Viernes 3 de mayo de 2024

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Peregrinación a la gruta de la Virgen del Valle

Homilía de monseñor Luis Urbanc, obispo de Catamarca, en la peregrinación a la gruta de la Virgen del Valle (1 de abril de 2023, víspera del Domingo de Ramos)

Queridos hermanos peregrinos:

Con esta peregrinación y bendición de ramos damos comienzo a nuestra Semana Santa. Me congratulo con cada uno de ustedes por iniciar de este modo la contemplación del misterio de nuestra Salvación, realizado por Jesús, el Hijo de Dios concebido, gestado, y alumbrado por María Santísima, quien lo educó y cuidó junto con su esposo san José.

Con nuestro caminar hemos emulado el ingreso de Jesucristo en la ciudad de Jerusalén donde ha sufrido su pasión y su muerte en cruz, resucitando al tercer día como lo había predicho varias veces durante su ministerio público.

La liturgia nos invita a entrar con Jesús en este misterio de la voluntad salvífica de Dios Padre, ejecutado por la humilde y generosa obediencia de su Hijo Encarnado. Durante su entrada a Jerusalén, Jesús es aclamado como rey, como el hijo de David; pero como "un rey humilde, montado en una burra" (cf. Zac 9,9). No es, por tanto, un rey prepotente que hace alarde de su poder; sino un rey manso, humilde, pacífico y artesano de la paz. De aquí toman sentido los ramos de olivo que recuerdan la paz que nos trae Cristo y que sólo puede darse cuando Cristo reina en nuestros corazones, en nuestra casa, en nuestra sociedad. Por tanto, los ramos que llevaremos a nuestros hogares nos recordarán la misión que estamos asumiendo públicamente de ser artífices de paz, a ejemplo de Jesús.

La peregrinación que hicimos como pueblo de Dios, nos ha comprometido a hacer nuestra propia subida con Jesús hacia el sacrificio, hacia la entrega de la propia vida por la salvación de la humanidad en comunión con Él, la que se concretará con nuestra participación en la Santa Misa.

La primera lectura (Is 50,4-7) nos invita a la escucha, actitud propia del discípulo, y a la aceptación de los acontecimientos. El siervo no sólo habla y escucha, sino que padece sin huir, confiando en la ayuda de Dios. Es una clara invitación, por tanto, a involucraros con la pasión de Jesús prefigurada en los sufrimientos del siervo.

La segunda lectura (Flp 2,6-11) nos recuerda el camino de Jesús, su abajamiento y su obediencia hasta la muerte, como modelo a imitar, para que nos asociemos con nuestro querer, pensar y sentir a la Pasión de Jesús. La humildad y el amor de Jesús deben ser el motor de nuestra entrega al Señor en pobreza de espíritu, obediencia, humildad y amor.

La lectura de la Pasión (Mt 26,3-5.14-27,1-66) despertó en mí, no sé si también en ustedes, una sensación de impotencia a semejanza de un piloto que se percata que no logrará hacer despegar el avión al terminársele la pista, porque la potencia de sus motores ha sido insuficiente para lograr la velocidad necesaria. Sin embargo, todo resulta ser muy distinto si fijamos nuestra mirada y confianza en el Señor. Para ello les recomiendo, en esta ocasión, que observemos de cerca a Pedro, analizando sus reacciones y sus actitudes ante la Pasión de Jesús. Así aprenderemos a confesar nuestros miedos ante la cruz, a sanar nuestra presunción que desconoce los propios límites, a reconocer nuestras fragilidades e infidelidades y a llorar por ellas. Si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de nuestra infidelidad, falsedad, hipocresía y doblez, de buenas intenciones traicionadas, de promesas no cumplidas y propósitos diluidos. El Señor conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos; sabe que somos muy débiles e inconstantes, que caemos muchas veces, que nos cuesta levantarnos y que nos resulta muy difícil curar ciertas heridas. Pero Él no se cansa de curar nuestras infidelidades y de amarnos cada vez más (cf. Os 14,5). Nos curó cargando sobre sí nuestra infidelidad y borrando nuestra traición. Para que nosotros, en vez de desanimarnos por el miedo al fracaso, seamos capaces de levantar la mirada hacia el Crucificado, recibir su abrazo y exclamar: “Mira, Señor, mi infidelidad, ¡está ahí!, Tú la cargaste, mi Buen Jesús. Me abres tus brazos y me limpias con tu amor. Por eso, ¡sigo adelante, sin dejar de mirarte y suplicarte que me ayudes!

Por último, hermanos, los invito a que renovemos en esta Eucaristía nuestro compromiso de asumir el estilo sinodal para nuestro presente y futuro como Iglesia diocesana, como Cuerpo Místico de Jesucristo. Cada uno habitúese a tararear en voz alta o en silencio “Juntos como hermanos, miembros de la Iglesia, vamos caminando al encuentro del Señor”. De esta manera, se nos irá haciendo tangible e irrenunciable la sinodalidad como parte esencial de nuestra vida personal, eclesial y social.

El sábado 15 de abril muchos de nosotros volveremos a este solar para dar inicio solemnemente al septenario estrenando las ingentes obras que han puesto en valor y mejor funcionalidad el enclave donde se manifestó la Madre del Salvador para ayudarnos a ser fieles al amor de Dios y a amarnos los unos a los otros con sinceridad y sin distinciones de edad, raza, cultura o nacionalidad. Todos hijos e hijas de Dios y hermanos y hermanas en Cristo Jesús.

Por eso, a Ti, Virgen de los Dolores, te ruego que nos acompañes en esta Semana Santa a llorar por nuestros pecados, a agradecer a Dios por tanta bondad y paciencia con nosotros y a proponernos con humildad a perseverar en una vida cristiana auténtica, alegre, testimonial, misionera y sinodal, a fin de que muchos se acerquen a la Fuente de la Vida y la Felicidad, Jesucristo, Nuestro Señor, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

¡Bendita y alabada sean la Pasión y la Muerte de Nuestro Señor Jesucristo!

¡Y los dolores de su Santísima Madre!

Mons. Luis Urbanc, obispo de Catamarca