Querida comunidad diocesana:
Una vez más iniciamos el tiempo de cuaresma y resuena para nosotros la llamada a entrar en un camino de conversión. La primera oración que rezamos como Iglesia al comenzar la cuaresma, la oración que abre nuestra celebración del miércoles de ceniza, nos invita precisamente a pedir esta gracia: «Señor nuestro, concédenos iniciar… un camino de verdadera conversión»[1].Camino de verdadera conversión, es Dios mismo quien nos convoca y nos concede esta gracia. El don de Dios no nos espera al final del camino, sino que va, ya desde el comienzo, acompañándonos en la marcha, más aún, abriéndonos el espacio y haciendo posible cada paso de libertad. Por eso, otra oración de nuestra liturgia, esta vez una acción de gracias, nos invita a cantar:
En verdad es justo bendecir tu nombre,
Padre rico en misericordia…
Tú abres a la Iglesia el camino de un nuevo
éxodo a través del desierto cuaresmal,
para que, llegados a la montaña santa,
con el corazón contrito y humillado,
reavivemos nuestra vocación de pueblo
de la alianza, convocado para bendecir
tu nombre, escuchar tu Palabra,
y experimentar con gozo tus maravillas.[2]
Conversión y camino. Estas dos palabras, que se repiten con insistencia en la liturgia de la cuaresma, pueden muy bien resumir el espíritu de este tiempo.
Conversión es camino. Para la conversión no hay atajos, no hay vías rápidas, no hay fórmulas expeditivas. Y aunque puedan existir acontecimientos únicos, que de un momento a otro nos hacen abrir los ojos y nos mueven a un cambio de vida, lo cierto es que esos momentos son apenas el inicio de un camino que compromete toda la vida. La cuaresma nos pide tomar en serio esta llamada y entrar, decididamente y con paciencia, en un camino de conversión.
Ese camino es siempre nuevo. Esta cuaresma será diferente a todas las de años pasados y a todas las que vendrán después. Las prácticas, los gestos, las oraciones que nos acompañan pueden quizás ser los mismos; y ciertamente es el mismo el evangelio que nos convoca. Pero no somos nosotros los mismos. Cada edad, cada momento de la vida tiene sus desafíos y encrucijadas, que nos ponen de un modo nuevo ante la llamada de Cristo: «Conviértete y cree en el evangelio» (cf. Mc 1, 15)[3].El «éxodo» que debemos emprender cada año, el «Egipto» que estamos llamados a dejar atrás, la conversión a la que se nos invita, tienen cada año un nombre y contornos nuevos. La cuaresma nos recuerda así nuestra condición de peregrinos, nunca arribados, siempre en camino. Tal vez —quiera Dios— un poco más hábiles para movernos en las cosas de Dios, un poco menos endurecido el corazón a su palabra, pero siempre en camino. Cada cuaresma es, de algún modo, nueva y nos pide abrirnos a la novedad que Dios quiere hacer germinar en nosotros —en nuestras vidas y en nuestras comunidades.
Sí, también como comunidades estamos llamados a emprender un camino de conversión. El papa Francisco ha querido subrayar este punto en su mensaje de cuaresma de este año, en el marco del camino sinodal que compromete a toda la Iglesia. El mensaje de Francisco toma como referencia el episodio de la transfiguración, que escucharemos el segundo domingo de cuaresma, cuando Jesús, tomando consigo a Pedro, Santiago y Juan, sobre un monte elevado «se transfiguró en presencia de ellos» (Mt 17, 2). El Papa, entonces, escribe: «En el “retiro” en el monte Tabor, Jesús llevó consigo a tres discípulos, elegidos para ser testigos de un acontecimiento único. Quiso que esa experiencia de gracia no fuera solitaria, sino compartida, como lo es, al fin y al cabo, toda nuestra vida de fe. A Jesús hemos de seguirlo juntos»[4].
A la luz de estas sencillas reflexiones, al comienzo de la cuaresma quisiera hacerles dos propuestas que tal vez puedan darnos un impulso nuestro camino —personal y comunitario— de conversión:
1. La primera propuesta es leer y reflexionar serenamente el mensaje de cuaresma del papa Francisco, que acabo de citar. Y si fuera posible, hacerlo juntos, en encuentros de la comunidad o nuestros grupos de referencia. Nos haría bien que estos encuentros tengan un tiempo suficiente para la oración y también para el silencio, de modo que nuestras palabras no lo llenen todo y podamos crear en nuestro interior el espacio necesario para la escucha atenta.
2. La segunda propuesta, que podría estar unida a la primera, es preguntarnos (en lo posible, juntos) qué pasos de conversión estamos invitados a dar como comunidad en esta Lo que hacemos en relación a nuestros caminos personales (tomándonos el tiempo para mirar serena y honestamente nuestra vida delante de Dios, y buscando reconocer los pasos de conversión que el evangelio nos pide dar), sería bueno hacerlo también como ejercicio comunitario al comienzo de la cuaresma. Se trata de mirarnos honestamente, con toda humildad, sin echar culpas afuera ni situar- nos como jueces de los demás (Mt 7, 3), y buscar discernir juntos los pasos que podemos dar, por pequeños que parecieran. Para una conversión —personal o comunitaria— no hay atajos: hay que dar los pequeños, concretos pasos que podamos dar. Lo importante no será entonces cumplir eventos o llenar espacios (la fascinación del número y el espectáculo es una tentación sobre la que debemos estar atentos), sino más bien redescubrir la comunidad como suelo vital en el que se nutre y madura la fe. Mirado en el tiempo, vale más un pequeño paso que nos hace gustar la belleza de la comunión, que una gran convocatoria que sólo alimenta egos personales o cuyos ecos se esfuman apenas terminado el evento. En este sentido, encuentro iluminadora la reflexión del Papa Francisco:
Durante muchos años hemos tenido la tentación de creer que [las comunidades] debían poseer espacios más que iniciar procesos. Y esta es una tentación. Tenemos que iniciar procesos, no poseer espacios. (…) Iniciar procesos. Hoy la realidad nos interpela —repito—, la realidad que nos invita a ser de nuevo un poco de levadura, un poco de sal. Hoy, la realidad nos llama a iniciar procesos más que a poseer espacios, a luchar por la unidad más que a apegarnos a los conflictos del pasado, a escuchar la realidad, a abrirnos al santo pueblo fiel de Dios, al todo eclesial[5].
El Señor de la vida nos conceda, entonces, la gracia de iniciar juntos «un camino de verdadera conversión», que nos haga gustar la belleza de la comunión y la alegría del evangelio.
Reciban mi saludo y mi bendición al inicio de este tiempo de gracia.
Padre Obispo Maxi Margni, obispo de Avellaneda-Lanús
Avellaneda, 22 de febrero de 2023, miércoles de ceniza.
Notas:
[1] Misal romano, miércoles de ceniza, oración colecta.
[2] Misal romano, ordinario de la Misa, prefacio de cuaresma V.
[3] Cf. Misal romano, miércoles de ceniza, bendición e imposición de la ceniza.
[4] Francisco, Mensaje para la cuaresma 2023: Ascesis cuaresmal, un camino sinodal, 25 de enero de 2023.
[5] Cf. Francisco, Discurso durante el encuentro con sacerdotes y consagrados, Milán, 25 de marzo de 2017, énfasis añadido.