Sábado 27 de abril de 2024

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¿Para qué peregrinar? La arquidiócesis de La Plata en Luján

Homilía de monseñor Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata, en la peregrinación arquidiocesana a la basílica de Luján (6 de mayo de 2023)

Amigas y amigos, hemos venido aquí como peregrinos, hoy el sentido de este día fue peregrinar. Como sabemos, cada uno podría haber ido a rezar a su parroquia, o en su casa delante de una imagen de María, pero si hemos venido aquí es porque vale la pena peregrinar. Hoy somos peregrinos que viajamos al encuentro de la Madre. El año pasado recordamos un párrafo del documento de Aparecida que hablaba de la mirada de María. Hoy quiero recordar otro párrafo que habla de los peregrinos que se acercan a un santuario mariano. Escuchen bien lo que dice, a ver si lo estamos viviendo en este momento:

“Destacamos las peregrinaciones, donde se puede reconocer al Pueblo de Dios en camino. Allí, el creyente celebra el gozo de sentirse inmerso en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que los espera.

Porque no hemos venido como individuos, sino como pueblo en camino, y cada uno está en medio de este mar de hermanos creyentes que compartimos este viaje hacia el Señor y su Madre. Y eso le da a nuestra oración una potencia especial. Y sigue:

Cristo mismo se hace peregrino, y camina resucitado entre los pobres.

En este viaje Cristo mismo ha venido con nosotros, llevándonos a su Madre, feliz de que nos acerquemos a ella para buscar su consuelo materno, su fuerza, la esperanza que ella nos da. Siempre decimos: “A cristo por María”. Pero también vale al revés: “Por Cristo a María”. Porque él y ella son inseparables y Cristo no nos quiere dejar sin el consuelo maternal de María.

Y termina Aparecida:

La decisión de partir hacia el santuario ya es una confesión de fe, el camino es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor”.

Alguien dirá. ¿Por qué en lugar de gastar y hacer este viaje no hacíamos un retiro? Y lo haremos al retiro: espero que todos los decanatos o parroquias hagan un pequeño retiro pascual en este año de la fe para meditar y festejar la alegría de la resurrección. Pero en realidad esta peregrinación no es menos espiritual que un retiro. Dice Aparecida que La decisión de partir hacia el santuario ya es una confesión de fe, el camino es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor”. ¿Tuviste ya tu encuentro de amor con María? ¿Te encontraste con ella, con todo su cariño, dejaste todo en sus manos? ¿Te detuviste ante ella sin apuro, sin ansiedad, sin medir el tiempo? Eso vale más que cualquier retiro.

De hecho, en toda la historia de la Iglesia hubo grandes santos peregrinos, toda su vida fue peregrinar a los santuarios. Ya en los primeros siglos hubo estos peregrinos. Y quizás ustedes conozcan los relatos del peregrino ruso, alguien que se fue haciendo santo como peregrino, visitando los santuarios, y en estos viajes hacia la Virgen él se iba transformando.

Porque en realidad estas peregrinaciones nos recuerdan que somos peregrinos, no es que tenemos un día de peregrinación, toda nuestra existencia es una peregrinación. Y no lo digo yo, lo dice la Palabra de Dios con toda claridad en varios hermosos textos.

Por ejemplo: 

“Soy peregrino en esta tierra Señor, no me escondas tus preceptos” (Sal 119, 19).

O como lo dice la carta a los Hebreos:

“Muchos murieron sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra… Anhelaban una tierra mejor, esto es, celestial… porque Dios les ha preparado una ciudad” (Heb 11:13).

Somos peregrinos que estamos de paso, y cuando nos vayamos el mundo seguirá funcionando sin nosotros. Pero lo importante es que vas a llegar a tu verdadera patria, a la más hermosa ciudad, al destino final de tu vida, a tu destino más precioso y feliz. 

Este día nos recuerda ese llamado a llegar a la meta de nuestra vida y que mientras tanto somos caminantes, viajantes, peregrinos sedientos de la verdadera luz y de la verdadera vida, allí donde está tu real grandeza, allí donde te espera lo mejor.

Pero hay otros dos textos bíblicos muy bonitos que dicen algo más hondo todavía. No dicen simplemente que somos peregrinos en esta tierra que no es nuestra, que estamos de paso y de prestado en este mundo que nos ha acogido de paso. ¿Qué hay más hondo que eso? Que somos peregrinos en la vida de Dios, en su corazón de Padre, que no sólo estamos caminando por este mundo sino que estamos envueltos por el amor de Dios, caminando en él, en ese amor que siempre nos supera infinitamente, en esa hermosura que trasciende todo lo que podamos comprender. Soy un peregrino en ti Señor, y no tengo ningún derecho a caminar en tu presencia, es un puro regalo y soy mendigo de tu amor, peregrino en ti:

“Porque somos forasteros y peregrinos ante ti, como lo fueron todos nuestros padres” (1 Crón 29:15).

 “Escucha mi oración Señor, no guardes silencio ante mis lágrimas; porque extranjero soy en medio de ti, peregrino, como todos mis padres” (Sal 39:12)

Vemos que ya no dice: “soy peregrino en la tierra”. Dice más: “soy peregrino en medio de ti Señor”. Hoy necesitamos venir a peregrinar porque esa es nuestra realidad, ese es nuestro ser: somos peregrinos en el corazón de Dios, y peregrinos en la presencia de la Madre, envueltos por su cariño y su fuerza.

Somos seres insatisfechos, llenos de deseo, siempre buscando más, siempre caminando, siempre penetrando más y más profundo en el corazón del Señor y en el amor de la Madre. Es normal que te sientas insatisfecho, que este mundo te deje siempre gusto a poco. Porque el Señor quiere siempre más para vos. Te quiere peregrino, abierto a los nuevos desafíos, porque cuando creés que llegaste al horizonte descubrís que no, que el horizonte es más amplio y el camino sigue. Y entonces hay que entrar más adentro.

Eso es santificarse, ahora que celebramos juntos un año de la santidad en la Arquidiócesis. Santificarse es ir penetrando más y más en ese misterio de amor que nos trasciende, y así vamos siendo más y más transformados por ese amor. No nos declaramos listos, no nos consideramos santos, ya hechos, no nos conformamos. 

Vamos por más y por eso llegamos aquí en la presencia de la Madre. Ya que justamente porque somos peregrinos, para no sufrir tanto el desarraigo nos hace falta el abrazo de la Madre. Y nuestro camino de peregrinos es sobre todo interior, pero los católicos sabemos que necesitamos signos sensibles, palpables. Hoy el signo es la pequeñita y preciosa Madre que está allí arriba, feliz de habernos reunido a todos en su casa. Amén.

Mons. Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata