Se trata de un texto completado en forma de "carta pastoral"
destinada -principalmente- a los sacerdotes de la diócesis
(a partir de la grabación de la homilía y las notas manuscritas preparadas para esa ocasión).
Muy queridos Hermanos:
Esta mañana nos hemos reunido los sacerdotes, varios diáconos permanentes; los tres diáconos "transeúntes" ordenados el pasado 25 de marzo y nuestros seminaristas para reflexionar en lo que hemos dado en llamar un "Día sacerdotal" que se concluye con la celebración de la Misa Crismal.
En la reflexión previa a un almuerzo festivo, escuchamos la reflexión - testimonio de Sonia (Fernández); ella nos habló a través de "su" ministerio: el de la música. Aquí la contemplamos cantando junto al coro, recordándonos aquello de: "Quien canta, ¡reza dos veces!". También ha compartido con nosotros esta mañana el querido José Nievas -Diácono permanente- ayudándonos a comprender más y mejor el sentido del "camino sinodal de la Iglesia". Entre tantas cosas, nos ha recordado una advertencia del Papa Francisco: ¡las homilías deben ser "cortas y profundas"! Les pido perdón por adelantado porque creo que no seré demasiado fiel a ambas premisas. Después de todo: quien avisa, no traiciona.
Esta es prácticamente la única vez en el año que nos reunimos junto a todo el clero (también, en otro contexto ciertamente, a mediados de noviembre, en la Ermita Nuestra Señora de Luján en la sierras)... Por ello es para mí una gran alegría celebrar esta Eucaristía con ustedes, mis hermanos sacerdotes. La liturgia nos introduce en un clima de gozo y alegría en medio del tiempo de Cuaresma.
El profeta Isaías -como cada año- vuelve a centrarnos en la fuente de nuestro ministerio: hemos sido ungidos con el óleo de la alegría. En la primera Misa crismal presidida por el Papa Francisco en Roma (7 de abril de 2014) recordaba especialmente la belleza de esta unción con el crisma que -también hoy- vamos a consagrar. Es el crisma que nos "unge" en los tres sacramentos que recibimos una vez para siempre: Bautismo, Confirmación y Orden Sagrado.
Nos preparamos así para vivir la alegría pascual que Jesús anuncia en la Última Cena: alegría que nada ni nadie podrá quitarnos (cf. Juan 16, 22). Como advertía en aquella oportunidad el Papa Francisco, este óleo nos unge, nos consagra... ¡no nos "unta" para ser untuosos, suntuosos, o presuntuosos! Es verdad, a veces lo somos, pero para ello -gracias a Dios- nos acercamos al Sacramento de la Reconciliación y en la Misa cotidiana comenzamos pidiendo perdón en el rito penitencial; en el Padrenuestro pedimos el perdón de nuestras ofensas y -antes de acercarnos a comulgar- confesamos tres veces al "Cordero de Dios" pidiendo su piedad y su paz.
¡Sí! hemos sido ungidos con el óleo de la alegría: para vendar, proclamar un año de gracia, para sanar, para consolar. El Señor no borra con el codo -como nosotros- lo que escribe con su mano. Él vuelve a decirnos: "Porque tú eres de gron precio a mis ojos, porque eres valioso, y yo te amo (...) No temas porque yo estoy contigo" (Isaías 43, 4-5).
¿Para qué hemos sido ungidos? ¡Para fortalecer los brazos a los débiles, robustecer las rodillas vacilantes, para decirles a los que están desalentados: "sean fuertes, no teman, ahí está su Dios" (Isaías 35, 4)! Estas palabras forman parte de la respuesta que Jesús a los enviados de Juan Bautista que -encarcelado por Herodes- le preguntan: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?". Jesús les respondió: "Vayan a contar a Juan Bautista lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres..." (Mateo 11, 3-5).
El Señor no responde con ideologías u otras consideraciones intelectuales más o menos convincentes. Lo hace con una bellísima y original "trenza" de oráculos de Isaías. Entre ellos, el "oráculo de la salud" (Isaías 35, 5-6). Éste, a su vez, está precedido por una advertencia conmovedora: "Llega la venganza, la represalia de Dios"...
Uno podría imaginarse hoy, ante el mal que nos rodea y los malos que lo provocan, la necesidad de un rayo justiciero que los castigue; un fuego devorador que definitivamente destruya el mal y a los malvados. En este sentido, sabemos cuál fue la reacción de los apóstoles hermanos Juan y Santiago ante aquella aldea samaritana que se negaba a recibirlos (porque se dirigían a Jerusalén)... Los "Hijos del trueno" preguntaron entonces a Jesús: "¿Quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?' (Lucas 9, 54). ¡Conocemos bien la respuesta del Maestro!
En ese mismo tono quisiéramos también que "cayese un rayo" sobre "alguno que otro" para deshacernos de ellos... Sin embargo: ¿cuál es la venganza, la represalia de Dios que llega? Sorprende la expresión que nos responde: "¡Él mismo viene a salvarlos!" (Isaías 35, 4b).
Hemos sido ungidos para anunciar esa "represalia", esa "venganza". El Salmo responsorial que tan hermosamente ha cantado Inés (Tramontana), nos invita a mirar a Dios en su misericordia. El poder de Dios se manifiesta en su fidelidad y amor.
En la 2§ lectura, el Apocalipsis invita a ver al que es, el que era, el que vendrá. ¡Todos lo verán! aún aquellos que lo habían traspasado.
En ese mismo sentido, escuchamos en el Evangelio "Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él" (Lucas 4, 20 b). Algo así expresó Ignacio (Suárez) como una invitación para todos nosotros en su lema diaconal: "Los ojos fijos en Jesús" en las recientes ordenaciones del pasado 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del Señor.
Dios se nos manifiesta en Cristo y aquí estamos nosotros para manifestar por Él, con Él y en Él... nuestra cercanía, ternura y misericordia. La Iglesia nos invita a renovar hoy nuestras promesas sacerdotales, para ser mediadores de esa cercanía (no intermediarios); solidarios de esa ternura (no cómplices de autoritarismo); intercesores de esa misericordia (no burócratas).
Hace poco, el Oficio de Lecturas nos ha sorprendido un bellísimo texto de San Pablo VI[1], el primer Papa que viajó a los cinco continentes. Con ocasión de la ordenación de un numeroso grupo de diáconos y sacerdotes nos invita a rumiar la memoria de la vocación: hemos sido llamados a ser puentes entre Dios y los hombres, según la imagen de Jesús, el único que une verdaderamente a Dios con el hombre y al hombre con Dios...
Predicamos y ofrecemos a Jesús, verdadero PUENTE que nos dice: YO SOY EL CAMINO, no un obstáculo. YO SOY LA VERDAD, el único Maestro que nos hace hombres y mujeres verdaderos, maduros en la Fe. No un "gurú" más entre tantos que solamente buscan y crían "gurises", niños aniñados que los sigan sin preguntar ni chistar; llamando traidores o desleales a los que no "lo" hacen así. YO SOY LA VIDA, para que tengamos Vida en abundancia.
¡Sí! Él nos ha llamado, nos ha elegido, nos ha consagrado con la unción. Todos nosotros, quizás desde nuestra infancia aprendimos a "consagrar" nuestras vidas con las bellas expresiones de diversas oraciones marianas:
Hoy -de un modo eminente- nos dirigimos al Señor, quien es realmente es el único que puede consagrar, para que podamos ser "ministros" de esa mediación eficaz.
Repito, cada año somos más y más conscientes de nuestros errores; nuestras macanas y agachadas; nuestro mal genio y maltrato; ¡de nuestro propio pecado (de pensamiento, palabra, obra y omisión)! Sin embargo, confiados en la misericordia del Señor, nos animamos con la fuerza del Espíritu Santo ¡a renovar esas promesas sacerdotales!
El pasado Domingo de Ramos -en el relato de la Pasión según San Mateo- repasamos diversas conductas o reacciones que nos ayudan a examinar nuestra vida de discípulos misioneros y ministros del Señor:
Judas Iscariote, lleno de remordimiento intentó devolver las treinta monedas precio de su traición. Quiso -digamos- "rescindir el contrato" con los sumos sacerdotes y ancianos. Ellos respondieron: "¿Qué nos importa? Es asunto tuyo". Entonces Judas, arrojó las monedas en el Templo, salió y se ahorcó (Mateo 27, 4-5).
Simón Pedro negó tres veces a Jesús, ya lo sabemos; pero el remordimiento lo movió al arrepentimiento y a llorar amargamente. Por ello, más tarde, respondió -también tres veces- que lo amaba...
El remordimiento es como una "chispa" que puede re - encender el motor del amor. Pero no basta el mero remordimiento. ¡Es la "penitencia" la que nos permite huir de la desesperación o presunción! Descubrir humildemente que hemos herido "a otro" ayuda a descubrir que hemos pecado. Llorando ante la mirada de Jesús lleva a la conversión.
Poncio Pilato, al ver que en el proceso a Jesús no se llegaba a nada, hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud diciendo: "Yo soy inocente de esta sangre, es asunto de ustedes" (Mateo 27, 24)...
Mis hermanos, en lugar de interceder por nuestras comunidades podríamos desentendemos de su suerte con un aséptico: "esto es asunto de ustedes". En ambas situaciones (los sumos sacerdotes y ancianos respondiendo a Judas; Pilato ante la multitud para lavarse las manos) ¡el problema es del otro o de los otros! ¡negando toda posible responsabilidad!
Es verdad que a veces sufrimos tensiones, que en ocasiones incluso pueden transformarse en crisis. Pero -también es la triste realidad- somos capaces a veces de ir más allá de estos límites y crear conflictos. Conflictos que no sabemos, no podemos, o no queremos evitar y que inevitablemente hacen que busquemos algún "culpable" (el otro / los otros).
El Señor nos ha llamado a ser instrumentos, ministros, intérpretes, enviados, servidores, mediadores... y en este sentido quisiera recordar -también con San Pablo VI- cuáles han de ser nuestros deberes principales. No se los digo, hermanos sacerdotes, levantando o agitando el dedo índice delante de sus narices. No, lo digo con los cinco dedos de ambas manos, palmas arriba, animándolos a seguir andando nomás, porque ¡Ay de mí si no animara a mis hermanos sacerdotes!
Ante todo, hemos de cultivar la vida interior, la intimidad con Cristo que hemos de cuidar permaneciendo con Él. El Señor nos ha elegido, como lo expresa el evangelista Marcos, "para que estemos con él". Este estar con Él, esta intimidad, no es un mero refugio, evasión, huida o excusa para postergar, "poniendo debajo de la alfombra", la misión y la entrega que el Pueblo de Dios merece e incluso exige de nuestro corazón. La intimidad con Cristo es el alma, el estímulo, la fuente y fuerza de nuestro apostolado.
Entre tantas cosas que nos enseñara San Juan Pablo II sobre la necesidad de la oración recuerdo especialmente las siguientes palabras: "La oración debe ir antes que todo: quien no lo entienda así, quien no lo practique, no puede excusarse de la falta de tiempo: lo que le falta es amor".
Este "estar con Él", es la lógica consecuencia de un Maestro que desea ardientemente "estar con nosotros". Es el secreto primero de la alegría del Evangelio, del anuncio, de la celebración... El Señor nos ha elegido para que estemos con Él ¡y para enviarnos a predicar! Nos invita: "Hagan esto en memoria mía" (la memoria ritual - sacramental). También a lavarnos los pies, unos a otros. Él nos ha dado el ejemplo, para que hagamos lo mismo que Él hizo con nosotros (la memoria del servicio).
Esta tensión vital abraza ciertamente a todo el Pueblo de Dios (obispos, presbíteros, diáconos, consagrados y consagradas, hermanos y hermanas, fieles todos) ¡Porque somos todos su pueblo y ovejas de su rebaño!
Queremos y hemos de ser hermanos, amigos, educadores y servidores. Y sobre todo aquello que es tan importante, consuelo para nuestro pueblo. Seamos capaces de comprender, acompañar, abrazar sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias... ¡no con cólera, enojo, violencia, sino entregando sin medida las energías generosas, fuertes y pacíficas que todos tenemos en nuestros corazones! ¡Sí! Nuestro servicio ha de ser un silencioso, desinteresado, sincero...
¿Cómo lograrlo? Sintiendo con la Iglesia, viviendo con la Iglesia que significa "Asamblea", "convocación". En su "Testamento espiritual - Meditación ante la muerte" San Pablo VI escribió: "Ruego al Señor que me dé la grada de hacer de mi muerte próxima don de amor para la Iglesia. Puedo decir que siempre la he amado; fue su amor quien me sacó de mi mezquino y selvático egoísmo y me encaminó a su servicio; y para ella, no para otra cosa, me parece haber vivido". ¡Hoy es un día más que especial para confesar a la Iglesia ese amor!
Providencialmente, hermanos, no nos faltan ejemplos, pistas, modelos... ¡vidas de hermanos y hermanas que vivieron -perdonen la expresión- ¡Con la eclesialidad "bien puesta", señalándonos a Jesús Camino, Verdad y Vida!
Quisiera referirme hoy a algunos de ellos, que la Iglesia recuerda especialmente por algunas efemérides y jubileos del todo particulares que les mencionaré. Son estrellas que en la oscuridad de estos tiempos difíciles nos siguen guiando. Ellos no han transformado los "tiempos difíciles" que han vivido en "tiempos fáciles". Con sus vidas han fecundado la historia para permitirle que ésta fuese "Tiempo de Salvación".
Cada uno de ellos, precisamente en momentos históricos muy diversos, vivió aquello que nos recordaba Marcelo (Villar) con su lema el día de su ordenación presbiteral, también el pasado 25 de marzo: "Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1? Corintios 15, 10).
I
Santo Tomás de Aquino Doctor de la Iglesia desde 1567
(1225-1274)
Desde el 28 de enero pasado y hasta el 28 de enero de 2025 se celebra un "triple Jubileo": 7009 de su canonización (18 de julio de 1323); 7509 de su muerte (7 de marzo de 1274) y 8009 de su nacimiento (1225).
Santo Tomás de Aquino vivió un contexto específico de rigidez y exigencia, esa que a veces nos gusta hacer pesar sobre los hombros de los demás, y que -también- a muchos les gusta que sea así, en una especie de "sadomasoquismo espiritual".
Podemos navegar las redes y ver cómo muchos mensajes se llenan de falsas dialécticas u oposiciones (curiosidades que atrapan): dándole tonos especiales a lo que dijeron o podrían haber dicho la B. V. María y otros santos (así declarados por la Iglesia) o -quizás- pseudo videntes de moda.
Palabras y gestos paralizantes, alienantes de la realidad acerca de cosas que el mismo Jesucristo ha dicho a sus discípulos "no conocer" (referidos a su venida definitiva, la escatología, final de los tiempos, etc.). Crece la curiosidad acerca del último videíto enviado para hacernos sentirnos culpables de todo y de todos (señalando culpables de todo a casi todos). De "hacernos sentir" culpables, pero exigir conversión a los demás, a los otros.
De alguna manera podríamos resumirlo en actitudes de moda también en aquellos tiempos del siglo XIII. Eran tiempos en los cuales la Fe de la Iglesia lidiaba con diversas actitudes o formas de "maniqueísmo" (y con los grupos sectarios que lo sostenían). Una oposición neta entre lo material (malo) y lo espiritual (malo) que llevaba irremediablemente a una desconfianza en el acto creador de Dios; con determinadas consecuencias para la misma Encarnación; hiriendo la eficacia salvífica de algunos Sacramentos, etc.
¿Cuál podríamos decir que fuese el centro de todo el mensaje de Santo Tomás de Aquino? ¿Pensarán ustedes que quien les habla se despachará hoy con una síntesis de las tres partes de la Suma de Teología? ¡No!
La Caridad, es el amor de amistad con el que Dios nos ama; la Caridad es una cierta amistad con Dios; la caridad es un amor de amigos; el hombre dichoso necesita de amigos; es propio de las almas grandes ser sujetos de esta amistad...
Esa amistad divina y humana, es la que logra la perfección, no sólo "personal", sino también "social". Por algo el Papa Francisco insiste tanto en la amistad social.
La amistad verdadera tiene algunas notas que la hacen luminosa. Ante todo, se trata de un amor benevolente. Es decir, un amor que quiere bien al amigo y quiere el bien del amigo antes que el propio bien. Jesús dijo "No hay amor más grande que darla vida por los amigos" (Juan 15, 13). El amor de amistad no exige al otro -que pretendo como amigo-: "Si me amas, tienes que dar la vida por mí", pidiendo más "pruebitas de amor" que satisfagan la propia curiosidad o capricho afectivo. ¡Un amigo no es simplemente un "palenque donde rascarse"!
La amistad verdadera se basa en una cierta semejanza y reciprocidad. Dice Jesús: "Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre" (Juan 15,15).
Para que haya amistad verdadera -enseña para Santo Tomás- es necesario "un mismo querer y mismo no querer". No se trata de "entender siempre las mismas cosas sobre las mismas cosas", si bien en lo sustancial, lo más importante, los amigos coinciden y entienden lo mismo. El querer abraza al amigo más allá de comprender totalmente sus acciones, reacciones y razones. Una madre que quiere a su hijo, aunque esté en la cárcel y no comprenda del todo el por qué hizo lo que hizo para estar allí, no renunciará a hacer la larga fila y la revisión de cada cosa que trae para su hijo en Unidad Penal n9 4 (la Floresta) de Bahía Blanca o en la Unidad n9 19 de Saavedra... cuando visita a su hijo o hija.
La amistad unifica, crea un "parentesco espiritual" y favorece la comunicación de vida. Si bien es más propio amar que ser amado, la comunicación que exige la amistad está fundada en cierta convivencia. Así lo expresa Jesús: "Les he dado o conocer todo lo que yo oí de mi Padre" compartiendo con ellos su más profunda intimidad.
La amistad verdadera es fuente de paz. En efecto, los amigos que se aman entre sí, aman el bien del todo, de ahí que el amigo verdadero pacifica siempre... ¡Al contrario, el que no es verdadero amigo 'histeriquea' y/o provoca celos siempre!
La amistad es un amor que se opone a la adulación (que en el fondo implica una mentira y además no ayuda a la humildad del amigo).
Si dos amigos se juntan para hablar mal de los demás favorecen la maledicencia, la calumnia, la injuria. En ese mismo sentido, la susurración consiste en hablar secretamente mal del amigo a su amigo con intención de quebrar la amistad. Santo Tomás afirma que es un pecado más grave que la detracción (infamar o denigrar a alguien) y la contumelia (oprobio, injuria u ofensa dicha a alguien en su cara).
II
San Francisco de Sales (1567-1622)
Doctor de la Iglesia desde 1877
Al cumplirse el IV centenario de su muerte el 22 de diciembre de 2022, el Papa Francisco dedicó para conmemorarlo la Carta Apostólica Totum amoris est ("Todo pertenece al amor").
San Francisco de Sales es el patrono de los periodistas y fue obispo de una sede implicada en las luchas religiosas de su tiempo con los calvinistas. Esta era una corriente muy rigorista, en cierto modo reguero de dos tentaciones contra una espiritualidad sana, evangélica, alegre: el quietismo y el voluntarismo.
Sin pretender caer en simplismos, podríamos reconocer al quietismo como una actitud que lleva a decir en la intimidad: "¿Qué puedo hacer yo por los demás? Son los demás los que tienen que cambiar". El voluntarismo es víctima o victimario de un constante: "tienes que, tienes que, tienes que..." ¡Casi como un "imperativo categórico" externo como único impulso al bien obrar!
Estas diversas perspectivas de la exigencia llevan a una fuga fácil e intimista, a una obediencia triste y gris.
Para San Francisco de Sales la experiencia de Dios es una evidencia del corazón humano. La Fe, sobre todo, es una disposición del corazón que nos lleva a cuidar todo lo que es humano como indispensable...
Este Santo Doctor señala la Encarnación como verdadera escuela para leer la historia y habitarla con confianza. De allí surge la importancia de la escucha atenta de la experiencia. En este sentido enseña dos carriles inseparables para el crecimiento: la Vida espiritual como apertura al Espíritu Santo y la vida eclesial ¡la comunidad!, para de ese modo, verdaderamente sentir con / en la Iglesia.
Francisco de Sales nos anima a renunciar a la severidad "habitando el cambio", "habitando el mundo", libres sí de toda mundanidad, pero comprendiendo que estamos en el mundo y somos enviados al mundo (cf. Juan 17, 15-18). ¿Cómo se "habita el mundo"? Compartiendo la vida de la gente, caminando, acogiendo, escuchando, en lazos de humanidad, de caridad y de amistad.
En medio de toda esta tentación calvinista actual -digamos- de rechazo a "los curas" (sin distinción); a la Iglesia; a lo "institucional", a todo lo que de alguna manera represente a Dios también estamos tentados de exclamar: ¡Ya no se puede vivir así! ¡Estamos en este país así o asá! ¡Aquí no hay presente ni futuro! Incluso podemos hablar de la Iglesia o referirnos a ella de esa manera y con ese tono, sin signo alguno de verdadera pertenencia. Poco a poco nos envenenamos y envenenamos a los demás, de nuevo: alienándonos, apartándonos.
Esta mañana el Diácono José Nievas (Diácono permanente de nuestra diócesis y miembro de la delegación argentina que en los primeros días de marzo participó en la Reunión sinodal del "Cono Sur" en Brasilia) nos habló de la escucha atenta de la experiencia de los demás, la escucha de lo que el Espíritu nos quiere decir a través de los otros (y no de "lo que me gustaría que los demás dijeran" o del "sólo querer que los demás escuchen lo que pienso o lo que quiero decir")...
La verdadera vida espiritual es la que nos dona el Espíritu Santo y la misma vida eclesial; vida de nuestras comunidades; en definitiva ¡el sentir con la Iglesia! (este es el lema episcopal de San Óscar Arnulfo Romero, mártir). ¿Sentimos verdaderamente con la Iglesia? Empezamos bajándole el dedo al Papa (seleccionando caprichosamente su mensaje simplemente por lo que escuchamos de otros "expertos" o "traductores" de sus palabras y gestos) y seguimos bajando por la misma pendiente con los obispos, sacerdotes, hermanos y hermanas de comunidad, etc. ¿Sentimos por la Iglesia? ¿O hablamos de ella, como hablamos del "fútbol nuestro de cada día"? Sí, lamentablemente es así.
San Francisco de Sales invita a renunciar a esa clase de severidad quejosa sin compromiso (aquella de la vieja historieta de quien se queja porque todo el mundo va a contramano en la amplia avenida, ¡y en realidad es el quejoso el único que va a contramano!
La verdadera devoción, escribe el santo obispo, ¡es universal, es para todos! Su secreto o expresión unificante y unificadora -acá voy a decir una palabra que quizás suene hoy un tanto ambigua- es "¡el éxtasis!". El éxtasis entendido como desborde feliz de la vida cristiana. Una vida sin éxtasis es un evangelio sin alegría, y el éxtasis sin vida es ilusión que engaña y aliena.
El origen de este éxtasis no es otro que el amor manifestado por el Hijo de Dios hecho carne. San Francisco de Sales llega a decir: "£/ calvario es el monte de los amantes". ¡Efectivamente todo pertenece al amor! ¡No a la vida sin el amor, ni el amor sin la muerte del Redentor!
III
Santa Teresa del Niño Jesús
Doctora de la Iglesia desde 1997 (1873 -1897)
Estamos también transitando un Año jubilar dedicado a "la más grande santa de los tiempos modernos", como la llamó el Papa Pío XI. Se han cumplido 150 años de su nacimiento (8 de enero de 1873) y celebraremos los 100 años de su beatificación (29 de abril de 1923).
Cuatro parroquias de nuestra Arquidiócesis la tienen como celestial patrona: Oriente (Partido de Dorrego); Rivera (Partido de Adolfo Alsina); Casbas (partido de Guaminí) y una de las de esta ciudad de Bahía Blanca.
Proclamada Doctora de la Iglesia por San Juan Pablo II en 1997, es la más joven entre los santos "Doctores". Es llamada "Doctora del Amor".
A Santa Teresita le tocó vivir su vocación a contrapelo de una corriente de particular rigidez que influyó mucho aún después de ser condenada: el jansenismo.
En la Evangelii Gaudium el papa Francisco habla de las tentaciones de los agentes pastorales deslizando expresiones muy gráficas que ayudan a describir estos males: tristeza dulzona; pesimismos quejosos y desencarnados; caras de vinagre; desconfianza ansiosa y egocéntrica; sed de Dios apagada en propuestas alienantes; una caridad sin rostros y purismos angélicos...
En su salutación navideña a la Curia del año pasado (22 de diciembre de 2022), Francisco hizo referencia al famoso caso de las monjas de Port Royal que aconteció en el siglo XVII. Una de sus abadesas, Madre Angélica, había comenzado bien; se había reformado "carismáticamente" a sí misma y al monasterio, expulsando de la clausura incluso a los progenitores. Era una mujer llena de cualidades, nacida para gobernar, pero después se volvió el alma de la resistencia jansenista, mostrando una cerrazón intransigente incluso ante la autoridad eclesiástica. De ella y de sus monjas se decía: "Puras como ángeles, soberbias como demonios".
En este contexto "espiritual" que tuvo tanta influencia -digamos- se destaca a "contramano" la Santa de Lisieux que quiso sencillamente pasar su cielo haciendo bien en la tierra. Para Teresita la espiritualidad verdadera no es otra cosa que hacerse enteramente pequeña ante Dios y ante los hombres por el amor, la humildad, la sencillez, el candor, la ternura, la cercanía y la ausencia absoluta de toda clase de complicaciones...
Mis hermanos sacerdotes ¡qué bueno señalar esto! En ‘la vida religiosa de "la gran Teresita" se nota una luminosa ausencia de mortificaciones extraordinarias o carismas sobrenaturales; no se experimenta una enseñanza de exquisitos métodos de oración y obras múltiples o sorprendentes... ¿Qué hizo ella de "grande" o "extraordinario" a los ojos humanos? ¡Nada! Todo era oculto al marketing o shopping de santidad que a veces buscamos y/o promovemos en las redes sociales desoyendo incluso la palabra del magisterio, los llamados a la caridad operante entre los más necesitados, etc.
¿Sus notas más precisas y preciosas?: La primacía del amor por Dios; complacer a Jesús; el desinterés perfecto; deseos inmensos de vivir con un carácter filial y acento infantil - aunque nada tonto o "aniñado"- y ¡la caridad fraterna!; el abandono y total confianza filial; la humildad y la sencillez; la fidelidad a sus votos en las cosas pequeñas...
Todo esto y otras pinceladas de su "caminito" la llevan a decir en el colmo de su "éxtasis" (en el sentido que hemos subrayado en San Francisco de Sales): "En el corazón de la Iglesia yo seré el amor”.
A través de la vida Eucarística, la sencilla y profunda devoción a María y una misión particular ¡la de orar por los sacerdotes! ¡Pío XI, el mismo que la canonizó en 1925, la proclamó en 1927: "Patrona de las misiones" junto a San Francisco Javier!
Por esta cercanía tan eficaz para sacerdotes y misioneros quise también concluir con ella esta homilía...
* * *
Hoy renovamos nuestro compromiso sacerdotal, aquí en el altar de Nuestra Señora de Luján está la imagen de San Artemide Zatti, quien fuera sacristán de este templo en su juventud y donde conoció más de cerca a los Salesianos de Don Bosco para querer ingresar a dicha Congregación finalmente como hermano coadjutor. Fue curado milagrosamente de la tuberculosis, según el mismo lo confesaba: "Creí, prometí y sané". ¡Qué bueno que la inminente renovación de nuestras promesas sacerdotales nos susurre una vez más al corazón esas mismas expresiones de fe: "creí, prometí y sané"!
El mismo día de la canonización de San Artemide (el pasado 9 de octubre de 2022) también fue canonizado el obispo de Piacenza San Giovanni Battista Scalabrini, fundador de los Misioneros de San Carlos - scalabrinianos. El santo obispo fundador, en su lecho de muerte dijo: "Señor, estoy listo, ¡Vamos!".
Nos acompañan hoy varios sacerdotes salesianos (de las dos comunidades bahienses) y los queridos Monel y Aldo, sacerdotes scalabrinianos. Ellos también, desplegando su carisma en nuestra arquidiócesis, renuevan con nosotros sus promesas sacerdotales.
También nosotros estamos listos ¡Vamos!
Mons. Fray Carlos Alfonso Azpiroz Costa OP, arzobispo de Bahía Blanca
Nota:
[1] Pablo VI, homilía en la ordenación de 200 presbíteros y diáconos, 22 de agosto de 1968, Bogotá, Colombia; cf. en la nueva edición de la Liturgia de las horas, vol. II - Jueves IV Semana de Cuaresma - 2ª Lectura Año I.