Viernes 22 de noviembre de 2024

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Violencia política nunca más

Homilía de monseñor Eduardo Horacio García, obispo de San Justo, duranta la Misa por la paz y la convivencia democrática (Viernes I de adviento, San Justo, 2 de diciembre de 2022)

Isaías 29,17-24
“Aquel día, los sordos oirán las palabras del libro, y verán los ojos de los ciegos, libres de tinieblas y oscuridad. Los humildes de alegrarán más y más en el Señor y los más indigentes se regocijarán en el Santo de Israel. Porque se acabarán los tiranos, desaparecerá el insolente, y serán extirpados los que acechan para hacer el mal, los que con una palabra hacen condenar a un hombre, los que tienden trampas al que actúa en un juicio, y porque sí no más perjudican al justo”.

Mateo 9, 27-31
“Cuando Jesús se fue, lo siguieron dos ciegos, gritando: «Ten piedad de nosotros, Hijo de David».
Al llegar a la casa, los ciegos se le acercaron, y él les preguntó: «¿Creen que yo puedo hacer lo que me piden?».
Ellos le respondieron: «Sí, Señor».
Jesús les tocó los ojos, diciendo: «Que suceda como ustedes han creído».
Y se les abrieron sus ojos.
Entonces Jesús los conminó: «¡Cuidado! Que nadie lo sepa».
Pero ellos, apenas salieron, difundieron su fama por toda aquella región”.

Dios siempre tiene algo que decirnos y la palabra de Dios de este viernes de adviento, sin lugar dudas, nos ilumina desde la voz del profeta Isaías.

El pueblo sufre a causa de la dominación extranjera, que no era solo material sino también ideológica y que lo ha llevado a una decadencia moral que menosprecia a Dios y no escucha su voz, esto entristece al profeta que se desahoga con un clamor al borde del llanto. Sin embargo, da el anuncio esperanzador de un tiempo nuevo: “los que sufren volverán a alegrarse en el Señor, los pobres gozarán con el Dios Santo”.

Profeta es el que ve más allá y el que ve más adentro. Isaías tiene un sueño. Los sueños de la noche, cuando estamos dormidos, nos hablan del pasado, Pero los sueños del día que tenemos cuando estamos despiertos, nos hablan del futuro; en esos sueños se expresan los deseos más entrañables, los anhelos y las esperanzas más hondas de nuestra vida. Cuando soñamos así y queremos vislumbrar el futuro, vemos lo que esperamos para nosotros o nuestros Hijos, lo que ha de venir: como Isaías vemos, porque deseamos, un tiempo de paz, “en el que todas las naciones se dejarán instruir por el Dios de la verdad y la misericordia, que caminarán por las sendas del derecho y la justicia, que se aprobarán las leyes de la solidaridad”. Isaías sueña que un día todos los hombres se darán la mano y se sentarán a la mesa de la fraternidad, que las armas se guardarán en los museos o se convertirán en arados; instrumentos para el desarrollo; sueña que todos los hombres podrán vivir según su recta conciencia sin ser manipulados y que a nadie se adiestrará para la guerra.

Porque el hombre vive más de la esperanza que de los recuerdos y sólo cuando esperamos y soñamos lo humanamente imposible se abre ante nuestros ojos un mundo de posibilidades y tenemos la fuerza para hacerlas madurar pacientemente a pesar de todo. Y cuando estos sueños se hacen palabra tienen algo de poesía. Todos los soñadores tienen algo de profetas y de poetas y todos los poetas son soñadores y profetas empedernidos. ¡Qué lástima da cuando los hombres no hacemos caso del sueño de los profetas y despreciamos la pluma de los poetas! ¡Estamos renunciando a un futuro nuevo y vendiendo la esperanza por un plato de guiso!

Hoy nos reunimos, desde distintos lugares y sueños particulares por un sueño común: una democracia sin violencia, la paz.

Hay momentos en los que la realidad se hace más dura cuando nos toca de cerca o toca a los nuestros. Sin desestimar lo que sucedió hace pocos días que, sin lugar a dudas, es merecedor de nuestro repudio más grande; somos conscientes que es sólo otra manifestación de que estamos en una sociedad violenta. Vivimos la violencia cotidiana que genera la inseguridad, la violencia subvencionada que viven nuestros barrios a causa de la droga donde los pibes caen como moscas, la violencia legal de quema colchones y destruye merenderos de los más pobres que buscan un lugar donde vivir y un plato de comida, la violencia del desprecio de la vida —hace pocos meses lamentábamos la muerte de un profe en Luzuriaga, un año atrás la del quiosquero de Ramos y un poco más atrás la de la psicóloga del mismo barrio en la puerta de su casa—, y sin nombrar la de todos aquellos que mueren anónimamente.

Está la violencia que provoca la injusticia, el hambre, la falta de dignidad, la impotencia frente a la corrupción; pero también está la que se genera por la intolerancia y la incapacidad del diálogo. La violencia mediática donde todos los días somos espectadores y consumidores de denostaciones públicas, insultos al que no está de mi lado, desprecio del pensamiento distinto, descalificaciones agresivas a los que proponen alternativas diferentes a problemas comunes. Todo esto es eje de los titulares y marcan un estilo aberrante de construcción social transformándose en el caldo de cultivo de la violencia diaria en todas sus escalas.

Pedir a Dios por la paz está bien, pero pedirla sin asumir la responsabilidad que nos toca es transformar la fe en magia y nuestra oración en palabrerío disociado e hipócrita.

Por eso, Isaías cuando le habla a su pueblo sometido al imperio de turno sabe que en su tierra fueron ciegos y sordos. Sabe que, de algún modo, “el mismo pueblo y los que los guían son los responsables del mal que ahora padece”.

La paz es un regalo de Dios para que aquel que está dispuesto a recibirla y a realizarla en el gesto cotidiano de diálogo sereno, de escucha atenta y sin prejuicios, de búsqueda del bien común con todos y a pesar de todo.

En este ejercicio, cuánta más exigencia les, y nos cabe a los que tienen, y tenemos en los distintos ámbitos de la vida social la responsabilidad de conducir.

Nos hemos acostumbrado a no considerar la política como un acto de caridad o de amor. No pocas veces se ha reducido a su forma más baja, asociada con el poder indiscriminado, la dominación, la codicia, la explotación y la corrupción.

Sin embargo, más allá de toda definición, la política continua teniendo como misión, para ser verdadera, la búsqueda del bien de todos y cada uno, y si es así, es la forma más grande del amor que ennoblece la vida.

Decimos no a la violencia, bienaventurados los pacíficos nos dice el Señor. Pacífico no significa pasivo ni tampoco equivale a "fácil". Jesús nunca prometió que fuera fácil; Él sólo prometió ayudar a los que trabajan por la paz.

El presente se nos torna oscuro; todas las nubes sólo pueden ser despejadas si las volamos alto, si encontramos el coraje dentro de nuestros corazones para asumir nuestras propias responsabilidades, pero también exigiendo a nuestros líderes políticos que actúen desde la amistad social que es el único camino para una paz estable y verdadera. 

El Papa en su última encíclica Fratelli Tutti nos da algunas pistas y nos dice que: “para hacer posible una familia de naciones, para construir una comunidad mundial abierta al diferente, para alcanzar la fraternidad universal entre pueblos y naciones que vivan la amistad social… hace falta una buena política. La mejor política que es aquella que:

  • Trabaja por grandes principios y apuesta por un servicio al bien común a largo plazo.
  • No busca únicamente garantizarse los votos.
  • Fomenta cauces de encuentro, escucha el punto de vista del otro facilitando que todos tengan un espacio.
  • Promueve una economía integrada en un proyecto social, cultural y popular que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial. 
  • Tiene una visión amplia para llevar adelante un cambio integral.

Los ciegos del evangelio pusieron delante del Hijo de Dios su sueño, su impotencia y su necesidad.

Hace falta reconocerse necesitado, abrir el corazón, para ver cómo la necesidad es capacidad para ser enriquecido, la cegueraposibilidad de una nueva luz.  

Que al igual que ellos, nos dejemos tocar por el Señor para no solamente pedir sino para transformarnos en instrumentos de paz.

Mons. Eduardo Horacio García, obispo de San Justo
Provincia de Buenos Aires - Argentina