), y como nos recuerda la Constitución LG del Conc. Vat II : «este encargo que el Señor confió a los pastores de su pueblo es un verdadero servicio, que en la Sagrada Escritura se llama con toda propiedad diaconía», o sea ministerio (cf. Hch 1,17 y 25; 21,19; Rom 11,13; 1 Tim 1,12).[14]

Querido Ernesto: este ministerio no sólo lo has de vivir con espíritu de servicio, sino que el mismo es intrínsecamente “servicio”. A través de tu servicio paternal[15] el Señor quiere ir congregando nuevos miembros a su Cuerpo. Con la Ordenación episcopal ejercerás una paternidad más honda y más dilatada; especialmente con los sacerdotes, próvidos cooperadores del orden episcopal.

4. Obispo, con los demás Obispos
Vos también, con la ordenación episcopal pasarás a formar parte del “Colegio o Cuerpo de los Obispos”, pues «se es obispo junto con los demás obispos», con el Papa como cabeza y con los demás miembros del Colegio. Esto queda expresado por el nombramiento de parte del Papa a través de la Bula leída en el inicio de la celebración y la presencia de los hermanos obispos co-consagrantes y los demás obispos que nos acompañan; recibirás un don a ser vivido en comunión con los demás obispos.

5. Amigos del Señor e íntimos con el Padre
En el santo Evangelio proclamado, Jesús llama a los Apóstoles: amigos. Hoy como sucesor de los Apóstoles vas a entrar en esa amistad singular con la que el Señor distinguió a los 12, y junto con esa amistad, la razón de la misma: “Yo los llamo amigos porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre”. Una amistad que se basa en el conocimiento de lo más íntimo del amigo: en Jesús, su relación con el Padre, el estar de Jesús en el Padre, su relación de unidad, amor y obediencia; de esa realidad son hechos partícipes los apóstoles. Conocer a Jesús es conocer al Padre. Esas palabras Jesús se las dice al grupo de los 12, que la Iglesia denominará el “Colegio Apostólico”.

¡Y qué providencial por tanto que tu ideal, querido Ernesto, sea vivir bajo la mirada del Padre, en esa confianza práctica en su divina Providencia tal como lo dices en la explicación de tu escudo episcopal; y que tu lema nos recuerde a Jesús como signo visible del Padre: “El que me ha visto ha visto al Padre”! Que viviendo este ideal se cumpla tu sueño de que muchos a través, ahora de tu ministerio episcopal, puedan continuar experimentando la ternura de Dios Padre.

En tu escudo episcopal resaltas la figura de María como “Madre tres veces admirable”, que ella con la que has establecido alianza de amor guíe siempre tu ministerio y su intercesión lo haga fecundo, lleno del Espíritu Santo; colmado de la alegría de Jesús, seas servidor humilde de tu Pueblo caminando junto a él, para la mayor gloria de Dios y bien de los hermanos.

Amén.

Mons. Eduardo E. Martín, arzobispo de Rosario


Notas:
[1] Cf Jn 15,16
[2] Cf. Mc 3,13
[3] 2Sam 7,18
4] Lc 5,8
[5] 2Cor 4,7
[6] Cf 2Cor. 4,5
[7] Cf. GUARDINI, La existencia del cristiano. Pág 364ss B.A.C, Madrid 2005
[8] Cf. 2Cor. 4,7
[9] Cf. Pontifical Romano pág 71
[10] 2Cor. 4,5b
[11] Concilio Vat II: LG n.27
[12] 1Pe 5,2-3
[13] Lc 22, 26
[14] CONCILIO VAT II, Lumen Gentium 24
[15] cf 1Cor 4,15