Queridos hermanos:
Un año más nos reunimos como Iglesia diocesana para bendecir a Dios en sus ángeles y agradecer la angélica protección de nuestro patrono, el Arcángel San Rafael. A él queremos pedirle que lleve hasta el trono de Dios nuestras peticiones y alabanzas, nuestra acción de gracias y nuestras súplicas, y que renueve su protección sobre nuestro pueblo y sobre nuestra ciudad y departamento, y sobre toda nuestra iglesia particular.
En el Evangelio que se nos ha proclamado encontramos a Jesús que sale al encuentro de un enfermo, a quien saca del anonimato, de en medio de una multitud sufriente de enfermos, ciegos, lisiados y paralíticos. Se encontraba allí porque existía la creencia antigua que el primero que se sumergía en la piscina quedaría curado. Dios enviaba a su ángel. Tal vez Rafael. Medicina de Dios. Para que moviera las aguas. Jesús, conociendo profundamente la situación de este paralítico, le hace una pregunta que provoca al enfermo la confesión de su situación de impotencia y desesperanza. “¿Quieres curarte? Señor, no tengo a nadie.” Este reconocimiento sencillo y humilde le abre al paralítico el corazón para acoger la salvación. Sólo después viene la palabra de Jesús que todo lo transforma. Levántate, es decir, estás curado. Toma tu camilla. O sea, ya estás libre y podés valerte por ti mismo y camina, que significa empieza a vivir.
Porque vivir es caminar. Es emprender el camino de la vida cada día. En este contexto de sinodalidad que vive toda la Iglesia, también nosotros, como Iglesia de Dios en San Rafael, queremos ponernos en camino. Caminar juntos, eso significa sinodalidad.
En el libro de Tobías vemos al Arcángel Rafael y al mismo Tobías haciendo camino juntos desde Nínive. Así, a través de Media, pasando por Ecbátana y volviendo a Nínive. Tobías y Rafael se convirtieron en compañeros de camino en sinodal, compartiendo no solo el viaje, sino las vivencias que el mismo aportaba.
En palabras del Papa Francisco, debemos experimentar cada vez de manera más intensa la necesidad y la belleza de caminar juntos. La Palabra de Dios nos presenta la vida como un camino en el que el hombre es guiado por Dios y que cada uno puede andar o rechazar un camino que no se hace solo, sino con Dios y con los hermanos. Al pueblo de Israel se le pedía y se le pedía que hiciera memoria del camino que el Señor le había hecho recorrer. Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos 40 años. Porque guardar la Alianza era seguir los caminos del Señor, y la Nueva Alianza es iniciada preparando el camino. Así lo gritaba Juan el Bautista en medio del desierto. Como en otro tiempo el profeta Isaías. Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.
El mismo Jesús se reveló como camino que lleva a la verdad y a la vida. Dice San Agustín al respecto “¿Primero dice por dónde has de ir? ¿Luego a dónde has de ir? Yo soy el camino. Yo soy la verdad. Yo soy la vida. Permaneciendo junto al Padre que es verdad y vida. Haciéndose hombre se hizo camino. Levántate, perezoso. El camino en persona vino a ti. Te despertó del sueño, si es que has llegado a despertarte. Levántate y camina. La iglesia camina con Cristo por medio de Cristo y en Cristo. Él es el caminante, el camino y la patria, y otorga su espíritu de amor para que en él podamos avanzar por el camino de perfección. La Iglesia está llamada a seguir sobre las huellas de su Señor hasta que Él vuelva. Es el pueblo del camino hacia el Reino celestial.
Como Iglesia expresamos la condición peregrina del pueblo de Dios caminando juntos, porque tenemos una meta a la que llegar todos juntos. Claro que caminando solo se llega más rápido, pero caminando juntos se llega más lejos. Todos somos miembros del pueblo de Dios que se refleja en esta experiencia de caminar. Debemos aprender el arte de caminar juntos, porque en eso está en juego la fidelidad a la condición de ser misterio, de comunión que refleja la comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Por eso, caminar juntos exige escucharnos, exige dialogar, exige discernir, exige compartir. Este es el estilo de Dios que debemos encarnar, porque seguimos a un Dios que camina en nuestra historia y comparte las vicisitudes de la humanidad, que se arriesga a hacer camino con nosotros, que se hace camino en la experiencia personal y comunitaria de Dios. No se puede prescindir del camino a Dios. Se lo encuentra caminando, andando, buscándolo y dejándose buscar por Él. Son dos caminos que se encuentran, el nuestro y el de Dios. Caminar juntos conlleva e implica vivir juntos, encontrarnos y resolver las situaciones que se van presentando en el camino. Y para ello es necesario ponerse en actitud de discernimiento comunitario para tomar las decisiones que Dios nos va pidiendo. Todos somos protagonistas del camino, del discernimiento y de las decisiones desde los diversos carismas y funciones. Seguramente, como decía recién, es más fácil caminar solo, pero el que camina solo, sin compañía corre el riesgo de andar errante, sin metas ni promesas de futuro. Se puede errar el camino si uno camina solo, o sentir la nostalgia de mirar para atrás, porque el cansancio del camino aprieta. Y si miramos para atrás, volvemos al punto de partida. El paso sinodal revela lo que somos y el dinamismo de comunión que nos anima. Como Iglesia particular de San Rafael debemos comprometernos todos a vivir esta dimensión de caminantes en comunión.
La esperanza es la virtud que se alimenta en el horizonte, que nos da la fe y nos da la fuerza para emprender el camino de cada día. Y toda la fuerza de nuestra esperanza se centra en la persona de Jesucristo. Él es nuestra esperanza, una esperanza que nos hace libres porque nos hace pobres y nos abre al amor fraterno, porque nos permite apostar por el hermano a pesar de las desilusiones y los conflictos.
Otra vez cito a San Agustín: “Quien ama, corre, y cuanto más intensamente ama uno, tanto más velozmente corre. Al contrario, cuando menos ama uno, tanto más lentamente se mueve por el camino que sea el amor de Dios derramado en nuestros corazones el que nos mueva a caminar e invitar a nuestros hermanos a que hagan camino con nosotros.”
Queridos hermanos, hagamos camino juntos, construyamos comunión removiendo los obstáculos que nos impiden caminar juntos. Dejémonos empujar por el Espíritu. Escuchemos a Jesús, que hoy también a nosotros, como a aquel paralítico en la piscina de Betesda, nos dice a cada uno y a todos «Levántate y camina.» Levántense y caminen. Pidamos al Arcángel San Rafael que haga camino con nosotros, como lo hizo con Tobías. Que nos acompañe, que sea nuestro compañero de camino y que hoy escuchemos de él, como lo dijo a Tobías. “Sí, yo iré con ustedes. No tengan miedo, porque el camino es seguro.” Que así sea.
Mons. Fray Carlos María Domínguez OAR, administrador apostólico de San Rafael