Jueves 10 de octubre de 2024

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El espíritu de la verdad y del amor guía a la Iglesia para renovar el mundo

Editorial de monseñor José Vicente Conejero Gallego, obispo de Formosa, para el suplemento diocesano "Peregrinamos", órgano de difusión de la diócesis (Junio de 2023)

Felizmente, llenos de alegría y esperanza, el último domingo del pasado mes de mayo, celebramos la solemnidad de Pentecostés, la Venida del Espíritu Santo, culminando así el Misterio Pascual de Jesucristo. Dicha fiesta estuvo precedida por una Vigilia de Oración en la mayoría de nuestras comunidades cristianas; donde, en atenta y recíproca escucha fraterna, a la luz de la Palabra de Dios, tratamos de discernir comunitariamente y compartir respuestas a algunos de los desafíos y retos de las realidades y situaciones más urgentes y actuales. Todo ello, en un clima y metodología claramente sinodal. De esta manera, vamos, cada día, sintiendo una mayor necesidad de caminar Juntos, creciendo como Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios, en Comunión, Participación y Misión.

Así, como estamos convencidos de que sin Jesús nada podemos hacer (Cf. Jn 15,5); de igual manera, sin el Espíritu Santo, la Iglesia y con ella el mundo, no podemos caminar ni avanzar por sendas verdaderas, ya que solo Él, el Espíritu de la Verdad y del Amor, ilumina y da el conocimiento del Dios verdadero, Él irradia con su luz y la sabiduría a los pueblos; así como también, une armónicamente la pluralidad y diversidad de todas las razas y culturas. De hecho, en la Iglesia reconocemos que es el Espíritu de Dios, quién viniendo en nuestra ayuda, nos hace sentir y llamar a Dios, ¡Abbá,Padre! (Gál 4,6), y a la vez, nos impulsa a decir: “Jesús es el Señor” (1Cor 12,3). Precisamente ayer, domingo 4, celebramos la solemnidad de La Santísima Trinidad, el misterio más grande de Dios y del que todo se deriva, porque todo viene de él, ha sido hecho por él, y es para él. ¡A él sea la gloria eternamente! Amén (Rom 11,36).

El domingo 11, celebraremos, Dios mediante, la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, la Sagrada Eucaristía, fuente y culmen de la vida y misión de la Iglesia, el misterio de nuestra fe que hace memoria de la entrega total y definitiva de Jesús por nuestra salvación y, además, perpetúa su presencia entre nosotros hasta el final de los tiempos, tal como él mismo nos prometió. Este día de Amor Fraterno se realizará la Colecta Anual de Cáritas, cuyo lema de este año es: Mirarnos, Encontrarnos, Ayudarnos.

¡Cómo no reconocer la presencia, guía y acción del Espíritu Santo en esta armoniosa continuidad de solemnidades litúrgicas que fluyen del ser y de los dones del mismo Espíritu de Dios! Estas celebraciones, vividas conscientemente, contribuyen a la santificación de cada persona, al incremento de la Iglesia y al bien de la humanidad entera. Es por ello que, para renovar y transformar la conciencia personal y las actividades humanas, como la política, la economía, la cultura y los modelos de vida -frecuentemente en contraste con el designio de Dios-, estamos llamados, como nos exhortaba el recordado Papa san Pablo VI, a invocar constantemente con fe y fervor al Espíritu Santo y a dejarse guiar prudentemente por él como inspirador decisivo de sus programas, de sus iniciativas, de su actividad evangelizadora (EN 75).

 Sin lugar a dudas, hoy, quizás como nunca, en el momento en que nos encontramos, más que discursos demagógicos, crispados y confrontativos, costosas propagandas de afiches y carteles excesivos, competitivos entre sí, e incluso que dificultan y entorpecen la visibilidad de la circulación en las avenidas y calles de nuestros pueblos y ciudades, se requieren el diálogo, debates serenos, búsqueda de la verdad y del bien común, pautas básicas comunes de consenso y, por sobre todo, testimonio, coherencia y ejemplo de vida, que son los que verdaderamente convencen y atraen a la gente de buena voluntad.

Ahora bien, en medio de una situación difícil como la presente, de inicuas y persistentes desigualdades, de violencias, de lentitud, incluso de retrocesos, en la tarea de construir una sociedad más justa y fraterna, no debemos abatirnos ni desalentarnos, no; más bien al contrario, debemos abrirnos a la alegría y a la esperanza, a salir de nuestros egoísmos, escuchar y compartir con los más pobres, sufridos y vulnerables, sin dudar de que el Espíritu de Dios nos dará su fuerza y nos sostendrá para transformar la historia según los designios de Dios.

Mons. José Vicente Conejero Gallego, obispo de Formosa