Miércoles 24 de abril de 2024

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Fiesta de Lourdes 2023

Homilía de monseñor Martín Fassi, obispo de San Martín, en la fiesta de la Virgen de Lourdes, patrona de la diócesis (Santuario de Santos Lugares, 11 de febrero de 2023)

Lc. 1, 39-45

Queridos hermanos y hermanas, queridas comunidades de la diócesis de San Martin-Tres de Febrero, queridos peregrinos y devotos de la Virgen de Lourdes, los que vienen de lejos y los de cerca, queridos sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos, estimadas autoridades municipales:

Qué bien nos hace celebrar a nuestra madre y patrona en los comienzos del año pastoral. Comenzar juntos reunidos en una casa común nos es muy significativo. La casa es el lugar de encuentro familiar y a la vez es lugar de descanso donde nos sentimos protegidos y cuidados. Lugar donde reponemos fuerzas para el andar cotidiano de nuestras vidas. De casa salimos y a casa regresamos para volver a salir.

La Palabra recién proclamada que nos convoca y nos interpela nos dice que María partió y fue sin demora. Se puso en camino y lo hizo de prisa, sin perder tiempo. Ella tiene una novedad que comunicar, un don que no se puede guardar. María tiene conciencia de la urgencia. No se queda en casa, siendo que necesitaba ella misma ser cuidada en su embarazo joven. Toma una iniciativa audaz y sale ella misma al encuentro, hacia otra casa, la de su pariente Isabel. Seguramente lo hizo impulsada por la propia conciencia de sentirse necesitada de cuidado amoroso y generoso. Y repetirá el mismo gesto más adelante cuando con su buen esposo José envuelva al niño en pañales, recostándolo en un pesebre. Este compromiso de cuidado será una constante en la vida de la Virgen, hasta el final de la vida de su Hijo y aún más allá, cuando Resucitado de entre los muertos, reciba de El la misión de cuidar la comunidad de creyentes. María como Madre de la Iglesia cuidara de ésta, siempre.

Esta actitud de cuidado nos provoca gratitud, seguridad, confianza. ¡Todo esto nos es tan necesario y urgente en nuestros días! ¿Quién de nosotros no experimenta el miedo y la desconfianza que nos empuja a quedarnos seguros – y hasta a veces muy cómodos - en casa? ¿Quién de nosotros no está cansado de ser testigo de tantos episodios de violencia y de palabras llenas de odio, enojo, resentimiento? ¿Y quién no percibe aunque sea de modo pasivo, que este enojo se potencia en las calles, en las redes y los medios de comunicación? La información nos ayuda a tomar conciencia pero no siempre nos ayuda para pensar respuestas superadoras. ¿Nos reconocemos a nosotros mismos como parte de este problema o es problema de otros? Si el problema es de otros, entonces también delegaremos la solución en otros. Puedo terminar opinando, juzgando y expresando con indignación todo lo que ocurre y quedarme ahí, en casa.

María partió sin demora y entro a la casa de Isabel. Ella nos abre la puerta de entrada al Evangelio que trae respuestas a nuestras vidas. Nos enseña a no quedarnos en casa como meros espectadores, sino a convertirnos en actores de una historia para que sea historia de salvación. Y cuando María saluda a Isabel, el niño salta de alegría en el seno de su prima, que ya casi había dejado de soñar con un hijo, con un futuro. Saltan de alegría también las dos mujeres, porque Isabel se experimenta cuidada y tenida en cuenta, no olvidada y porque María se siente atravesada por una fuerza que la conmueve.

Saltar de alegría en medio de situaciones difíciles y críticas nos parece una reacción desubicada y nos desconcierta. Sin embargo es la reacción propia de los que conservan la esperanza y los sueños y por eso la alegría. El que pierde la capacidad de soñar y esperar, pierde la alegría. Entonces pensemos, ¿de qué nos sirve creer que Xto. ha nacido, de qué nos sirve que una joven mujer haya tenido la audacia y la valentía de afrontar una misión enorme? ¿De qué nos sirve hoy a nosotros si no nos ponemos nosotros también en camino?

Nuestra iglesia diocesana viene trabajando los sueños expresados en la última Asamblea. Ellos expresan anhelos del corazón y también nos muestran el horizonte para los caminos pastorales a seguir. Son sueños comunes que implican trabajo en común, orgánico y organizado, sinodal, decimos hoy. Pero ellos no son sueños de dormidos sino de los que creen en las promesas y buscan apurar su cumplimiento por el compromiso. Son sueños de personas que no se quedan en casa soñando, sino que buscan al otro, a la otra,

para la realización de un sueño común. Amar a los demás, como nos interpela la Palabra hoy, es procurar cumplir el sueño de aquellos que amamos. María creía en esto. Esta fe la impulso a salir.

Nuestro país también necesita salir al encuentro del otro. Pero de manera real, no con discursos e ideas. Un país no se hace patria si se queda en discursos agresivos y mezquinos. Ya lo escuchamos muchas veces, si no estamos unidos, nos devoran los de afuera. Y es lo que nos ocurre. Nos devoran las discusiones políticas cuando son estériles porque perdemos: tiempo y energías transformadoras de la realidad y ganamos distancias y descalificaciones. Y nos quedamos en la casa de nuestros propios intereses, sin salir al encuentro de soluciones comunes. Así se hace más importante el poder para ocupar espacios que para abrir procesos de transformación. La mejor campaña política es la transformación de la realidad.

Nos devora la actitud de delegar la responsabilidad en los otros, quedándome en casa como critico espectador que entiende muy bien el problema pero que no confiesa que tampoco sabe la solución, o la inventa en palabras. Cambiar la crítica por el llanto, expresa que la realidad me importa y me duele. Llorar implica que no quedo indiferente. Nos hace falta llorar más sinceramente. Nos hace falta pasar de la indignación y la crítica un llanto que purifique la mirada.

Nos devora la violencia callejera, que no es exclusiva de los pobres, de los villeros o de los rugbiers. Hay muchos modos de ser violentos y mal tratarnos, de no cuidarnos. El primero es mirar para otro lado y decir “yo no soy así, yo no soy como el o ella”. Perdemos la oportunidad de conocernos mejor, de encontrarnos los unos a los otros y madurar. Esta es una de las mayores violencias, porque nos dejan sin soluciones. Las víctimas de la violencia somos nosotros, pero necesitamos reconocer que en diferentes medidas somos también nosotros los violentos.

Nos devora el narcotráfico que perversamente negocia con la angustia y el vacío interior, sobretodo de los jóvenes y con la necesidad que tenemos todos de ser amados y cuidados. Cuidarnos los unos a los otros en esta problemática es proponer soluciones más jugadas. María tuvo conciencia de la urgencia. Deseamos profundamente desde la pastoral de adicciones, que el Estado y la clase política impulse de verdad una ley de emergencia social en adicciones. No es simplemente basta de droga adulterada, basta de droga, la droga es veneno y mata. En este sentido seguimos trabajando en fortalecer la Mesa de trabajo en recuperación y prevención de adicciones con los diferentes organismos de la ciudad.

Devoramos nuestra casa común, ella grita pidiendo cuidado. Lo experimentamos fuertemente en estos días con las noticias de terremotos, sequias, incendios. No cuidar la casa común es como suicidarnos. Veámoslo así. Abusamos de los recursos, si los agotamos ¿qué vamos a hacer? ¿Provocar la reducción de la población para que seamos menos en el planeta y así alcance la riqueza? ¿O ver cómo integrar creativamente una economía que enseñe a compartir y no solo de competir?

¿Dónde está la respuesta? Los creyentes creemos que está en el cuidado de los unos a los otros. No cuidarme del otro sino cuidar al otro. Cuidarnos los unos a los otros. Los primeros cristianos eran reconocidos por eso. “Miren como se aman” y no porque estuvieran dándose besos y abrazos con palabras lindas todo el tiempo, sino porque supieron en su época proponer con su estilo de vida comunitaria de cuidado un modo de organización social diferente que proféticamente daba vuelta la lógica del sistema imperante. Ellos provocaron un nuevo modo de pensar y un nuevo modo de tratarse los unos a los otros que generó un nuevo tipo de organización social.

Por eso los invito a que dejemos que Dios nos transforme el pensamiento y el corazón para generar desde nuestra diócesis un estilo de tratarnos los unos a los otros que vaya creando estructuras y espacios de cuidado. En este sentido hemos hecho mucho pero también hemos errado mucho, debemos reconocer nuestras propias actitudes de mal trato y abuso. Para ser consecuentes, en el próximo mes de abril quedará constituida en la diócesis la Comisión para la prevención y el cuidado de niños, niñas, adolescente y personas vulnerables y presentaremos el Protocolo de cuidado para hacer de nuestros espacios pastorales espacios seguros y de cuidado.

“Feliz de ti que has creído”, escucha María. Ella es dichosa porque ha creído. Y a nosotros ¿nos hace feliz nuestra fe? ¿De dónde nos vendría la alegría sino de la confianza en un Dios que es más grande que nosotros y muy cercano a nosotros? Jesucristo, Señor de la historia, es la fuente de nuestra alegría. Despertemos saliendo de nuestra casa, de nuestros encierros, para vislumbrar también en los acontecimientos de nuestra historia personal y comunitaria los signos de su paso en nuestro momento actual. Vivamos el asombro y la gratitud por las grandes cosas que él está realizando y quiere realizar en nosotros, si nosotros lo dejamos. Dios trabaja siempre contando con nuestra libertad. Colaborando con el Dios que cuida de los pobres, débiles y sufrientes, podremos esperar la inversión de las lógicas del mundo violento y egoísta.

A María de Lourdes le confiamos nuestro presente y le pedimos que no deje de cuidar a nuestros enfermos queridos y a todos los que esperan de nosotros atención, cuidado y protección.

Virgen de Lourdes, ruega por nosotros.

Mons. Martín Fassi, obispo de San Martín