Viernes 3 de mayo de 2024

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Corpus Christi

Homilía de monseñor Juan Alberto Puiggari, arzobispo de Paraná en la solemnidad del Corpus Christi (Catedral Nuestra Señora del Rosario, 10 de junio de 2023)

Queridos hermanos:

Hoy, solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, pedimos la gracia de abrir el corazón y la inteligencia para acercarnos con humildad y temblor a este gran Misterio..

Creo que lo más necesario que hay que hacer en esta fiesta del Corpus Christi no es tanto explicar tal o cual aspecto de la Eucaristía, sino reavivar cada año nuestro estupor y maravilla ante el misterio Eucaristico.

Es la primera fiesta cuyo objeto no es un misterio de la vida de Cristo, sino una verdad de fe: la presencia real de Él en la Eucaristía. Responde a una necesidad: la de proclamar solemne y públicamente nuestra fe: “La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, «no se conoce por los sentidos, dice santo Tomás, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios». San Cirilo declara: «No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Salvador, porque Él, que es la Verdad, no miente»» (Te adoro devotamente, oculta Deidad, que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente: A ti mi corazón totalmente se somete, pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo. La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces; sólo con el oído se llega a tener fe segura. Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios, nada más verdadero que esta palabra de Verdad.)

Necesitamos, proclamar nuestra fe, para evitar un peligro: el de acostumbrarse a tal presencia y merecer el reproche que Juan Bautista dirigía a sus contemporáneos: « ¡En medio de ustedes hay uno a quien no conocen!».

Lo necesitamos para no banalizarla y acercarnos a ella sin la preparación interior, por acostumbramiento, por frivolidad y por la rutina.

Sí, hay alguien que no se acostumbró a la Eucaristía y habla de Ella siempre con admiración y veneración era San Francisco de Asís. «Que tema la humanidad, que tiemble el universo entero, y el cielo exulte, cuando en el altar, en las manos del sacerdote, está el Cristo Hijo de Dios vivo… ¡Oh admirable elevación y designación asombrosa! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, que el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, tanto se humille como para esconderse bajo poca apariencia de pan!».

Pero en realidad lo que nos causa estupor ante el misterio eucarístico, no es tanto la grandeza y la majestad de Dios, sino más bien su amor, el que se pone a nuestro servicio, no sólo lavando los pies de los apóstoles, sino dándose a nosotros como alimento y bebida. La Eucaristía es sobre todo esto: memorial del amor del que no existe mayor: dar la vida por los propios amigos.

En las lecturas de hoy, vemos como el amor de Dios, acudió en ayuda de su pueblo, con el maná, en el antiguo testamento; en el evangelio de hoy, Jesús nos dice “Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”. Él no, nos da “algo”, sino a sí mismo; ofrece su cuerpo entregado y su sangre derrama. Entrega toda su vida, por amor al Padre y a cada uno de nosotros.

“Yo soy el pan Vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”. Necesitamos este pan para afrontar la fatiga y el cansancio del largo viaje hacia la tierra prometida del cielo.

Para descubrir el verdadero significado de la celebración eucarística . Jesús nos invita a comer y beber su cuerpo y sangre. Comer, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo. Esta comunión, este acto de «comer», es realmente un encuentro entre dos personas, es un dejarse penetrar por la vida de Aquel que es el Señor; de Aquel que es mi Creador y Redentor. El objetivo de esta comunión es la asimilación de mi vida con la suya, mi transformación y configuración con quien es Amor vivo. Por ello, esta comunión implica la adoración, la acción de gracias, pero fundamentalmente implica la voluntad de seguir a Cristo, dejándome transformar por Él. Misterio maravilloso de cristificación de nuestras vidas, de vaciamiento y plenitud de Vida Plena.

 Esto es lo principal del misterio Eucarístico: la comunión vital con Jesús. Cuerpo y la sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a convertirnos en aquello que comemos».

Y el segundo aspecto fundamental, también lo señala claramente el Apóstol: “ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque participamos de ese único pan”.

Sacramento de la unidad con Dios y entre nosotros, por eso es tan imperioso para el cristiano trabajar por la unidad para no ultrajar el Cuerpo de Cristo.

No podemos comulgar con el Señor, si no comulgamos entre nosotros. Si queremos encontramos con Él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros hasta el punto de convertirse en un solo cuerpo. Somos comunidad, alimentados por el cuerpo y la sangre de Cristo.

Este doble fruto de la Eucaristía: unión y comunión nos impela a la misión:

Gracias a la Eucaristía, al Pan que nos convierte en alimento a nosotros, podremos cumplir el mandato del Señor: “denles de comer ustedes mismos”. Hay muchos hambrientos que pasan por nuestra vida. A ellos el Maestro nos pide hoy que les demos de comer: que le demos el alimento, la fe, el tiempo, el amor… Los hambrientos de hoy nos están esperando…

El que comulga tiene que salir de la Misa queriendo ser pan comido por el hermano. Hoy se está realizando la colecta de Caritas, bajo el lema: “Mirarnos, Encontrarnos, Ayudarnos”.

Al unirnos a Cristo Eucaristía lejos de replegarnos sobre nosotros mismos nos abre al amor de lo demás, una Iglesia que vive de la Eucaristía, necesariamente se vuelve misionera, en salida, misericordiosa y solidaria. :

 Un buen programa Eucarístico: celebrar, adorar y compartir.

Después de la celebración llevaremos a Jesucristo en procesión por nuestras calles. Quiere ser una gran bendición pública para nuestra ciudad. Cristo, es la gran bendición que necesita nuestra Patria.

Señor este es tu pueblo, lo fundó tu Madre, bajo la advocación tan querida de Nuestra Señora del Rosario. Lo fundó para Ti, Señor. Una vez más te reconocemos como Señor de nuestra historia.

Te encomendamos a todo nuestro pueblo que peregrina en nuestra Arquidiócesis;

Ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos, la soledad de los jóvenes, de los niños, de los niños por nacer; y los ancianos.

¡Muestra a la Iglesia y a sus pastores, consagrados y laicos lo que Tú quieres en este tiempo sinodal!

¡Fortalece a nuestras familias, que se descubra nuevamente el tesoro y la belleza de la misma! Iglesia doméstica, santuario de vida y de amor.

¡Alienta a los que están sufriendo estrecheces económicas, incertidumbre en su trabajo y futuro!

Muestra tu amor hacia los pobres y enfermos, cuida a los jóvenes víctimas de las adicciones. Descúbreles el sentido maravilloso de la vida

¡Concédenos muchas y santas vocaciones, que hagan esto en memoria tuya! ¡Mira a la humanidad que sufre, que se siente insegura entre tantos interrogantes; mira el hambre físico y psíquico que la atormenta pero sobre todo el hambre de Dios. ¡Da a los hombres pan para el cuerpo y para el alma! ¡Dales trabajo, dales luz, dales Tú mismo! ¡Une a tu Iglesia, une a la humanidad sufriente! ¡Danos tu paz!

¡Señor guía los caminos de nuestra historia!

Nadie como María, Mujer Eucarística puede educarnos en la fe, para vivir este Gran Misterios. Que nos ayude a acoger siempre con asombro y gratitud el gran regalo que nos ha hecho su Hijo.

Gracias Señor Jesús. Quédate con nosotros porque anochece.

Mons.Juan Alberto Puiggari, arzobispo de Paraná