Viernes 22 de noviembre de 2024

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"Iglesia de corazón joven"

Homilía de monseñor Gustavo Montini, obispo de Santo Tomé, durante la Misa crismal (Catedral Inmaculada Concepción, miércoles 5 de abril 2023, en la ciudad de Santo Tomé)

1. Con gran alegría nuevamente nos encontramos como familia diocesana para realizar esta celebración tan sentida por todos nosotros, como es la Misa Crismal. En ella bendeciremos los óleos, el santo crisma y los sacerdotes frente al Pueblo de Dios que nos acompaña, haremos la renovación de nuestras promesas realizadas en el día de nuestra ordenación.

2. Hoy nos encontramos en un contexto social y cultural muy convulsionado, con dolorosos síntomas de intolerancia y violencia. Lo vemos a nivel global –un ícono de ello es la dolorosa y larga guerra en Ucrania- y a nivel local, la dificultad de encontrar puntos convergentes entre personas que piensan distinto o que imaginan sociedades o culturas diversas.

3. El fenómeno es tan complejo y como difícil de comprenderlo. El individualismo y el paradigma tecnocrático[1] progresivamente se va adueñando de nosotros, favoreciendo que algunas personas cuenten con más posibilidades en detrimento de otras, condenadas a vivir en la indigencia. Algunos tanto y otros nada, incluso privándolos de la maravilla de ser personas. En oportunidades ese individualismo con el consumismo consecuente, se vuelve inescrupuloso. Llega al punto de manchar con hechos luctuosos a personas honorables. Así es como aparecen actos de corrupción –de cualquier tipo-, los arreglos debajo de la mesa, la compra de voluntades a cualquier costo, la búsqueda del poder a precio de condenar al clientelismo esclavo a sus propios paisanos, hasta el extremo de sacrificar al dios dinero víctimas humanas cuyas jóvenes vidas se ven canceladas por el flagelo de las adicciones en cualquiera de sus manifestaciones.

4. Este tipo de maltrato lo vemos incluso reflejado con el mismo mundo que nos rodea, nuestro medio ambiente, cuyas consecuencias dolorosas se van manifestando entre nosotros: el progresivo cambio en nuestro clima y de nuestra biodiversidad, las sequías prolongadas, los incendios incontrolables, el progresivo calentamiento global, el crecimiento de los océanos, la constante disminución de los glaciares, la aparición de endemias o pandemias infecciosas a nivel global, etc. Nuestra casa común se manifiesta y cruje porque en realidad, estamos abusando de ella.

5. El famoso y emblemático paradigma laico de la revolución francesa de libertad, igualdad y fraternidad, que por haberse proclamado parecía haberse ya logrado, hoy está siendo lamentablemente un horizonte cada vez más lejano y hasta imposible, no sólo para el mundo globalizado sino también para nosotros, los argentinos.

6. Un tema no menor en este sentido, son aquellas realidades que hasta hace poco tiempo eran el cauce natural al devenir de la historia y de sus acontecimientos. Me refiero a las instituciones y sus estructuras, que propiciaban la participación y la responsabilidad de la ciudadanía y favorecían un cierto orden social. Entre tantas es de mencionar la democracia –hoy bastante debilitada- que ha sido sin duda, uno de los mayores logros de la modernidad. Y también pienso en los diversos modos de liderazgo –de cualquier tipo-, personas beneficiarias de un talento que los hacía tener –y proponer- una mirada particular, una visión más completa de la realidad en su complejo conjunto.

7. El cambio cultural mencionado con la consecuente modificación del paradigma institucional progresivamente ha hecho mutar el prototipo de los liderazgos y el modo de vivirlos. Hoy más que las ideas y las personas, lamentablemente lo que cuenta son los procesos publicitarios y los sondeos de opinión. Se trata de líderes previamente confeccionados. Debemos tener claro que cuando un líder se convierte en mesías en el campo político, social o religioso en cualquiera de las órbitas posibles (local, regional o nacional), suscitando cierto grado de fanatismo, estamos frente a un grave problema del que debemos tener mucho cuidado. Nuestra larga historia –secular y religiosa- alberga una importante lista de dolorosas situaciones en este sentido.

8. La Iglesia, y todos los cristianos que la componemos no somos extraños a este particular proceso. No es una época de cambios: es un cambio de época. Por tanto, somos una generación que nos toca navegar por aguas desconocidas y con muy pocas referencias. Ello nos coloca frente al privilegio de ser artífices de este tiempo histórico y frente a una gran responsabilidad. No podemos improvisar ni dejarnos llevar por una especie de acedia generalizada, dejando que todo fluya como si nada pasara. En esta coyuntura no podemos jugar. Debemos comprometernos.

9. En la institución eclesial de la que todo bautizado forma parte, también han pasado cosas. Algunas de las cuales lindas y edificantes -pensemos entre tantas, en el Pontificado del papa Francisco- y otras, que han sido feas y nocivas –pensemos en algunas actitudes soberbias y peyorativas frente a los que pensaban o vivían de modo distinto, pensemos en los diversos tipos de abusos tristemente cometidos por agentes de pastoral, administraciones poco transparentes, algunos silencios, algunas actitudes cómplices con ámbitos de poder, etc. Todo lo cual hace que quienes pertenecemos a la comunidad cristiana nos sintamos particularmente movilizados de cara a esta situación.

10. En el contexto reflejado y en el clima consiguiente ubicamos el camino sinodal que estamos transitando. Si bien no es una novedad para nosotros tiene algunas particularidades disruptivas respecto a lo anterior. Este proceso reconfigura el modo de organizar nuestra institución eclesial[2] y siguiendo la lógica del CVII reordena con mayor fidelidad cada vocación y las distintas dinámicas internas consecuentes. Cambia el modo de comprender el liderazgo (el pastoreo) y el modo de ejercer la autoridad.

11. Frente al individualismos y al consumismo tecnocrático al que hicimos referencia más arriba, el Espíritu Santo inspira a la comunidad cristiana un arduo itinerario comunitario -caminar juntos- y un trabajoso proceso de despojo evangélico respecto de lo que veníamos haciendo. “Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra «Sínodo». Caminar juntos -laicos, pastores, Obispo de Roma- es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica”[3]. Esto nos moviliza y nos saca de esquemas preestablecidos que todos traemos y que luchamos por convertir. La cuaresma y la vida cristiana bien llevada, es una linda oportunidad para ello. Se trata de aquel llamado a la conversión pastoral, que como bien dijimos en otras oportunidades es imposible, sin una auténtica conversión personal.

12. A este trabajo de conversión debemos hacer presente las múltiples limitaciones y debilidades personales de los que formamos parte de la comunidad cristiana. Debilidades que nos han marcado y cuyas huellas conviven en nosotros. Estas fragilidades necesitan ser valientemente reconocidas, tiernamente acompañadas por la gracia de Dios y pacientemente evangelizadas. Si las negamos o no las trabajamos de modo adecuado, se vuelven peligrosas, dañinas y venenosas, como las serpientes que aparecieron en el Pueblo de Israel en su tránsito a la tierra prometida.

13. Todo lo que acabamos de decir, impacta no sólo en los diversos ámbitos de la comunidad eclesial, sino también en el modo de vivir y ejercer, la autoridad y los liderazgos en la Iglesia. Hay un modo sinodal de vivir el pastoreo y de ejercer la autoridad. Entre bautizados nadie es superior de nadie. En el Evangelio no existe el superior y el inferior. Por tener una misma dignidad todos somos hermanos, a quienes se nos encomiendan ministerios complementarios[4]. Creo que, sobre este horcón, el Espíritu de Dios que es el alma de la Iglesia y está “está sobre nosotros” (Lc 4,18), irá realizando ese trabajo artesanal como es el de renovar de nuestras comunidades cristianas[5]. Quizás es por ello que Dios, ha sembrado en nuestro corazón un inmenso y maravilloso sueño[6]: ser una Iglesia de corazón joven[7], dispuesta a caminar, a cuidar y anunciar.

14- Movido por este deseo, me permito describir algunas notas que creo, pueden ayudar a rejuvenecer nuestro corazón y nuestras comunidades cristianas. Ojalá marquen nuestra espiritualidad en este tiempo y caractericen nuestro pastoreo[8]:

  1. Una espiritualidad de la confianza, no del optimismo. Si bien no tenemos ninguna garantía revelada de que las cosas irán mejor. Sí tenemos motivos para ahondar nuestra confianza en Dios domesticando nuestra ansiedad del presente y nuestros miedos del futuro. La Pascua que estamos celebrando nos regala nuevamente la certeza de que Dios “siempre está con nosotros, todos los días hasta el fin” (Cfr. Mt 28,20), “el que es, el que era y el que viene, el todopoderoso” (Ap 1,8), que Él es capaz de convertir en bien todo lo que nos pasa, incluso lo malo y “que hace nuevas todas las cosas” (Ap 21,5).
  2. Una espiritualidad de la fidelidad, no del éxito. La dureza del corazón ante Dios es un fenómeno de todos los tiempos. Jesús la comprobó intensamente en su vida pública. Como nos lo ha recordado la lectura de la Pasión el domingo pasado. El Señor fue poco a poco, quedándose casi sólo. Su experiencia humana fue comprendiendo cada vez mejor que el Padre le pedía fidelidad, no éxito inmediato. Hemos de sembrar mucho para recoger poco. Lo que hacemos en términos evangélicos no puede ser cuantificable. Hemos de pedir la gracia y el gozo de la fidelidad en un tiempo de escasa fecundidad.
  3. Una espiritualidad de la responsabilidad no del culpabilísmo. La misión no es competencia de alguno. Jesús ha querido que sea una tarea colectiva “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt 28,19). El sujeto que evangeliza es la Iglesia. Y la comunidad cristiana, somos todos los bautizados. No podemos cruzarnos de brazos ante lo que buenamente podemos hacer. Vivir y testificar el Evangelio es no sólo importante: es lo más importante. Pero hemos de asumir que no somos responsables del bien que no podemos hacer ni del mal que no podemos evitar. No tenemos toda la culpa de lo nos pasa.
  4. Una espiritualidad de la esperanza, no de la nostalgia. Las familias venidas a menos suelen sentir la tentación de la nostalgia de los tiempos de esplendor. La nostalgia produce tristeza y ésta genera pasividad. Necesitamos todas nuestras fuerzas para vivir y testificar nuestra fe. La esperanza parte de la convicción de que todas las cosas están llamadas a ser «más en el Señor». La esperanza teologal nos arranca de esa nostalgia y melancólica reflexión sobre el pasado personal y comunitario y, nos orienta a construir con mayor realismo el presente posible y a así, preparar el futuro definitivo.
  5. Una espiritualidad de la paciencia, no de la prisa. Los procesos de conversión personales y comunitario, son lentos y laboriosos. No son siempre ascendentes y lineales. Las contrariedades de la vida cristiana –personales y comunitarias- nos exasperan con alguna frecuencia. No es fácil caminar en rebaño. Las prisas suelen interrumpir prematuramente los procesos, en vez de madurarlos. La paciencia espiritual y pastoral, hija de la virtud de la esperanza nos es necesaria. La paciencia cristiana no es en absoluto indiferente a lo que está mal. Si tiene oportunidad de cambiarlo, no se resigna a dejarlo tal cual. Soporta con mansedumbre heridas que sufre. Intenta una y otra vez mejorarlas sin desmayar. Es una paciencia orante y activa.
  6. Una espiritualidad del aprecio de lo pequeño, no de la ambición de lo grande: Lo pequeño y los pequeños tienen nobleza evangélica. Así en los Evangelios las personas pobres y los medios pobres tienen una especial connaturalidad con el Reino de Dios y con sus leyes. La presente situación nos va despojando de la ilusión de llevar a cabo muchas grandes realizaciones en la vida y en las comunidades. El Señor no quiere que hagamos muchas cosas, ni menos aún que estemos pendientes de su publicidad. No debemos confundir obras con frutos. Lo que se nos pide no son muchas obras, sino que demos frutos (Cfr. Jn 15,4-16). Es una ocasión propicia para que redescubramos el valor de muchas realidades pequeñas que nunca debimos subestimar: la grandeza evangélica del que sabiéndose limitado se deja ayudar, la fidelidad del núcleo importante de personas a la vida parroquial, el deseo de colaborar de muchos, la manera serena de asumir contrariedades y la enfermedad, las diversas expresiones de piedad popular presente entre nosotros, etc.”
  7. Una espiritualidad de la sintonía, no de la distancia. Dios se nos ha hecho cercano en Jesucristo. Ha querido compartir desde dentro la dignidad y la servidumbre de ser hombre. La comunidad cristiana está llamada a prolongar esta cercanía del Señor en la historia. No debe mantener una reserva distante y recelosa, sino una profunda empatía con las personas y con la sociedad. Como la de San Pablo que describe su misión en, “hacerse todo para con todos a fin de ganar siquiera a algunos” (1Co9,22). Cuando un mundo cambia tanto y produce verdaderos estragos en la comunidad provoca fácilmente reflejos defensivos y distantes hacia él. Una Iglesia que está cómoda en cualquier sociedad es una Iglesia instalada, que no sabe o no quiere ofrecer a la sociedad el servicio que le debe. Es una Iglesia muda, complaciente y acomodaticia. La Iglesia pertenece sólo a su Señor. Y a Él sirve no sirviéndose a sí misma sino sirviendo al mundo, ofreciéndole la fe y colaborando en su humanización.
  8. Una espiritualidad de la sanación, no de la condena. Podría parecer que la cultura de la satisfacción no admite heridos. Son, sin embargo, muy numerosos. Muchos porque no llegan ni siquiera al nivel de satisfacción de sus necesidades y deseos elementales. Otros muchos porque viven «las necesidades de la abundancia» (Mounier) y ésta no es capaz de cubrir todos los flancos de la existencia humana: la enfermedad, la muerte, el desamor de aquellos que amamos, la angustia frente a los imprevistos, etc. Los humanos no somos en realidad esos seres satisfechos capaces de resolver todos nuestros problemas. En nuestra más profunda verdad somos más precarios y desvalidos de lo que parecemos y aparentamos. Una humanidad así, necesita más compasión con condena. Somos una comunidad de heridos. La Iglesia ha recibido el encargo de prolongar en la historia la misión de Jesús, el Buen Samaritano, «sus heridas nos han curado» (Is 53,5/1Pe 2,24). Los cristianos y los pastores participamos al mismo tiempo de las heridas de los humanos y de la misión sanante de Jesús. También nosotros podemos sanar, incluso a través de nuestras propias heridas. Seamos más compasivos que críticos. Seamos más misericordiosos que jueces o censores, seamos más discretos que locuaces, seamos humildes para confesar nuestros pecados y acoger a los pecadores.[9]

15. Para ello, como devotos y promeseros, nos encomendamos a nuestros patronos. Que Nuestra Señora de Itatí y el Apóstol Santo Tomás, intercedan fuertemente por todos nosotros. Que así sea.

Mons. Gustavo Montini, obispo de Santo Tomé


Notas:
[1] Francisco, Laudato Si, Nº108: “No puede pensarse que sea posible sostener otro paradigma cultural y servirse de la técnica como de un mero instrumento, porque hoy el paradigma tecnocrático se ha vuelto tan dominante que es muy difícil prescindir de sus recursos, y más difícil todavía es utilizarlos sin ser dominados por su lógica. Se volvió contracultural elegir un estilo de vida con objetivos que puedan ser al menos en parte independientes de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador y masificador. De hecho, la técnica tiene una inclinación a buscar que nada quede fuera de su férrea lógica, y «el hombre que posee la técnica sabe que, en el fondo, esta no se dirige ni a la utilidad ni al bienestar, sino al dominio; el dominio, en el sentido más extremo de la palabra». Por eso «intenta controlar tanto los elementos de la naturaleza como los de la existencia humana». La capacidad de decisión, la libertad más genuina y el espacio para la creatividad alternativa de los individuos se ven reducidos”.
[2] Francisco, conmemoración del 50 aniversario de la institución del sínodo de los obispos, 17 de octubre de 2015, Aula Pablo VI, nº 17: “Jesús ha constituido la Iglesia poniendo en su cumbre al Colegio apostólico, en el que el apóstol Pedro es la «roca» (cf. Mt 16,18), aquel que debe «confirmar» a los hermanos en la fe (cf. Lc 22,32). Pero en esta Iglesia, como en una pirámide invertida, la cima se encuentra por debajo de la base.Por eso, quienes ejercen la autoridad se llaman «ministros»: porque, según el significado originario de la palabra, son los más pequeños de todos. Cada Obispo, sirviendo al Pueblo de Dios, llega a ser para la porción de la grey que le ha sido encomendada, vicarius Christi, vicario de Jesús, quien en la Última Cena se inclinó para lavar los pies de los apóstoles (cf. Jn 13,1-15). Y, en un horizonte semejante, el mismo Sucesor de Pedro es el servus servorum Dei”.
[3] Ibidem, conmemoración del 50 aniversario de la institución del sínodo de los obispos, nº 6.

[4] Ibidem, conmemoración del 50 aniversario de la institución del sínodo de los obispos, nº18 “Nunca lo olvidemos. Para los discípulos de Jesús, ayer, hoy y siempre, la única autoridad es la autoridad del servicio, el único poder es el poder de la cruz, según las palabras del Maestro: «ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser primero, que se haga esclavo» (Mt 20,25-27). «Entre ustedes no debe suceder así»: en esta expresión alcanzamos el corazón mismo del misterio de la Iglesia —«entre ustedes no debe suceder así»— y recibimos la luz necesaria para comprender el servicio jerárquico”.
[5] Francisco, Evangelium Gaudium, nº 26: “El Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo: «Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación […] Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad”.
[6] Francisco, Evangelium Gaudium, nº 27 “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad.
[7] Francisco, Christus vivit, nº 34: “Ser joven, más que una edad es un estado del corazón. De ahí que una institución tan antigua como la Iglesia pueda renovarse y volver a ser joven en diversas etapas de su larguísima historia. En realidad, en sus momentos más trágicos siente el llamado a volver a lo esencial del primer amor…En ella es posible siempre encontrar a Cristo «el compañero y amigo de los jóvenes”.
[8] Cfr. Carta Pastoral, Renovar nuestras comunidades cristianas, de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastian y Vitoria, Pascua 2005, en Pastores, Nº 51, mayo 2012.

[9] Para profundizar sobre las notas referidas, sugiero: Francisco, Gaudete et exsultate sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, Oficina del Libro 2018, algunas notas de la santidad en el mundo actual, Nº 110-157. Pbro. Carlos Ponza, Brochero modelo de una espiritualidad discipular, en Pastores Nº 50, octubre 2011.