Escuchábamos en el Evangelio el llamado y el envío de los discípulos de Jesús.
Toda historia personal con Dios es una historia de llamado. De respuesta y de envío.
Estos hermanos nuestros que serán ordenados diáconos, el día de su ordenación diaconal también tiene que ver con la historia de cada uno de ustedes. Es una historia de llamado y de respuesta, y ahora de envío. Recién la iglesia los acaba de llamar nuevamente. Pero esta vez para el ministerio.
Es muy consolador escuchar en el Evangelio quiénes son los que formaban parte del grupo de los elegidos de Jesús. Ahí no había gente importante. Ahí había gente común, con sus virtudes, con sus defectos, con sus dobleces y también con su sinceridad. Es como la historia vocacional de cada uno de nosotros. Por eso digo que nos consuela, Jesús los llamó y los envió a estos y ahora los elige a ustedes.
Los elige para enviarlos a recorrer una historia que es una historia de amor. Ustedes lo que van a tener que hacer es servir al pueblo de Dios con el amor con el que Dios los ama. Y empezar a caminar y recorrer junto con el pueblo un camino que sabe de barro y que también sabe de metas comunes y camino. En el que tendrán que hacerse acompañantes con mucha delicadeza, con mucha disponibilidad.
Cuando reflexionábamos en los ejercicios para el diaconado de la elección de aquellos siete varones llenos del Espíritu Santo, yo les compartía que cuando se armó todo ese lío en la primera comunidad no era simplemente una cuestión de practicidad, que no era para que la comunidad no tuviese problemas, sino que estuviese con una paz tranquilizante. La Iglesia tiene algo de misterio que no es simplemente hacer un asistencialismo. Yo hoy no los ordeno como asistentes sociales, no, los ordeno como ministros, servidores del pueblo de Dios. Y para que un servidor haga lo que se le pide debe ser fiel. Y esa fidelidad sólo viene de Dios.
Así como han sido enviados estos 12 a compartir este camino y esta historia de amor, así hoy también son enviados ustedes, porque la evangelización es la misión de todo discípulo. Por eso no hay otra manera de ser discípulo de Jesús que ser servidor, que ser diácono. Y ustedes serán los que sean custodios del poder que tiene la Iglesia. Porque el poder que tiene la Iglesia es el servicio. Servir es reinar y hacerse servidor es hacer que ustedes custodien en esto la Iglesia, para que la Iglesia nunca pierda ese carisma que recibió de su Señor, que es el servir a la humanidad como madre, como maestra y como servidora. Ustedes van a tener que mostrarse disponibles ante las necesidades del pueblo de Dios. Por eso serán los hermanos más necesitados los que tengan que marcar su jornada y su agenda.
Entonces, siempre digamos en la oración que sean disponibles y ser disponibles es que estén dispuestos a que cualquiera les cambie los planes. Pero va a ser hermoso que esos planes sean cambiados precisamente por los preferidos de Jesús, por los pobres, por los más necesitados, por aquellos que necesitan consuelo, que necesitan ser escuchados, que necesitan ser acompañados. Van a tener que servir especial y particularmente. Aquí no se trata simplemente de encargarse de la caridad de la comunidad donde estén y atender un ropero de Cáritas o un comedor.
Lo que se trata es que cada uno que los vea a ustedes vea que es Jesús mismo el que se abaja y lo sirve. Por eso sus propias vidas tienen que predicar por sí solas el Evangelio, y si lo hacen juntos, ya eso es también predicación del Evangelio, porque a los apóstoles los enviaron de dos en dos. También les pido que ustedes sean aquellos que le griten a la comunidad las necesidades que hay.
Sean centinelas de la caridad, así como aquel día después de Pascua, a la orilla del mar de Tiberíades, en aquella pesca infructuosa, cuando estaba amaneciendo, se apareció alguien en la orilla pidiendo de comer, y solo el discípulo que más amaba a Jesús fue el que lo reconoció y gritó Es el Señor.
Ustedes también en sus comunidades donde ejerzan el diaconado, griten a la comunidad cuando haya un pobre, un necesitado, alguien que sufre, alguien que necesita del consuelo de Dios. Griten en la comunidad. Ese es el Señor. Porque Jesús ha tenido la estrategia de camuflarse en los pobres, en los enfermos, en los desnudos, en los que tienen hambre, en los que están solos, en los que nadie se acuerda. Sean entonces centinelas de la caridad y díganle a sus comunidades que ahí está Jesús.
Ejerciendo el diaconado cuando sean ministros del bautismo, muestren a los que se acercan el rostro materno de la Iglesia, muestren que la Iglesia es Madre, que los acoge cuando repartan la Eucaristía. Siempre, siempre siéntanse interpelados en darse también ustedes mismos, como se da Jesús. Todos los días van a servir al altar como diáconos, y cada vez que llegan al altar tienen que sentirse interpelados, porque en cada Eucaristía que Jesús se entrega es un llamado a que cada uno de nosotros nos entreguemos como Él. Cuando sean testigos cualificados de los matrimonios, muestren la entrega de Jesús por la Iglesia. El amor de Jesús por la Iglesia. Cuando tengan que presidir exequias, muestren a esta Iglesia que es consuelo de Dios para los demás.
Para poder ejercer el servicio hay que tener un buen corazón, o mejor dicho, hay que tener buena salud en el corazón. Por eso el ministerio que se desparrama hacia afuera, pero que no surge ni sale de ese diálogo continuo y constante y prolongado con Jesús, el servidor de todos, va a ser un servicio sin alma. Por eso, diariamente acérquense a Jesús y pongan su corazón al lado del de Él. Que Él les enseñe como Él únicamente sabe hacer. Y así, y solo así, podrán mostrar la mansedumbre y la disponibilidad que pide la Iglesia para ustedes.
Queridos Fernando, Francisco, Fernando y Osvaldo. Nuestra Iglesia de San Rafael hoy se siente feliz porque de ustedes se siente patente la bendición de Dios, que Dios, a pesar de cada uno de nosotros, nos sigue bendiciendo. Y eso es un motivo de alegría, la alegría profunda de poder estar compartiendo esta entrega de ustedes y este ministerio que la Iglesia les entrega.
Que no sea simplemente un pasito más para ser sacerdotes. Vivan intensamente el ministerio diaconal. En el Evangelio de San Juan, en la Última Cena, en aquel famoso ícono del diaconado, que no sé por qué no lo eligieron para hoy; el evangelio del lavatorio de los pies, en el que hay un dato que a mí siempre me llamó la atención. Nos cuenta el evangelista que Jesús se levantó de la mesa, se quitó el manto, se ciñó una toalla a la cintura y le lavó los pies a cada uno de los apóstoles. Y después de terminar de lavar los pies, después de aquel diálogo con Pedro, que Pedro se resistía, pero al final se dio, dice el evangelista que poniéndose el manto de nuevo, se sentó a la mesa. Curiosamente, no nos cuenta el evangelista que se quitó la toalla. Jesús nunca se quitó la toalla del servicio.
Ustedes serán diáconos para toda la vida, aunque después sean sacerdotes. Siempre serán diáconos. Por eso Fernando, Francisco, Fernando y Osvaldo nunca se quiten la toalla. Imiten a Jesús, el diácono de todos. Que así sea. Amén.
Mons. Carlos María Domínguez OAR, obispo auxiliar de San Juan de Cuyo y administrador apostólico de San Rafael